Recuerdo perfectamente el día en que descubrí la tienda, antes de queabriera. El curso acababa de empezar y yo había ido a un espectáculo deteatro organizado por la universidad. Mientras volvía a casa, sola porque notenía amigos, me equivoqué de camino y me metí sin darme cuenta en unbarrio de oficinas donde nunca había estado.
De repente, me di cuenta de que estaba sola. Aquel barrio, formado porbonitos edificios blancos, tenía un aspecto tan falso como un decorado o unamaqueta de papel. Era un mundo donde solo había edificios, una especie deciudad fantasma. Era un domingo por la mañana y las calles estaban desiertas.
Con la sensación de haber entrado en un universo paralelo, seguí andandoa paso rápido en busca de una estación de metro. Cuando al fin encontré elcartel que indicaba la estación, suspiré aliviada y me encaminé hacia allí.Entonces fue cuando vi un escaparate diáfano en la planta baja de un edificiode oficinas completamente blanco. «¡Próxima apertura de Smile Mart frente ala estación de Hiiro! Buscamos personal», decía un anuncio pegado al cristal.No había ningún otro cartel. Eché un vistazo al interior a través del escaparatey no vi a nadie, pero el local parecía estar en obras. Las paredes estabancubiertas por plásticos y los únicos muebles que había eran unas estanteríasblancas vacías. Me costaba creer que aquel lugar tan desangelado pudieraconvertirse en una konbini.
La tienda estaba un poco lejos de casa, a diez minutos en transportepúblico, pero me interesaba un trabajo por horas. Me fui después de anotar elnúmero de teléfono del anuncio y llamé al día siguiente. Me hicieron unaentrevista fácil y me contrataron enseguida.
La formación empezaba la siguiente semana. A la hora indicada mepresenté en el local, que a diferencia de la última vez empezaba a parecer unatienda. Solo estaban terminados los estantes destinados a los artículosvariados, donde había material escolar y pañuelos de papel pulcramenteordenados.
En el interior encontré a los que serían mis compañeros de trabajo: unauniversitaria como yo, un chico joven que tenía pinta de ganarse la vidatrabajando por horas y un ama de casa un poco mayor que yo. En total habíaunos quince empleados de edades y estilos muy dispares merodeandotímidamente por la tienda.
Al final apareció el responsable de la formación y nos repartió losuniformes. Nos vestimos y arreglamos según el modelo dibujado en un cartel,recogiéndonos el pelo si lo llevábamos largo y quitándonos relojes yaccesorios. Después nos pusimos en fila, y aquellas personas que hasta
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La Dependienta
Novela JuvenilAUTORA: Sayaka Murata el orden de las paginas no son como en el libro original.