Epilogo

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Travis

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Travis

Un año después...

Hay momentos cruciales que definen el resto de tu vida, unos mas importantes que otros, los cuales aparecen disfrazados de pequeñas acciones que uno nunca notaria que pueden cambiar el rumbo de tu futuro.

—¿Me das otro pedazo de carne? —inquiere Cassidy, levanta el plato desechable.

Dejo de prestarle atención al asador, apurándome a pasarle el trozo a mi hermana.

—Eso se ve delicioso —señala Hanna, robando un pedazo directo del asador.

—No hagas...

Demasiado tarde. Cuando me giro, Hanna ya se encuentra retorciéndose de dolor, saltando mientras su lengua se quema por el pedazo de carne.

—Cariño —le entrego un vaso de agua—, te lo dije.

Me mira con sus enormes ojos cristalizados, molesta por mi reclamo.

Los demás siguen charlando entre sí, ajenos al pequeño momento de crisis que hemos sufrido.

—Hanna.

—¿Sí? —coloca el vaso vacío sobre la mesa, curiosa.

—¿Por qué el padre de Vera esta tan cerca de los corrales?

Levanto la mirada del asador, volviendo a observar al frente, donde a un par de metros el papá de la mejor amiga de mi esposa no deja de acariciar a los animales, emocionado.

—Déjalo —pone una mano sobre mi espalda, repartiendo caricias, un toque intimo—. Ha vivido toda su vida en la ciudad, nunca había visto a una vaca.

Sonrío de lado, divertido.

Vera presta atención a nuestra conversación, intrigada.

—Esa no es una vaca —suelto, mis ojos relucen llenos de diversión.

—¡Papá, deja ese toro! —grita Vera, corriendo en dirección hacia el hombre, alarmada.

Suelto una carcajada, recordando lo que se siente ser embestido por un toro.

—No seas malo —reclama Hanna, refunfuñando.

Dejo el par de pinzas a un lado, yendo directo a robarle un beso a mi mujer, tomándola desprevenida. Al separarnos, me encuentro con sus mejillas sonrojadas, desorientada.

Me fascina seguir teniendo el mismo efecto en ella. Cada beso y caricia que reparto sobre su cuerpo siguen luciendo como si fueran los primeros, hacen que sus mejillas se tornen de color rojo y se eleven de manera que formen una sonrisa, su piel se estremece bajo el placer, al igual que, el mismo brillo emocionante aparece en sus ojos.

—Vamos a dentro —pido, tomándola de la muñeca para poder arrastrarla conmigo.

Intenta protestar, balbuceando oraciones que no logran llegar a ver la luz por completo cada vez que pasamos por un lugar y ella se distrae fácilmente. La casa ha cambiado significativamente en los últimos años, decorada con un toque femenino que nunca podría haber tenido sin Hanna.

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