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—Yo se lo alcanzo, señora. ¿Es esto lo que quiere? —le preguntémientras cogía ágilmente un tarro de mermelada de fresa.

—Gracias —dijo ella con una leve sonrisa.

 La ayudé a llevar la cesta a la caja. Mientras sacaba el monedero, la mujervolvió a decir:

—Aquí nunca cambia nada.

Podría haberle contado que hoy se había marchado una persona, pero melimité a darle las gracias y empecé a escanear los productos de la cesta.

 La silueta de aquella clienta se superpuso al recuerdo de la anciana quehabía sido mi primera clienta dieciocho años atrás, la primera vez que mepuse tras la caja. Aquella mujer también llevaba un bastón y venía todos losdías, hasta que un día dejó de venir. Nunca supimos si su estado de saludhabía empeorado repentinamente o si se había mudado a otro barrio.

Sin embargo, yo repetí la misma escena. Después de seis mil seiscientossiete días, la mañana volvía a empezar igual que el primer día.

 Metí los huevos en la bolsa de plástico con cuidado. Eran los mismoshuevos que se habían vendido el día anterior, pero diferentes. La clienta metiólos mismos palillos en la misma bolsa, guardó las mismas monedas delcambio y le sonrió levemente a aquella mañana, que era la misma que laanterior.

Miho me había invitado a una barbacoa el próximo domingo, y habíamosquedado en su casa por la mañana. Cuando ya me había comprometido aayudarla con la compra, recibí una llamada de mis padres.

 —Keiko, mañana has quedado con Miho, ¿verdad? Ya que estarás al ladode casa, ¿por qué no te pasas a saludar en algún momento? A tu padre legustaría mucho verte.

—Huy, no creo que pueda. El lunes trabajo, y tendré que volver pronto acasa para descansar.

 —Claro. Qué lástima... Para Año Nuevo tampoco viniste. Otro día queestés en la ciudad procura pasar por casa.

—Vale.

Debido a la falta de personal, aquel año había trabajado desde el día deAño Nuevo. La tienda abría los trescientos sesenta y cinco días, pero durantelas vacaciones de Navidad las amas de casa tenían compromisos familiares ylos estudiantes extranjeros regresaban a sus países, por lo que siempre faltabagente. Quería ir a celebrarlo con mis padres, pero me di cuenta de que menecesitaban en la tienda y decidí ofrecerme para trabajar.

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora