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Trabaja, cásate y, una vez casado, gana más dinero, ten hijos. Sé el esclavo dela comunidad. El mundo te ordena que trabajes toda la vida. Incluso mistestículos pertenecen a la comunidad. Por el simple hecho de no haber tenidoexperiencias sexuales, te tratan como si estuvieras desperdiciando tu esperma.

—Debe de ser duro. 

—Y tu útero también pertenece a la comunidad. Como no es útil, no leprestan atención. No quiero pasarme la vida «haciendo algo». Solo quierorespirar hasta el día que me muera sin que nadie meta las narices en misasuntos. Es lo único que deseo. 

Shiraha juntó ambas manos en actitud de súplica.

Sopesé si la presencia de Shiraha podía resultarme beneficiosa. Mi madrey mi hermana —incluso yo misma— empezaban a cansarse de que aún no mehubiera curado. Tenía la sensación de que cualquier cambio, para bien o paramal, sería mejor que seguir estancada.

—Yo no estoy sufriendo tanto como tú, pero la verdad es que, tal y comoestoy ahora, me resultará complicado seguir trabajando en la tienda. El nuevojefe me pregunta a menudo por qué nunca he tenido un empleo estable, ytengo que inventarme excusas para no levantar sospechas. Precisamente ahoraandaba buscando una buena excusa. No sé si podrías ser tú...

—Yo tengo suficiente con quedarme aquí para que el mundo me acepte.Este trato solo te beneficia a ti.

Shiraha parecía muy convencido. Aunque la propuesta hubiera salido demí, su insistencia me resultaba sospechosa. Pero entonces recordé la insólitareacción de mi hermana y las caras de Miho y las demás cuando les habíadicho que nunca había salido con nadie, y pensé que merecía la penaintentarlo.

 —Es un trato sin retribución. Solo necesito que me dejes vivir aquí y metraigas comida.

—Ya... Bueno, no tiene mucho sentido exigirte dinero mientras no tengasingresos. Yo tampoco tengo mucho dinero, así que no podré darte efectivo,pero sí puedo darte el pienso que necesitas para vivir.

 —¿Pienso...? 

—Huy, perdona. Nunca he tenido animales en casa, y esto es como teneruna mascota.

A Shiraha no le hizo ninguna gracia mi expresión, pero aun así pareciósatisfecho. 

—Está bien —dijo con brusquedad—. Por cierto, no he comido nadadesde esta mañana.

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora