Capítulo 20

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Ana

Ir al supermercado con Azrael era toda una travesía, parecía un niño.

Le gustaba el chocolate, apunté.

Llegamos a la casa donde ya nos esperaban Camila y Gabriel, quienes se habían quedado a preparar las cosas para la parrillada que habíamos planeado en la azotea.

-¡Ya llegamos! -grité cruzando el umbral de la puerta y al ver a quien tenía en frente sonreí-. ¡Vaya, qué linda sorpresa! ¡Está aquí! -le sonreí y fui hasta su encuentro. Solo nos habíamos reunido un par de veces, pero por alguna razón, siempre me llenaba el corazón verlo. Me recibió besando mi frente como siempre.

Azrael, quien por fin cruzaba la puerta con un montón de bolsas en las manos, dio la vuelta por inercia, reaccionando a una velocidad inhumana, con intenciones de volver a salir por donde justo habia entrado al chocar miradas con él.

-Que ni se te ocurra... -gruñó Miguel viendo sus intenciones de marcharse y él, como niño obediente, se detuvo de inmediato. Los miré confundida.

Camila se acercó hasta él pegándolo hasta nosotros.

-Saluda, Azrael. No seas tímido. Es tu suegro.

Los tres la miramos con sorpresa.

Azrael

Si tuviera corazón, ahora mismo lo hubiera escupido. ¿Cómo es que a mi amigo le gustaba tanto una chica como esa? No tuve tiempo de pensarlo mucho, pues el ángel mayor frente a mí detuvo el tiempo.

-¿Que esa chica acaba de decir? -el hombre espetó como si fuera un chirrido. Su cara se empezaba a poner roja.

-Ahmm, Señor... no es lo que cree, yo...

-¿Qué te hace pensar que puedes estar con Ana sin mi consentimiento? -gruñó y sus enormes alas se extendieron. Doblaban el tamaño de lamias por mucho.

-¡Waaahh! -yo estaba listo para desaparecer de ahí, cuando la voz de la chica nos tomó por sorpresa a todos.

¿Cómo?

-¿También pueden detener el tiempo? -chilló y empezó a mover su mano izquierda frente a la cara de su amiga como si quisiera confirmar que ella no podía moverse.

-¿Cómo hiciste eso? -su padre fue el primero en reaccionar. Ella se encogió de hombros como si no hubiera hecho nada y siguió comprobando como se veía el mundo en pausa.

Gabriel, Miguel y yo nos miramos, estábamos asombrados.

Todo volvió a la normalidad poco después, para bien o para mal, ahora teníamos otro tema que nos interesaba más y nuestra supuesta relación habia pasado a un segundo plano.

Estábamos sentados en la azotea viendo a las chicas bailando y tomando una cerveza de dudosa reputación, el clima era increíble y el cielo estaba estrellado.

-¿Cómo lo hizo? -Miguel repitió en un susurró.

-Nunca habia pasado antes... -dije con sinceridad.

-Con la edad va adquiriendo más dones -ambos miramos a Gabriel, quien también nos acompañaba.

-Casi cumplirá veinte, ¿no? ¿Por qué de repente es capaz de hacer cosas que antes no? -los tres la miramos. Tenía sentido.

-Esto no me gusta para nada, Azrael... -Miguel me miró serio, sinceramente a mí tampoco.

-¿De qué será capaz cuando cumpla veintiuno? -mi amigo, a diferencia de nosotros, estaba fascinado. Como si frente a él tuviera un misterio que tenía que resolver.

-¿A qué te refieres? -pregunté.

-Veintiuno, tres veces siete. El siete es el número afín con nuestro padre. Aún no estoy seguro, pero si no estoy mal, cada siete años ella salta una vara haciéndose menos humana y más ángel.

Todo encajaba. ¿Lamentablemente?

-¡Señor! -la chica se acercó a mí y me regaló una sonrisa coqueta. Mire hacia abajo viéndola con detalle.

-¿Sí? -dije con suavidad.

-Estoy borracha -soltó una risita y al darse cuenta como la miraba su padre, dejo de reír e intento poner una postura más seria. No lo logró y se tambaleó. La sostuve.

-Okaaaay -dije mientras la ayudaba a mantenerse de pie-. Es hora de dormir, vamos.

-¿Te quedarás a dormir aquí hoy? -abrí mis ojos de par en par, sabiendo que Miguel habia escuchado. Como era de esperarse, su cara se desencajó.

-No sé dé que hablas, Ana -no deje que respondiera y solo fui a llevarla a la habitación.

Quitaba sus zapatos mientras ella se acomodaba en la cama, haciendo mi trabajo aún más difícil. Estaba por dormirse, su semblante era de completa paz, como si estuviera en un lugar seguro en donde nada le pudiera pasar. Me alegraba ser su lugar seguro. La arropé y la miré unos minutos, se habia quedado rendida con una sonrisa pintada en los labios.

Esos labios.

Me vi tentado a robarle un beso, pero no quería despertarla. Amaba besarla y ella no se hacía de rogar. Me encantaba ese momento del día en donde nos encontrábamos y me saludaba con un beso fugaz en los labios. Siempre se sonrojaba luego y eso me mataba de ternura.

-Azrael... -suspiró dormida y no pude estar más feliz de saber que también era el dueño de sus sueños.

Camila borracha, era aún más insoportable y no dejo que mi amigo se fuera, así que tendría que volver solo a casa. Con Miguel cerca, cualquier intento de dormir con mi niña era un suicidio.

Qué envidia le tenía a Gabriel.

-Haré que uno de mis ángeles investigué que está pasando con Ana, tú has que Gabriel haga lo mismo -asentí. Ya estábamos afuera, listos para irnos.

-Y no te atrevas a faltarle el respeto a mi hija, que ni se te ocurra romperle el corazón o hacerle daño o juro que voy a matarte -gruñó viéndome a los ojos. Él no estaba jugando y lo que era peor, sabia que era el único capaz de acabar con mi existencia aparte de nuestro padre.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

"Porque irrevocables son los dones  y el llamamiento De Dios."
Romanos 11:29

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora