Capitulo 32

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Travis

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Travis

18 de enero

Me equivoqué al pensar que en el rancho hacia un frio del infierno.

Froto mis manos entre si para entrar en calor, algo inútil. El frio aquí son cinco grados menos que en casa.

Observo a mi alrededor, atrapando las miradas curiosas de las personas que pasan por la acera, algunos pasean a sus mascotas, vestidos con abrigos gruesos a juego con los chalecos de sus mascotas. Verlos me hace cuestionar algo; ¿Hanna seria uno de ellos de no ser alérgica a las mascotas?

—Buenos días —gruño, incomodo.

No espero a que contesten, cierro la puerta de un portazo, ahogando los susurros.

Entiendo que no encajo aquí con esta vestimenta, para mi es normal usar sombrero y camisas de cuadros, sin embargo, quizás ellos nunca han visto a alguien vestido de esta forma. Al igual que, si ellos se aparecieran por mi rancho yo pensaría lo mismo.

Examino las casas de la perfecta hilera, buscando la que se parece a la fotografía que llevo en el bolsillo de mi chaqueta gruesa. Camino un par de pasos, plantándome frente a un hogar que parece ser decorado cada dos semanas, tan perfecto y cuidado. Saco la foto, extrañado, verifico las similitudes de ambas, llegando a la conclusión de que es la misma.

—Aquí vamos —susurro, ansioso.

Doy pasos confiados hasta detenerme en la puerta, al pasar por el jardín frontal me percato del enorme roble a lado de la cerca, un columpio cuelga de él, parecido al que tenía en mi infancia.

Fue una completa locura viajar hasta aquí, decidí venir en un arrebato de valentía, la euforia cruzaba cada vena de mi cuerpo al montarme en el avión, al estar en la ciudad renté un auto, pero ahí todo aquella excitación desapareció, pensé que permanecería en el asiento, conformándome con solo ver la casa.

Preparado para lo que viene, toco la puerta con mis nudillos. Aun mi mano esta en el aire cuando la puerta es abierta.

—¿Puedo ayudarte en algo? —interroga la chica.

Soy discreto al recopilar cada una de sus fracciones; castaña, ojos azules, piel blanca como el papel.

Lleva un termo a su boca sin quitar la vista de mí.

Afilo mi mirada, molesto.

—Eres guapo —señala, siendo.

Aclaro mi garganta antes de preguntar;

—¿Se encuentra tu madre?

Inclina la cabeza, pensativa.

—Está en la cocina —se hace a un lado, permitiéndome ingresar a la casa.

Dudoso, entro a la casa, investigando todo aquello que se cruza con mis ojos.

—No deberías permitir que los extraños entren —recrimino, paseándome en el recibidor—. En realidad, no deberías hablar con extraños.

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