Sara ingresó al consultorio completamente avergonzada, aún temblaba de los nervios.
—Doctor discúlpeme, no pude detenerla...
Victoria salió del trance en el que estaba y la fulminó con la mirada, la joven tragó en seco, esa mujer era realmente intimidante, más de lo que le gustaría admitir.
—Ya hablaremos Sara, ahora por favor retirate.—No le quitaba la mirada de encima a Victoria, no lo podía creer, era como si de un momento a otro le hubiese quitado la respiración, estaba hermosa, le parecía curioso que fuese ella quién lo buscase, no obstante en sus ojos no habían más que confusión y una mezcla extraña que no sabía de qué manera interpretar.—Y que esto no se vuelva a repetir.
—Si doctor.—Evitó mirar a toda costa a la mujer de ojos verdes y se encaminó a la puerta nuevamente, su corazón aún estaba acelerado.—Con permiso.
Victoria esperó a que la secretaria cerrara la puerta para centrar completamente su atención en Heriberto. ¿Es que acaso era una broma? Tenía que ser un error. No iba a negarlo era muy guapo y se veía muy bien vestido de bata blanca, para ella era algo así como afrodisíaco.
—No es que esto es inaudito.—Se pasaba las manos por el rostro tratando de calmarse, porque dentro de ella su corazón estaba estallando.—Tú no puedes ser el maldito doctor que necesito.
Heriberto se cruzó de brazos mientras la analizaba, siempre a la defensiva quién lo diría, tenía una peculiaridad bastante interesante.
—Si tanto te molesta que sea yo, ve a recepción y verifica, no fui yo quien te buscó.—Se mostraba sereno, aunque le gustaba, su actitud de cierta forma le incomodaba era como si se creyera superior a cualquier otra persona.—ahora si me disculpas...—Le señalaba la puerta.—tengo pacientes que atender.
Victoria apretó los dientes frustrada, sin saber que pensar o hacer, era una muy mala jugada del destino, como si se estuviese burlando de ella.
—Maldita sea...—Refunfuño entre dientes, habían una gran cantidad de certificados colgados en la pared con su nombre, no habían dudas, era él.—esto no puede ser posible.—Cerró los ojos unos instantes sacando todo el aire retenido en los pulmones.—No importa, quién lo diría y yo que pensé que eras un pobre imbécil.—Se cruzaba de brazos sarcástica.
Heriberto se sonrió un tanto amargo.
—Ya vez que no, por algo estás aquí buscándome, pero como verás hoy no tengo tiempo para atenderte, si quieres una cita ve con Sara para que te agende una de lo contrario...—Se encogía de hombros como si no le importara.—puedes ir saliendo por esa puerta ahora mismo.
Victoria abrió la boca indignada ¿Quién se creía ese doctor? Algo tenía que la alteraba, en todos los aspectos posibles.
—No me voy a ir fíjate, según eres unos de los mejores especialista que existe en este país y necesito...de tus malditos servicios.—Dijo no muy agusto con la situación.
Heriberto dejó los lentes a un lado del escritorio y se levantó de la silla, no iba a permitir una insolencia por parte de Victoria, él no era uno de esos que le tenía miedo, con él no podría. Era hora de que alguien la pusiera en su lugar.
—Solo hago mi trabajo, y las cosas no son así Victoria, no tienes el poder de todo lo que te rodea, conmigo las cosas no funcionan de ese modo.—Le espetó en completa seriedad.
A Victoria se le endureció la expresión, nadie la hablaba de esa manera, ni mucho menos se le negaba.
—¿Cuánto quieres? Dime el precio que sea, no me importa.—Su hija valía todo el dinero del mundo.