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Vi que sería inútil seguir insistiendo, así que saqué varias brochetas de lasexistencias de la nevera y fui corriendo a la caja con las manos llenas.

 Estaba conmocionada por la actitud de ambos. Me parecía inconcebibleque los empleados de una tienda prefirieran cotillear sobre la relación entreuna compañera y un excompañero antes que sacar una oferta de brochetas depollo frito a ciento diez yenes la unidad, cuando solían estar a ciento treinta.

¿Qué les había pasado?

Tuan, que me vio corriendo con la expresión alterada y las manos llenasde brochetas, vino a mi encuentro y cogió la mitad.

 —¡Vaya! ¿Las prepararemos todas? —preguntó con un poco de acento. 

—Sí, a partir de hoy estarán de oferta. El objetivo es vender cien. Laúltima vez que las pusimos de oferta vendimos noventa y una, así que ahorahay que cumplir el objetivo. Sawaguchi, una chica del turno de tarde, hizo uncartel gigante para hoy. Lo colgaremos y arrimaremos el hombro paraalcanzar el objetivo. Tiene que ser nuestra prioridad.

Casi se me saltaban las lágrimas mientras hablaba y no sabía por qué.

 —¿El hombro? —preguntó ladeando la cabeza, incapaz de entenderme.Al parecer, había hablado demasiado rápido. 

—Quiere decir que debemos estar unidos y trabajar juntos por un mismoobjetivo. Prepáralas todas tú mismo, Tuan. 

—¿Todas? ¡Aquí hay muchas! —exclamó él al oír mis instrucciones.

Yo asentí para confirmárselo, y empezó a preparar las brochetas conmanos inexpertas.

Fui corriendo al mostrador de comida rápida y colgué el cartel queSawaguchi había confeccionado trabajando dos horas extra. El cartelanunciaba: «¡Oferta! Nuestras jugosas y famosas brochetas de pollo frito,¡ahora por solo 110 yenes la unidad!»

Me subí a una escalera y colgué del techo el sólido cartel, hecho de cartóny cartulina coloreada. «¡Esta vez sí que vamos a vender cien!», había dichoSawaguchi antes de confeccionar aquel magnífico anuncio.

En horario de trabajo éramos colegas que unen sus fuerzas para alcanzarun único objetivo. ¿Qué les había pasado al jefe y a Izumi?

Unos clientes entraron en la tienda y dije en voz alta:

 —¡Bienvenidos, buenos días! ¡A partir de hoy tendremos las brochetas depollo frito a 110 yenes! ¿Les apetecen?

—¡Brochetas de pollo frito! ¡Aprovechen la oferta! —añadió en voz altaTuan, que estaba colocando en fila las brochetas recién hechas.

El jefe e Izumi seguían en la trastienda. Me pareció que ella se reía.


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