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Tenía sed, así que abrí el grifo, llené un vaso de agua y me lo bebí de untrago. Recordé haber oído en algún lugar que el agua que contiene el cuerpohumano se renueva aproximadamente cada dos semanas. Mi cuerpo ya habíaexpulsado el agua de las botellas que compraba en la tienda todos los días.Pensé que la humedad de mi piel y el líquido acuoso de mis globos ocularesya no se formaban con el agua de la tienda.

 En los dedos de la mano que sostenía el vaso y en los brazos me crecíanpelos negros. Hasta entonces había cuidado mi imagen para la tienda, peroahora ya no me parecía necesario depilarme. Me miré en el espejo apoyado enla pared y me di cuenta de que me había salido un fino bigote.

Solo me duchaba cada tres días en la ducha que funcionaba con monedasy lo hacía a regañadientes, obligada por Shiraha.

Yo, que solía juzgarlo todo según fuera conveniente para la tienda, ahorahabía perdido mi punto de referencia. No sabía en qué basarme para decidir siuna acción era racional o irracional. Antes de convertirme en dependientajuzgaba las cosas según su racionalidad, pero ahora no conseguía recordar enqué punto de referencia me basaba entonces.

 De repente, oí una melodía electrónica. Me volví y vi el móvil de Shirahasonando encima del tatami. Lo habría olvidado al salir. Al principio lo ignoré,pero no paraba de sonar.

Eché un vistazo a la pantalla pensando que quizá se tratara de unaemergencia y vi un nombre: Mala Bruja. Por instinto pulsé la tecla deresponder y, tal y como suponía, la voz de la cuñada de Shiraha me gritóenfadada:

—¿Se puede saber por qué no me coges el teléfono? Sé dónde vives, ¡asíque pienso ir a verte! 

—Yo... Hola, soy Furukura. 

—Ah, eres tú —dijo, calmándose inmediatamente al saber que hablabaconmigo. 

—Creo que Shiraha ha salido a comprar algo para comer. Supongo que notardará en volver. 

—Bueno, al menos hablaré contigo. ¿Le dirás a mi cuñado una cosa de miparte? La semana pasada me hizo una transferencia de tres mil yenes por eldinero que le presté y no he vuelto a tener noticias suyas. ¡Solo tres milyenes! ¿Es una broma? Me toma por idiota, ¿o qué? 

—Lo siento... —acerté a disculparme. 

—Haz el favor de ponerte seria. A fin de cuentas, tengo un pagaré firmadopor él. Dile que haré lo que sea necesario para recuperar el dinero —dijo la

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora