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—Tú y yo tenemos gustos muy parecidos, Furukura. Ese bolso que llevastambién es muy mono.

Izumi me sonrió. Era normal que tuviéramos gustos parecidos, pues lahabía tomado como modelo. A los ojos de los demás, yo debía de ser una«humana» que llevaba un bolso acorde a mi edad y mantenía exactamente ladistancia adecuada al hablar, ni demasiado íntima, ni demasiado brusca.

—¿Ayer viniste a trabajar, Izumi? Los ramen que quedan en stock estánreblandecidos —dijo Sugawara, que se estaba cambiando de cara a la taquilla,con su potente voz.

 Izumi se volvió en su dirección.

—¡Sí, ayer vine! De día fue bien, pero la chica del turno de noche volvió alargarse sin permiso. Se ve que por eso ha entrado Dat, el chico nuevo.

Sugawara se nos acercó subiéndose la cremallera del uniforme y con lafrente arrugada.

—Vaya, ¿otra vez escaqueándose? Y precisamente ahora que vamos tanjustos de personal, ¡no me lo puedo creer! No me extraña que el negocio vayacomo va. No estamos vendiendo bebidas envasadas, ni siquiera durante lahora punta de la mañana.

 —Tienes razón, la cosa está fatal. Esta semana el jefe seguirá haciendo elturno de noche para no dejar solo al chico nuevo.

—Pues en el turno de día también nos faltan refuerzos, que Iwaki estábuscando trabajo. No sé cómo nos las apañaremos. Lo mejor sería que dejarala tienda de una vez. Si siempre avisa con tan poca antelación cuando nopuede venir, lo único que consigue es perjudicar a sus compañeros.

 Mientras las escuchaba hablando indignadas empecé a ponerme nerviosa.En mi repertorio de emociones, la ira es casi inexistente. Solo me sentía algocontrariada por la falta de personal. Observé de reojo la expresión deSugawara e intenté hablar imitando exactamente los movimientos de susmúsculos faciales, igual que había hecho durante la formación. Repetí lasmismas palabras que había pronunciado ella:

—Vaya, ¿otra vez escaqueándose? Y precisamente ahora que vamos tanjustos de personal, ¡no me lo puedo creer!

 Sugawara se echó a reír mientras se quitaba el reloj y los anillos.

—¡Ja, ja! ¡Te veo muy enfadada, Furukura! Y con razón, ¡es que no puedeser!

 Nada más empezar a trabajar me había dado cuenta de que a miscompañeros les gustaba que yo compartiera sus motivos de enfado. Si mesolidarizaba con ellos, ya fuera para criticar al jefe o a algún compañero del


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