Lo complicado de la vida es que, nunca se deja de extrañar o por lo menos el corazón, nunca olvida por quien late.
Solo habían pasado dos días, tan solo dos días, lentos y tortuosos, pero no podía dejar de pensar en él, aunque se hacia la dura y decía que no quería verlo ni en pintura, ella sabía que era más que mentíra, por dentro se moría por verlo, porque la buscara y...
—Ya cállate Victoria...—Refunfuño arrugando una hoja y lanzandola junto a las otras, que yacían en una esquina.—¿Es que es mucho pedir concentrarte en tu trabajo? Llevas toda la maldita tarde aquí y no has hecho absolutamente nada productivo ¿Crees que las hojas las regalan?.—Se quitó los lentes con pesar y tras pasar unos segundos sonrió con amargura.—Ahora hablo sola... claro, amor propio le dicen.
Se levanto del escritorio dejando escapar un suspiro, se sentía agobiada, tenía tantas cosas encima que ya ni sabía por dónde comenzar, estaba cansada, el día anterior había discutido con Max por lo mismo de siempre, María, esa muchacha que la hacía sentirse extraña, como si la conociera de algún lugar y para colmo, Fernanda ya ni quería dirigirle la palabra, todo por Osvaldo, sabía que de alguna u otra manera haría lo posible por ponerla en su contra, a veces solo quería desaparecer y desconectarse de todo.
Estaba tan concentrada mirando por la ventana que ni siquiera se había percatado de que tocaban la puerta, hasta que está se abrió.
—Victoria.
Ni siquiera quería girar, estaba estática.
—Ay no...—Murmuró, respiro hondo hasta que se giró hacia él, era él.—¿Quien te dijo que podías pasar? ¿No te enseñaron a tocar o qué?.
Heriberto sonrió, se veía hermosa enojada y más cuando fruncía tanto el ceño.
—Que grato recibiendo, creo que nunca me habían recibido de mejor manera que está.—Cerraba la puerta por completo.
El traicionero corazón se aceleraba como loco en su pecho y se agitó más, cuando diviso aquél ramo de rosas que tenía en sus manos.
—No las quiero.—Se cruzaba de brazos.—tiralas, y hazme el favor de retirarte, no me apetece volverte a ver.—Lo miraba con frialdad.
Heriberto dejaba de sonreír, habían cosas que no entendía.
—¿Estás terminando conmigo Victoria?.—Dejaba las rosas sobre el escritorio.—¿De verdad quieres que desaparezca de tú vida?.
—Lo hiciste dos días, puedes hacerlo lo que te resta de vida.—Soltó con voz casi que temblorosa.
—Lo curioso de todo esto, es que durante estos dos días no dejé de pensar en ti en ningún momento Victoria, imagínate lo que sería los años que me quedan, un verdadero martirio.—Se acercaba lentamente sin dejar de mirarla.
—No quiero que te me acerques.
—Eres la mujer de mi vida Victoria y sé que tú también me amas de la misma manera que yo.—Se detuvo frente a ella.—¿O me equivoco?
—Por completo...—Titubeo, quizo dar un paso atrás pero los imponentes brazos de ese hombre se lo impidieron, la tomó de la cintura de una manera que todo su cuerpo tembló.—Sueltame Heriberto te lo advierto.
—No voy a soltarte, me estás mintiendo, no te voy a dejar ir así tan fácil Victoria, siempre regreso a ti y yo ya no pienso pelear contra lo que siento.
—Pero yo deseo...
Ni siquiera la dejó protestar, se apoderó de sus labios en un beso tan apasionado que ni siquiera se molestó en detenerlo, retrocedieron hasta que ella pudo sentir la pared tras de si, lo tomó de los hombros con fuerza mientras sentía como la mano caliente de Heriberto se deslizaba bajo su falda.
—Dime que eres mía...—Ronroneo con voz deseosa contra los labios de Victoria.
Tenía más mejillas sonrojadas, y una palpitante punzada en su interior que ya no formaba parte de los latidos desenfrenados del corazón.
—Soy...—Jadeaba, unos dedos traviesos se adentraban en su interior, con una delicadeza casi tortuosa.—Tuya...yo soy tuya...—Repitió con los ojos cerrados.
Heriberto estaba cegado de deseo y loco por hacerle el amor, hizo que abriera un poco más las piernas e introdujo uno de sus dedos a una profundidad que tuvo que callarlas a besos.
—Te van a escuchar...—Susurró contra su boca.
Sacó la mano bajo de la falda y toqueteo los senos de Victoria, quien respondió con gemidos ahogados contra los labios de ese hombre, la besó con frenesí mientras desabrochaba la camisa y retiraba el brasier, tuvo que alejarse un poco para poder admirarla por completo, esa mujer lo tenía loco. Tomó uno de los senos en la boca y lo succionó, haciendo que Victoria se estremeciera, era como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo de una manera excitante, lo tomo del cabello animando a qué siguiera haciéndolo hasta que no pudo más y Heriberto sino con besos candentes hasta tomar su boca.
—No puedo...más...—Decia sintiendo como el deseo acumulado en los pantalones de Heriberto rozaba contra ella.
Le subió la falda hasta la cintura y le retiró la ropa interior, comenzó a besarla nuevamente hasta que pudo bajarse los pantalones, hizo que cruzara las piernas en su cintura y de un solo golpe se clavó en su interior.
«Atame, me susurraste.
Y al final yo acabé atado a ti.»