Capítulo 15

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Samael me miró fijamente mientras extendía el café hacia él.

-Serían cinco dólares, caballero -lancé con voz comercial y su cara se desencajó.

-¿Cinco dólares por un puto café? -fingí inocencia y reviso el menú colocado encima de mi cabeza-. Ahí dice dos dólares, Ana.

-Lo demás es la propina, ¿sí? -dije y coloqué el café en sus manos.

-¿Por qué no mejor sales a la calle a asaltar? Es lo mismo -gruñó sacando su billetera.

-No seas tacaño, eres rico -tomé el billete que me pasaba y comencé a buscar su cambio en la caja registradora.

-Quédate con el cambio -espetó coqueto y lo mate con la mirada. Era un bipolar-. Ya, pero en serio, ¿por qué entraste a trabajar aquí?

-¿Por qué no?

-¿Necesitas dinero?

-Samael, tengo mucho tiempo libre. Aún estoy en mi primer año y todo es muy relajado. Siempre es bueno tener dinero extra.

-Puedo dártelo -rodé los ojos.

-Estoy bien, gracias.

-Oye, disculpa. Solo quería felicitarte, fue el mejor café que he probado -un cliente nos interrumpió. Le sonreí.

-¡Oh, eres muy amable! Muchas gracias, vuelve pronto -él me devolvió el gesto y se marchó. Cuando mi vista volvió a Samael me miraba serio.

-"Muchas gracias" -dijo imitándome y me miró mal. Empecé a reír.

-¿Qué te pasa? -dije cuando logré recuperarme.

-¿Te gusta? -lanzó.

-¿Qué?

-Ese chico, ¿te gusta? -lo miré confundida.

-¡No! -me miró unos segundo como si me descifrara y luego volvió su atención al café que tenía en las manos.

-No está tan rico, he tenido mejores -rodé los ojos con diversión y se marchó. El mentiroso ni siquiera lo había probado.

Mi turno se acabó y al terminar de cambiarme salí para tomar el tren que me llevaría a casa. El hombre recostado sobre el lujoso auto negro hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. 

Sonrió al darse cuenta el efecto que causaba en mí.

-Hola, mi niña -me saludó cuando estuve frente a él, pero ya yo no estaba ahí, me había derretido.

-Hola, Señor... -lancé mientras acomodaba algo de pelo detrás de mis orejas.

-¿Qué tal el trabajo hoy? -me tomó de la mano acercándome un poco más a él.

-Estuvo bien, un chico me dijo que el café que le prepare era el mejor que había probado -espeté con orgullo y dejó de sonreír.

-¿Viene muchos chicos? -asentí mientras acomodaba un poco su camisa. Aún no decidía si me prefería verlo con su traje completo o sin su chaqueta, como estaba en estos momentos.

-Deberías buscar otro trabajo -abrió la puerta del auto para mí.

-¿Por qué? -pregunté al subirse del lado del conductor.

-Porque al parecer van muchos hombres, hombres que te dicen esas cosas, cosas que sé, te hacen sonreír. ¿Por qué le querrías sonreír a otra persona? -lanzó viéndome y sus labios se sellaron al darse cuenta todo lo que había soltado.

-¿Solo quieres que te sonría a ti, Azrael? -dije divertida y su vista fue a parar al frente.

-¿Qué quieres cenar? -ignoró mi pregunta y tomé su cara haciendo que me mire.

-¿Quieres que solo te sonría a ti? -espeté de nuevo haciendo que me mire.

-Es tu decisión, puedes sonreírle a quien quieras -lanzó restándole importancia y se escapó de mi agarré-. Vayamos a uno de los restaurantes del centro.

-Claro... -miré hacia la ventana.

Si no lo admitía por las buenas, lo haría por las malas.

Llegamos a un lindo restaurante italiano y empecé con mi plan. El chico en la entrada nos saludó y le regalé una sonrisa coqueta. Él me miró fijamente devolviéndome el saludo con el mismo gesto, pero su sonrisa se calló al suelo cuando su mirada chocó con el hombre que yo tenía al lado.

Y así lo fui haciendo con cada persona con la que tenía contacto. Para este punto, Azrael peinaba hacia atrás su abundante pelo marrón, posiblemente, si no fuera un Ser inmortal, ahora fuera calvo.

-¿Todo bien por aquí? -el joven camarero que nos atendía se nos acercó.

-Sí... -lanzó Azrael ya de un humor de perro.

-Sí, muchas gracias. Todo estuvo muy rico, felicita al chef de mi parte -le sonreí viéndolo fijamente.

-La cuenta, ¡ya...! -gruñó. El chico no dejo que lo repitiera de nuevo y fue por ella-. ¿Puedes detenerte? -dijo cuando estuvimos solos de nuevo y fingí inocencia.

-¿Detenerme? ¿Qué estoy haciendo? -resopló y pagó inmediatamente obtuvo la cuenta. Me tomó de la mano sacándome de ahí.

-Adiós -le dije al portero enseñándole mis dientes, como si quisiera ponerle la cereza al pastel.

-Ana, en serio... -me advirtió cuando volvió a tenerme solo para él. Nunca lo había visto más estresado.

-En serio, ¿qué? -le lancé retándolo.

-¡No quiero que le sonrías así a ningún otro hombre que no sea yo! -gruñó lo que le quemaba el pecho viéndome directamente a los ojos.

Por fin, tenía lo que quería y le sonreí.

-Azrael... -susurré.

-¡¿Qué?! -él seguía alterado.

-Aunque no te esté sonriendo específicamente a ti, puedes estar seguro de que mi felicidad tiene que ver directamente contigo -dije con toda sinceridad y sus hombros se relajaron.

La bestia que había despertado, ahora estaba domada.

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Y el Señor Dios dijo: 

"No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea"

Génesis 2:18




La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora