Capitulo 10

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Hanna

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Hanna

17 de noviembre

Sonrío a no más poder. Las personas que me observan se quedan perplejos, sorprendidos del brillo que hay en mi rostro.

La sociedad tiene una manera un tanto extraña de ver las cosas, están tan acostumbrados a estar absortos en sus propios problemas, ajenos a los demás, así que, simplemente asumen que todos deben guardarse lo que sienten. Verme demostrar mis sentimientos es algo fuera de lugar para ellos, lo toman como algo retorcido.

Mi vista recae sobre una cabellera negra, mas abajo, en la unión del cuero cabelludo y el cráneo, los ojos oscuros de Vera se encuentran ocultos por un par de gafas de sol, en una mano sostiene un teléfono, mientras que con la otra se aferra una enorme maleta.

Vera no encaja aquí, no entra en el margen de chica de pueblo, amable y sonriente todo el tiempo. Para ser sincera, yo tampoco entraba en esa categoría, aun sigo siendo una mujer citadina, pero con ella es otra cosa. El enorme abrigo café grita ''Mírenme, soy una chica de ciudad''. Su cabello que cae en largas hondas resalta sus delicadas fracciones.

—¡No! Yo te voy a explicar algo —señala al teléfono—. Mas te vale que cambies la información antes de que vuelva, de lo contrario, me veré en la obligación de cortar cabezas. ¿Sabes por donde voy a empezar? ¡Contigo!

La sonrisa en mis labios se congela, convirtiéndose en una desagradable mueca.

—Dime que ella no es la chica que venimos a recoger —suplica Diego, inclinándose hacia a mí.

—Bien. No te lo diré —susurro.

La boda esta a la vuelta de la esquina, literalmente. Después de aceptar la decisión de Travis, cosa que no me costo tanto, la boda fue fechada para mañana. Vera no estuvo tan contenta por eso, insiste en que es premeditado. Ella sabía a qué venía, pero nunca tuve el valor para decirle en que resulto mi viaje.

Evité hablar de lo sucedido con Travis, no hubo disculpas, tampoco llanto, solo seguimos como si nada hubiera pasado. Creo que es lo que hacen las familias, al menos la mía.

—¡Manhattan! —chilla Vera, notando mi presencia.

Ignoro a las personas que hay en la estación, dejo atrás a Diego, Vera deja caer la maleta, las dos simplemente corremos hacia la otra, chocando igual que dos autos sin control, estrellándonos. A diferencia de las piezas regadas por todas partes y las heridas corporales, al final del enfrentamiento, solo quedamos nosotras dos, Vera y yo, abrazadas sobre el sucio suelo, igual que dos locas.

—¡Te extrañe tanto! —confiesa, tumbándonos por completo.

—Yo igual —reitero.

Coloco un brazo detrás de mi nuca, usándolo como una dura almohada.

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