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—Es verdad que ahora no trabajo, pero tengo una visión. Cuando tengami propio negocio, las mujeres caerán rendidas a mis pies.

—Antes ya ibas en ese plan y, cuando te viste rodeado de mujeres, nofuiste capaz de elegir.

Visiblemente incómodo, Shiraha agachó la cabeza.

—Lo que pasa es que no os enteráis. No ha cambiado nada desde la Edadde Piedra. Al fin y al cabo, seguimos siendo animales —dijo, echando balonesfuera—. Si quieres que te sea sincero, este mundo sufre una grave disfunción.Como es un mundo incompleto, yo recibo un trato injusto.

Quizá tuviera razón. No fui capaz de imaginar cómo sería un mundocompletamente funcional. Cada vez me costaba más entender qué era el«mundo». Incluso tenía la sensación de que era un concepto imaginario.

 Shiraha me miró sin decir nada y, de repente, se tapó la cara con lasmanos. Pensé que iba a estornudar, pero entonces vi una lágrima que se leescapaba entre los dedos y me di cuenta de que estaba llorando. Los clientesno debían vernos allí, así que lo cogí por el brazo.

—Entremos en algún sitio —dije mientras lo llevaba a un restaurantecercano.

—Este mundo no admite cuerpos extraños. Siempre he sufrido por lomismo —se lamentó Shiraha mientras bebía el té de jazmín del bufé deautoservicio del restaurante.

 Se lo había llevado yo al ver que él seguía sentado en silencio y no parecíadispuesto a moverse. Se lo dejé delante y empezó a beber sin ni siquieradarme las gracias.

—Si no puedes seguir el ritmo de los demás, estás perdido. ¿Por quétrabajas por horas si tienes más de treinta años? ¿Por qué nunca has salido connadie? Incluso te preguntan por tus experiencias sexuales como si fuera lomás normal. «Pero las de pago no cuentan», ¡te dicen riendo! No molesto anadie, solo formo parte de una minoría y, a pesar de ello, se creen conderecho a violarte.

Cuando Shiraha, al que yo consideraba prácticamente un acosador sexual,utilizó la palabra «violar» para describir su sufrimiento sin tener en cuenta alas compañeras y clientas a las que había acosado, me di cuenta de que sesentía como una víctima y era incapaz de plantearse que quizá el agresor fueraél. Resultaba evidente que su pasatiempo favorito era compadecerse de símismo.

 Asentí vagamente y dije:

—Sí, es muy duro.

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