Por cientos de años, las personas destinadas a pasar el resto de su vida juntos se conocían en algún bar, parque, instituto, en el trabajo, incluso, en la calle. Siempre fue así, excepto para Hanna, quien al ya no tener nada que perder, decide encon...
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Hanna
Hay una fina línea entre la vida y la muerte. Un día estas aquí, y al otro segundo...
Tres vaqueros acudieron a auxiliarlo, corriendo para alcanzarlo antes de que fuera demasiado tarde. El toro aun golpeando las barras que lo separaban de cuerpo de Travis. Los gritos bailaban en el aire, una alarma anunciando la tragedia.
Mientras corro a un lado de la camilla, la imagen sigue repitiéndose en mi mente. Travis siendo golpeado por los cuernos del toro, su cuerpo volando en el aire, aterrizando al otro lado del escenario.
Su mirada esta mas que perdida, atontado por la máscara de oxígeno.
Grandes cantidades de sangre siguen empapando su camisa. Los enfermeros y el doctor siguen hablando entre ellos, empujando la camilla por el largo pasillo.
—Travis, por favor —lloro.
Su mano se mueve, buscando algo. Por instinto, sujeto su mano, me da un ligero apretón, sin mucha fuerza.
—Pidan un quirófano. Llamen al banco de sangre, reserven sangre extra por si acaso —ordena el doctor, presionando la enorme herida en el pecho de Travis.
Si cierro los ojos, el sonido de la gente jadeando y el presentador llamando al equipo de seguridad que aun permanecen en mis oídos vuelven las imágenes mas reales. Su cabeza golpeando la arena.
Travis comienza a emitir sonidos indescifrables, detalle que altera al doctor.
—Hay que llevarlo al quirófano ahora mismo, de lo contrario, no sobrevivirá —labra, ignorando mi presencia.
Una línea en el suelo marca un punto decisivo.
Intento avanzar mas allá, pero un enfermero se interpone en mi camino, prohibiéndome seguir, incluso, seguir con mi mirada la camilla donde Travis se debate entre la vida y la muerte.
—No puede pasar —advierte con voz dura.
Pierdo el hilo de la poca cordura que me quedaba.
—¡Soy su esposa! —lo golpeo en el pecho, protestando—. Necesito estar con él. Yo debo estar ahí —sollozo.
—Hanna —rodea mi cintura, apartándome de el—. Hanna, deja que hagan su trabajo.
Pataleo, le encajo mis uñas, hago todo lo posible para que me suelte. Diego sigue aferrado a mi cintura, resistiendo a mi desplante de furia.
—Hanna, debes tranquilizarte. No puedes ayudarle en el quirófano si no tienes un título en medicina —alega, jadeando.
—¡Soy su esposa! —fundamento sin hacer uso de la lógica.