Capitulo 20-Un poco de chispa.

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Todos tuvimos miedo alguna vez, de no ser...correspondidos.













Heriberto se quedó sin aliento, tuvo que exhalar con mucha fuerza para poder sacar todo el aire que retenía en los pulmones, no sabía si era el alcohol o las ganas de tomarla allí mismo y hacerle el amor. Su corazón estaba tan acelerado que no había manera de controlarlo. No lo pensó dos veces y solo sucedió, la besó con toda la pasión contenida sin ninguna clase de remordimiento, estremeciéndose con el dulce sabor de su boca, no entendía como es que una mujer podía hacerle perder la cabeza de aquella manera ¿Que había pasado?.

Victoria se pegaba a él, rozando sus cuerpos en una fricción arrolladora, era como si sus pieles se encendieran en cada rose. No podía negarlo, algo en ella estaba surgiendo y mientras sucedía, se negaba a ponerle algún título.

—Victoria...—Susurró contra sus labios, respirando con dificultad.—que me estás haciendo...

Posó las manos en su trasero y lo azotó con fuerza. Ella abrió muy grande los ojos a causa de la sorpresa, pero lo que vio reflejado en él era más fuerte que el mismísimo fuego, la vértice en su entrepierna palpitaba gustosa de todo lo que le podía ofrecer aquel hombre.

—¿No te gusta?.

Él sonrió irónicamente, mientras le hacía sentir la dureza que luchaba por salir de los pantalones, Victoria jadeó al sentir el poder que ejercía en Heriberto.

—¿Te parece que no me gusta? Maldita sea Victoria.—Parpadeo un par de veces tratando de contenerse, la apretaba muy fuerte contra él.—si estuviese borracho te juro que en este preciso momento, te arrancaba el vestido y te hacía el amor salvajemente, no me iba a importar si alguien nos veía, para mí solo seríamos tu y yo, sintiéndonos el uno al otro.—Apretó los dientes de tan solo imaginarse bombeando dentro de ella, las malditas ganas crecían como la espuma.

La sola idea de verse reflejada es una escena como esa la excitaba, era difícil de explicar todo lo que sentía y las ganas tan grandes que tenía de que le hiciera el amor, de que la hiciera gritar como nadie antes lo había hecho.

—Hazlo, hazme el amor tan duro...que no pueda caminar después, soy toda tuya...—Susurró con tanta sensualidad en la voz que se sonrrojó.

Heriberto la tomó de los hombros y volvió a besarla pero está vez, como queriendo devorarla, el beso fué tan fuerte que tuvieron que separarse porque no podían respirar.

Él se cubrió el rostro con las manos tratando de tranquilizarse mientras negaba con la cabeza.

—No Victoria.

Ella lo miraba sin entender ¿Acaso la estaba rechazando?.

—¿No que?.—preguntó algo temblorosa, tenía los labios rosaceos y ya no era por el labial. La pasión era tan poderosa que hasta dolía.

—Las cosas no pueden ser así.—La miraba tratando de mantener distancia y de no mandar todo al mismísimo demonio.—no puedes venir como si nada y pretender que este a tu disposición cuando a ti te de la gana, discúlpame Victoria, pero no puedes jugar conmigo de esta manera ¿Yo te amo ok? Pero eso no significa que no me duela lo que estás haciendo.—Tenia que decirlo.

Fue como un golpe directo al corazón, una sensación muy extraña que le calaba en el pecho.

—No estoy jugando contigo Heriberto.—El dolor de las palabras se veía reflejado en ella.—Si estoy aquí es por tí.

Él negó con tristeza.

—No, estás aquí por ti, porque no quieres estar sola, solo quieres sexo pasar un buen rato y ya, desaparecer un par de días hasta que quieras volver a verme.—Bajó la mirada.—no puedo hacer esto, me estás matando Victoria, te tengo aquí.—Señalaba su pecho.—y no tengo idea de como demonios sacarte, no puedo y no debo seguir con esto.—Retrocedia un par de pasos.—solo seré estrictamente el doctor de tú hija.

—No quiero y no me da la gana.—Endurecia las fracciones.

—Dame un solo motivo Victoria.

Ella permaneció en silencio y él supo que tenía que marcharse, ya era suficiente con todo lo que estaba sufriendo. Se dió la vuelta con intenciones de irse.

—Ni se te ocurra.

Victoria se acercó a él sin dejar de mirarlo fijamente.

—Victoria.

—Por que me estoy enamorando del maldito imbécil que me chocó.

Todo pareció congelarse entre ellos, como si choques eléctricos comenzarán a danzar por todas partes, pero sobretodo, en el corazón de Heriberto.

—¿Que dijiste?.

—Que me saques de aquí ahora mismo.






















«Hazme el amor que tanto dices tenerme.»

La Dama De Hielo. V&HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora