Oí que la puerta se abría y Shiraha entró en casa. Llevaba una bolsa deplástico del colmado de la esquina. Yo vivía a otro ritmo y ya ni siquierahervía las verduras para la comida, así que Shiraha se había acostumbrado acomprar comida congelada para acompañar el arroz.
—Ah, ¿ya te has levantado?
A pesar de que convivíamos en un piso tan pequeño, hacía varios días queno coincidía con él a la hora del almuerzo. El hervidor de arroz siempreestaba lleno y en marcha para mantener la temperatura, y mi existencia sehabía reducido a embucharme el arroz en la boca al despertar y volver ameterme en el armario para dormir.
Ya que habíamos coincidido, acabamos comiendo juntos sin saber muybien por qué. Shiraha descongeló alitas de pollo y empanadillas. Me llevaba ala boca lo que tenía en el plato, en silencio, alimentándome sin saber con quéfin. Me limitaba a masticar una y otra vez el arroz y las empanadillas hastaconvertirlos en una bola pastosa, incapaz de tragar.
Aquel día tuve mi primera entrevista. Shiraha, orgulloso, dijo que era casiun milagro que hubiera conseguido una entrevista de trabajo a pesar de quetenía treinta y seis años y solo había trabajado por horas. Hacía casi un mesque había dejado la tienda.
Me puse el traje chaqueta que no había vuelto a usar desde que lo habíallevado a la tintorería diez años atrás y me peiné cuidadosamente.
Hacía tiempo que no salía de casa. El poco dinero que había podidoahorrar trabajando por horas empezaba a escasear.
Shiraha me acompañó al lugar de la entrevista y me prometióentusiasmado que me esperaría fuera hasta que terminara.
Cuando salimos a la calle, el ambiente ya era de pleno verano.
Subimos al tren y nos dirigimos al lugar indicado. También llevabamucho tiempo sin viajar en tren.
—Hemos llegado demasiado pronto, falta más de una hora.
—¿Ah, sí?
—Sí. Tengo que ir al baño. Espérame aquí, ¿entendido? —dijo Shiraha, yse alejó andando.
Yo creía que se dirigía a unos lavabos públicos, pero lo vi entrar en unakonbini. Yo también tenía ganas de ir al baño, así que lo seguí. En cuanto lapuerta automática se abrió, oí aquel timbre que tanto había añorado.
—¡Bienvenida! —me dijo alegremente la chica que estaba en la caja,mirándome.
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La Dependienta
Teen FictionAUTORA: Sayaka Murata el orden de las paginas no son como en el libro original.