El amor es tan incomprensible algunas veces, que tiende a desvoronarse.
Victoria solo miraba a Heriberto, tan penetrante que se podía reflejar el fuego en ella, estaba enojada y con un millón de sentimientos traspasando su corazón, miro a María y solo dejo que un suspiro escapara de sus labios, se dió la vuelta en silencio y salió de la habitación, no tenía ganas de lidiar con eso.
—¡Victoria!.—Exclamo saliendo tras ella.
Pero ella no se detuvo, a paso firme siguió su camino esta llegar al ascensor.
—¡No!.—Evitando que Heriberto la tocara.—Podria exigirte una explicación, pero ¿Sabes que? No tengo ganas de esto.—Se adentraba en el ascensor.
—¿Una explicación? Victoria soy médico, podrías dejar de pensar lo peor de las personas.—Evitaba que las puertas se cerraran.—No has hecho más que hacerle la vida de cuadritos a María ¿Que te ha hecho a ti?.
Victoria elevó la barbilla aguantando las ganas de gritar, era lo único que quería en ese momento.
—Necesito estar sola...—Apretaba los dientes.—por favor.
Heriberto la miro fijamente por algunos segundo y solo asintió.
—Como quieras Victoria, esto...—Elevo las manos y las dejó caer en claro signo de resignación.—No quiero pelear...—Murmuro cuando las puertas se cerraban.
Ella se mantenía imponente hasta que esas puertas se cerraron, se recargó del metal mientras una que otra lágrima bajaba por sus mejillas ¿Que sucedía con ella? Quizás el amor la estaba haciendo más vulnerable. ¿De verdad valía la pena todo aquello? El amor.
—Pero como te hace gritar cuando está encima de ti...—Refutaba.
La puertas se abrieron y no hizo más que desaparecer de aquel lugar. Cuando estuvo tras el volante se limpió las lágrimas, le sonrió al espejo y nuevamente rompió a llorar, se sentía estúpida ¿Porque Heriberto no había bajado a buscarla? Quizás necesitaba ir a un psicólogo, porque nada de eso era normal. Encendió el motor del auto y de dió un par de minutos para salir de allí.
Heriberto miraba fijamente una fotografía, era Victoria, su amada Victoria, era una mujer complicada, pero sabía que su corazón no era de piedra, no como al principio creía, tenía muchas dudas y conflictos consigo mismo pero eso no significaba que la dejaría ir tan fácilmente, era la mujer que quería para el resto de lo que le quedaba de vida, solo necesitaba aprender a entenderla, guardo la pequeña foto en la guantera del auto, y salió sin rumbo fijo, era algo tarde pero tampoco tenía nada importante que hacer, ir a su casa no era una opción y Victoria...tampoco podía permitirselo, o eso creía. Terminó estacionando en un parque, se sentía muy agradable y lo mejor de todo es que no habían muchas personas. Camino unos minutos hasta que se detuvo a la orilla de un bonito lago, ¿Porque no había ido antes? Se sonrió al sentirse diferente.
—¿Es hermoso verdad?.
Heriberto se giró buscando a la dueña de aquella melodíosa voz, creía que estaba solo.
—Si...es muy agradable el lugar.—Dijo mirando a la mujer de ojos azules.
—Disculpe por interrumpir su momento de reflexión, se que algunas veces necesitamos tiempo con nosotros mismos.
—Acabo de descubrír este lugar, solo me detuve sin planificarlo, no sabía que existía, pero realmente lo necesitaba.—Confesó con una pequeña sonrisa.
—Todos los días descubrimos algo nuevo, vengo a este lugar cada vez que me siento agobiada, no necesitamos de grandes cosas para sentirnos mejor, de lo contrario, usted no estaría aquí.—Lo miraba fijamente.
No pudo evitar observarla, tenía algo curioso, la gargantilla que adoraba su cuello probablemente costaba una fortuna y en la forma en que vestía...no parecía una persona que frecuentara aquellos lugares muy seguido.
—No cree que...
—Lo sé.—Dijo con voz calmada.—No estoy sola.—Aseguró señalando un guardaespaldas a la distancia.—no tenía planificado venir, solo que a veces las cosas no salen como se supone que deben...—Dijo como voz apagada.
—Y me lo dice a mi.—Miraba en dirección al lago.—creo que acabo de darme cuenta que hay mucho por descubrír, la vida no solo se basa en ganar de dinero ¿Que hay de nosostros? ¿Que hay de todo esto?.
La mujer sonrió mostrando una dentadura perfecta, un pequeño destello de luz de reflejaba en su mirada.
—Encontre a mí marido a medio vestir con mi secretaria, busque entender que había hecho mal y fué cuando me detuve a pensar ¿Porque debo cuestionarme yo cuando él que no supo respetarme fue el?. De que sirve, tener tanto dinero, viajes de lujo, fama, esforzarse por tantas cosas si hay personas que no lo valoran.—Se detuvo un momento.—a veces necesitamos estar en lugares que nos generen paz, como este.—Señaló.
—Lo lamento mucho...se que no nos conocemos pero tiene algo que me hace pensar, que es una buena mujer y que no merecía nada de eso, nadie lo merece.—Se corrigió.
—Nada tiene porque ser perfecto.—Se encogía de hombros.—Da igual, hay millones de personas en este mundo, ya llegará alguien que sepa lo que es el respeto y la lealtad y si no, tampoco me molesta estar sola.
—Muy cierto, por cierto.—se sonrió.—Heriberto Ríos Bernal.—Le ofrecía la mano.
—Alicia Madriz, un gusto en conocerlo.—Le estrechaba la mano.
Caminaba metido en sus pensamientos, realmente no estaba prestando atención a las personas que estaban en el lugar, eran pocas pero no le interesaba saber si algún rostro se le hacía familiar, dió un par de pasos hasta que una voz de le hizo familiar...¿Era ella?.
—Heriberto...
«Donde el alma sonría, ahí es.»