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quedan con los cazadores más fuertes. Así se aseguran unos descendientesgenéticamente fuertes, y los demás no tenemos más remedio que consolarnosentre nosotros. El concepto de «sociedad moderna» es una ilusión, vivimos enun mundo que apenas ha cambiado desde la Edad de Piedra. Empezando porla igualdad de género...

 —Por favor, Shiraha, ponte el uniforme. Si no hacemos ya el briefingmatutino, empezaremos a trabajar tarde —lo interrumpí al ver que empezabaa criticar a los clientes.

Él se dirigió a la taquilla con la mochila a la espalda, un poco aregañadientes. Metió la mochila en la taquilla sin dejar de refunfuñar en vozbaja.

 Mientras observaba a Shiraha, me acordé del hombre de mediana edadque el jefe había echado de la tienda.

—Ella te arreglará. 

—¿Qué? 

—preguntó Shiraha, como si no me hubiera oído.—Nada, olvídalo. Cámbiate, que empezamos el briefing. 

«La tienda es un lugar que normaliza a la fuerza, así que pronto tearreglará», pensé mientras observaba a Shiraha, que se cambiabaremoloneando.

 Cuando llegué a la tienda el lunes por la mañana, el nombre de Shirahaestaba tachado con una gran equis roja en la hoja de turnos. Pensé que sehabría cogido la mañana libre de improviso. A la hora que empezaba el turnoapareció Izumi, que los lunes libraba.

—¡Buenos días! Jefe, ¿le ha pasado algo a Shiraha? —le pregunté al jefe,que acababa de entrar en la trastienda una vez terminado el turno de noche.

El jefe e Izumi intercambiaron una mirada.

—Bueno, en cuanto a Shiraha... —empezó el jefe con una amarga sonrisa—. Ayer tuvimos una pequeña charla y decidió dejarlo —dijo como si nada.En realidad, no me sorprendió mucho—. Cuando se escaqueaba o cogía cosasde la basura y se las comía a escondidas podíamos hacer la vista gorda, perose ve que una de nuestras clientas habituales vino a buscar un paraguas quehabía olvidado y él se puso en plan acosador. Fotografió la ficha con sus datosy su número de teléfono e intentó averiguar su dirección. Izumi lo pilló y yolo comprobé enseguida con las imágenes de la cámara. Hablé con él y sedespidió. 

«Qué idiota», pensé. Algunos empleados se saltan a veces pequeñasnormas, pero jamás de forma tan flagrante. Menos mal que el asunto no habíallegado a manos de la policía. 

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora