48. Perdón

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Soleil

Al llegar a mi casa la cual estaba en total silencio, ambos subimos las escaleras para entrar en mi habitación.

Hace poco había cambiado el color de las paredes a un color durazno. Por lo que no me sorprendió que Lukas se quedara observando con detenimiento mi habitación con aprobación. Antes estaba de color azul cielo, pero con este nuevo color, la habitación se veía más iluminada.

Ambos seguíamos callados y eso me generó nerviosismo por lo que solté lo primero que se me vino a la mente. Le sugerí que fuera a darse una ducha para que se sintiera más fresco y él aceptó. Mientras él estaba en el baño, saqué una muda de ropa que hace tiempo había dejado en mi habitación para dársela. Al salir, yo entré al baño para darme una ducha también.

Me tomé mi tiempo y al salir con un short negro y una playera del mismo color con una margarita estampada en el centro; entré a mi habitación.

Lukas se encontraba acostado en mi cama dándole la espalda a la puerta. Caminé hacia el otro extremo para acostarme del otro lado. Siendo así que ambos estábamos acostados de lado, frente a frente. Él tenía los ojos cerrados, pero al sentir cerca mi aliento los abrió.

Nos miramos fijamente. Yo admiré sus ojos azules y él mis ojos violetas. Había tanto que todavía teníamos que hablar, pero en ese momento no tenía ganas de hacerlo y al parecer él tampoco.

Alzó su mano derecha y la puso sobre mi mejilla. Se había quitado esa pulsera ancha y de cuero en el momento que se bañó por lo que logré a mirar un poco la marca en su piel que le decía a todo el mundo que él era "El guardián del laberinto", ya que era así como ocultaba ese hecho.

Sólo se limitó a acariciar mi mejilla con su pulgar mientras me veía tranquilamente, como si fuera algo digno de admirar con tanto detenimiento. Parecía renuente a hacer algún otro movimiento conmigo, de modo que suponía que no me había perdonado del todo.

Aun así no podía dar un paso hacia atrás, no cuando gran parte de nuestra pelea había sido mi culpa. Por lo que acerqué más mi rostro al suyo hasta que nuestras narices se tocaron. Esperé una reacción negativa ante esto, pero al ver que sólo seguía mirándome fijamente, acerqué mis labios a los suyos y le di un pequeño beso.

Alejé mis labios para mirar su reacción en el rostro, pero él no me dejó pues volvió a besarme; y yo continúe. Provocando que nos besáramos con ímpetu y total desesperación. Mordiendo nuestros labios y tocando nuestras lenguas como si se estuvieran abrazando.

Ambos nos dejamos llevar por las sensaciones que nos provocan los besos y las caricias que nos damos mutuamente, hasta que nos desprendimos de cada prenda de ropa que hace poco nos habíamos puesto. Entonces nuestros cuerpos se movieron en sintonía ante el placer indescriptible que siempre sentimos al hacer el amor, provocando jadeos y gemidos hasta llegar al clímax.

***

Dejé de moverme arriba y abajo cuando toda mi esencia manchó su duro abdomen. Él me sostuvo de la cintura y alzó su cadera para darme las últimas embestidas que lo hicieron correrse dentro de mí.

Exhausto, me dejé caer en su pecho mientras recuperaba el aliento. Era la cuarta vez que lo hacíamos.

— ¿Cómo es que lo haces eh?— pronunció al fin y yo alcé mi vista con el ceño fruncido.

—¿Qué?— pregunté curioso.

— Siempre logras calmar mi mente y mi corazón. — Respondió.— Antes con unas cuantas palabras, después con un beso y ahora... con sólo tenerte cerca.— Me dio un beso en la frente para después besarme hasta dejarme sin aliento.

Después del Ocaso (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora