le dije:
—¿Me puedo duchar en casa hoy?
Shiraha sacó el futón de la bañera y pude ducharme en mi casa porprimera vez en mucho tiempo.
Mientras estaba en la ducha, él siguió hablándome desde el otro lado de lapuerta.
—Has tenido mucha suerte al conocerme, Furukura. Si hubieras seguidocomo hasta ahora, habrías muerto abandonada como un perro. A cambio solote pido que sigas escondiéndome.
La voz de Shiraha sonaba muy lejana y yo solo oía el agua. El ruido de latienda que siempre resonaba en mis tímpanos se apagaba poco a poco.
Cuando terminé de enjuagarme, cerré el grifo y escuché el silencio porprimera vez en mucho tiempo.
Hasta entonces, el ruido de la tienda había estado siempre en mis oídos.Ahora no oía nada.
Aquel silencio que llevaba tiempo sin escuchar sonaba como una melodíadesconocida. Mientras estaba de pie en el cuarto de baño, inmóvil, el suelocrujía bajo el peso de Shiraha como si quisiera arañar aquel silencio.
Inesperadamente, como si aquellos dieciocho años de servicio hubieransido una ilusión, llegó mi último día en la tienda. Llegué a las seis de lamañana y estuve todo el rato mirando la cámara.
Tuan ya dominaba la caja y escaneaba ágilmente latas de café ysándwiches, y cuando le pedían una factura la imprimía con un rápido gesto.
En realidad debería haber anunciado mi marcha con un mes de antelación,pero debido a las circunstancias me permitieron dejarlo en quince días.
Recordé lo ocurrido quince días antes, cuando le había anunciado al jefeque quería dejarlo. Él había reaccionado con alegría.
—Ah, veo que por fin Shiraha empieza a comportarse como un hombre.
El jefe, que cuando alguien se marchaba siempre se quejaba porqueíbamos cortos de personal, parecía contento. Puede que aquel humanollamado «jefe» no existiera. Lo que tenía delante de mí era un simple machohumano que deseaba la procreación de su propia especie.
Izumi, que siempre se indignaba con los que se iban de repente porquedecía que era una actitud poco profesional, se acercó para felicitarme:
—¡Ya me lo han dicho! Qué bien, ¿no?
Me quité el uniforme, despegué la placa del nombre y se la entregué aljefe.
—Gracias por todo.
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La Dependienta
Teen FictionAUTORA: Sayaka Murata el orden de las paginas no son como en el libro original.