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—¿Cómo te va con el niño? ¿Es muy duro? 

—Sí, es durillo, pero voy cogiendo el ritmo. Ahora ya duerme por lasnoches, y por lo general es un bebé tranquilo. 

Mi sobrino parecía un ser distinto al que había visto al otro lado del cristalde la maternidad. Había engordado y tenía una forma más humana, y habíaempezado a crecerle el pelo.

Dimos buena cuenta de la tarta que yo había traído mientras tomábamosun té —yo— y un rooibos desteinado —mi hermana—.

—¡Qué rico! Apenas he salido desde que nació Yutaro, y llevaba tiemposin comer dulces.

—Me alegro de que te guste.

—Cada vez que me traes algo de comida me acuerdo de cuando éramospequeñas. —Rio mi hermana, un poco avergonzada.

 Mientras mi sobrino dormía, le rocé la mejilla con el dedo índice y la notéextrañamente suave, como si estuviera acariciando una ampolla.

—Cuando lo miro, me parece estar viendo un animalillo —dijo mihermana, que no podía ocultar su felicidad.

 El niño era de constitución frágil y enseguida tenía fiebre, por lo que mihermana dedicaba todo su tiempo y sus energías a cuidar de él. Aunque sabíaque los bebés solían tener fiebre y no era nada grave, se preocupaba cada vezque la temperatura le subía mucho.

—¿Y tú cómo estás, Keiko? ¿Todo bien en el trabajo? 

—Sí, todo bien. Por cierto, el otro día quedé con Miho y las demás yestuve al lado de casa. 

—¿Otra vez? ¡Qué bien! Tendrías que venir más a menudo a ver a tusobrino —dijo mi hermana riendo.

A mí todos los bebés me parecen iguales, tanto mi sobrino como los hijosde Miho, y no entiendo por qué tengo que ir expresamente a ver a mi sobrino.Supongo que hay que tener cierta consideración con los bebés de tu propiafamilia, pero para mí los bebés son como los gatos callejeros: aunque sean unpoco diferentes entre sí, todos son animales de la misma especie.

—Por cierto, Asami. ¿Se te ocurre alguna buena excusa? Últimamente nome toman en serio cuando digo que estoy delicada de salud.

—A ver, déjame pensar... Di que estás delicada de salud porque estás enplena rehabilitación. No es del todo una excusa ni una mentira, es comohacerlo público.

 —Pero así parezco un bicho raro, y los que piensan que soy rara meacribillan a preguntas. Me vendría bien una excusa para no tener que dar

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora