Capítulo 34

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Samael

Estaba sentado en mi trono. La única cosa que podría darme "paz" era alimentar mi herido orgullo.

No estaba funcionando.

Los gemidos, gruñidos y llantos de dolor eran mi tipo de música favorita, pero ahora, solo eran ruidos molestos.

Tocaron la puerta y dejé que pasaran.

-Mi señor... -una voz tímida hizo que volteara, dándole entonces la espalda al ventanal que daba al inframundo.

-Lilith, querida -le regalé una sonrisa ladeada y acaricié con delicadeza su cara-. Mi más fiel seguidora... - continué y sus mejillas se tornaron rojas.

-¿Por qué te pones así? -hice que levantara la mirada y ahora la veía directamente a los ojos -. ¿Acaso me equivoco? -negó suavemente.

Me coloqué detrás de ella y tomándola por los hombros con firmeza la llevé hasta el ventanal que antes veía.

-¿Te acuerdas de como era todo cuando llegaste aquí? -no dijo nada-. Todo era silencio y solo unos pocos ángeles caídos caminaban cabizbajos por su desgracia, sin embargo, ahora, es todo un reino. Un imperio de sufrimiento y dolor, un lugar que yo levante desde cero.

-¿Por qué me está diciendo todo eso, mi señor?

-Solo quiero que recuerdes, que estoy en todas partes, aquí, nada pasa sin que yo sepa. Elige muy bien tus batallas, Lilith -reproché y ella se tensó-. Tranquila, no tienes nada que tener, no es como que estés haciendo algo malo, ¿o sí? -volvió a negar.

-Perfecto -dije y me separé de ella yendo a mi trono de nuevo-. Ya puedes irte, afuera te darán una nueva misión. No me decepciones.

-Sí, mi señor -hizo la reverencia de siempre y se marchó. De inmediato llamé a uno de mis demonios.

-Síganla -lancé sin más y solo asintió.

Suspiré sinceramente decepcionado. Lilith era uno de mis súbditos más antiguos. La primera humana en entrar al inframundo. La única en este lugar que no había sufrido a consecuencia de sus actos en contra de mi padre.

Por su obediencia y devoción a mí, le había permitido una libertad de la que ahora me arrepentía, pues se había convertido en un ser caprichoso, celoso y egoísta. Siempre quería ser el centro de atención y haría lo que fuera para conseguirlo.

A pesar de todo eso, con los siglos, aún conservaba la cualidad que más me gustaba de ella, no sabía mentir. No podía mentirme. Solo necesité verla unos minutos para darme cuenta de que algo tramaba y pronto sabría en qué estaba metida ahora.

***

Caminaba sin rumbo por la tierra, inconscientemente o posiblemente muy conscientemente, llegué a parar al hospital donde trabajaba Ana. Veía todo desde afuera, era imposible para mí entrar ahí sin ser visto. Las clínicas eran los lugares en donde más parcas había.

-¿Samael? - escuché su voz y volteé de inmediato para regalarme verla. Ella me regaló una sonrisa que me robó el aliento-. ¡Por fin apareces! -acortó con rapidez la distancia entre nosotros y me abrazo con fuerza. Siempre lo hacía de esa manera, era el único ser que me abrazaba en todo el mundo. Sentía una calidez que me inundaba por completo.

Me llevó hasta unos bancos a las afueras del hospital y se sentó a mi lado. Pude verla con detalle ahora que la tenía más cerca. Estaba increíblemente más bella, sus ojos brillaban y todo su cuerpo era otro. Ya de mi niña inocente no quedaba nada, Azrael la había convertido en toda una mujer.

En su mujer.

-Entonces, ¿qué fue todo eso el día de mi boda? -dijo en voz baja. Como si traer ese tema la incomodara.

-Todo lo que dije es cierto y lo mantengo -dije por fin y me miró-. No sé cuando ni como, pero mis sentimientos por ti fueron haciéndose cada vez más fuertes. No debí tardar hasta el día de tu boda para decírtelo. Quizá...

-Samael, Samael -me interrumpió e hizo que la mirara posando una de sus manos en mi mejilla-. Eres un chico increíble, no me imagino como habría sobrevivido si hubiera estado sola en esta ciudad tan grande sin ti. Llegaste a mi vida y desde ese día solo has traído cosas buenas -se detuvo y suspiró-. Pero para cuando nos conocimos ya todo mi corazón le pertenecía a Azrael.

Su sinceridad era uno de los atributos que más me gustaban de ella, pero ahora, dolía, realmente... ardía. Tuve que hacer un esfuerzo para contener la ira y no mostrar mi verdadera fachada.

La vi quejarse de dolor y de inmediato quitó su mano de mi rostro. La miré preocupado, su palma estaba completamente roja, como alguien que acababa de tener una quemadura. Yo no me había controlado lo suficiente y le había hecho daño.

Me miró asustada.

Para este punto, quizá no le sorprendería tanto si le decía que era un ángel capaz de hacer eso, pero yo ya noera uno. Tendría entonces que decirle la verdad, que yo era Lucifer, el príncipe de las tinieblas, el diablo.

No era algo que estaba dispuesto a darle a conocer.

Me acerqué a su oído aprovechando su estado de shock y le susurré.

-"Hoy no me viste, estabas aquí descansando un poco y te quemaste con el café que llevabas en las manos" -se quedó unos segundos en trance. Agradecí que mi viejo truco haya funcionado con ella. Dejé caer el café que llevaba y solo me esfume del lugar.

¿Cómo es que la había lastimado de esa manera?

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Incluso el diablo no queda exento
De aquel trastorno mental que con ternura llamamos amor.

Y cuando el diablo se enamora,
Le llega la decisión más difícil.
Bajarla a su infierno,
O dejarla ir.

Si la baja a su infierno,
Lo matará la culpa de verla ahí.
Si la deja ir,
No le quedará otro opción que aceptar su soledad.

"Diablo enamorado" - El alemán.

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora