Capítulo 9

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El hombre me miraba con impaciencia, ya empezaba a incomodarme.

-¿Puedes explicarme por qué me observa de esa manera? -dije al acercarme al oído de Ana que presenciaba la situación nerviosa.

-No lo sé, nunca es así -me susurró.

-Entonces, ¿de dónde eres exactamente? -lanzó por fin.

-No de por aquí -contesté y una sonrisa sarcástica se formó en sus labios.

-Entiendo, ¿en qué trabajas?

-Ayudo a las personas moribundas a tener paz -enarcó una de sus cejas.

-¿Eres algo así como un psicólogo? -preguntó con evidente curiosidad.

-Pudiera decirse, sí -asintió aceptando mi respuesta y se levantó. La chica y yo nos levantamos inmediatamente después de él.

-Ya debo irme, estaba yendo a una reunión cuando me encontré con Marco y me contó que estabas viviendo con dos extraños y por eso me desvié -resople, ese chico me tenía harto.

-¿Eso es todo? ¿No quiere saber nada más? -Ana no podía entender lo bien que había tomado la noticia.

-Ciertamente, estaba bastante preocupado cuando me enteré, pero ahora que lo conocí estoy tranquilo -se paró frente a mí-. Por favor, cuídala bien -sus palabras me tomaron por sorpresa, pero simplemente asentí, aceptando con gusto el mandato.

-Nos vemos el domingo en misa.

-Ahí estaremos -besó la frente de la chica y se marchó.

-Eso sí que fue inesperado, sinceramente nunca pensé que el padre Mario aceptaría que se quedaran aquí conmigo.

-¿Y cuál era tu plan si no lo hubiera hecho? -pregunté con curiosidad.

-Se hubieran tenido que mudar -contestó haciéndose la inocente y la maté con la mirada.

***

-Vamos a llegar tarde, Ana.

-Ya estoy lista -seguí su voz hasta las escaleras y mis labios se separaron al verla. Tenía un vestido largo rojo vino, con una gran abertura en una de sus piernas, una abertura que sinceramente era mucho más pronunciada de lo que me hubiera gustado.

-¿Estoy bonita, Señor? -preguntó lo obvio, viéndome coqueta.

Mi subconsciente detuvo el tiempo y me permití verla con detalle, no tuve que disimular nada, justo en ese momento me regalaba esa sonrisa que solo guardaba para mí. Ahora mismo, no la estaba viendo como la niña que conocí aquella vez.

-Estás hermosa -lancé, cuando todo volvió a la normalidad y pudo oírme, se sonrojó. ¿Por qué últimamente siempre se sonrojaba con lo que le decía?

Llegamos hasta el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia y sus pies se movían incesantemente en el asiento del copiloto.

-Ana, lo harás bien -dije viéndola a los ojos cuando por fin conseguí en donde estacionarme.

-¿Y si se me traba la lengua o me caigo? -mordió su labio inferior inquieta y me acerqué para liberarlo con una de mis manos.

-Confía en mí, todo saldrá bien, ¿sí? -sus mejillas se tornaron del mismo color de su labial y me separé de ella sonriendo-. Vamos.

Entramos y un grupo de chicas la separaron de mí elogiando lo hermosa que estaba, poco después la atención de la manada posó en mí.

-¿Quién es él, Ana? -justo en el momento en el que iba a contestar un hombre de mediana edad llamó la atención de todos y nos invitó a sentarnos.

-Ya debo irme, Señor -bajo la mirada atenta de todas sus amigas beso mi mejilla y me sonrió antes de irse a la primera línea de asientos del salón.

Ese simple gesto había hecho que todo mi cuerpo se paralizara.

La ceremonia de graduación había empezado y por fin era el turno de mi niña. Me acomodé para que lograra verme, sentía que era una forma inútil de darle apoyo, pero por ahora era lo único que podía hacer por ella.

Empezó con su discurso y sonreí orgulloso viéndola, era obvio que estaba nerviosa, pero lo disimulaba bien y articulaba cada palabra en la entonación y la velocidad adecuada.

-Finalmente, pero definitivamente no menos importante, quisiera agradecer a una persona que llegó a mi vida en el peor momento y se quedó a mi lado acompañándome y cuidándome -me miró fijamente y me sonrió-. Mi abuela siempre me decía que nunca estaría sola y él llegó para confirmarlo. Muchas gracias.

Tantos años, tantas personas con las que me había topado y ninguna había logrado hacerme sentir nunca tan humano, tan querido, tan apreciado. Me había acostumbrado al miedo de las personas al verme, sinceramente, nunca nadie me había visto como ahora ella lo hacía. No quería que nadie más lo hiciera.

La graduación acabó y el montón de personas hacían que encontrarme con mi niña fuera una tarea difícil, justo la vi de espaldas, al parecer buscándome también cuando alguien tocó mi hombro.

-Azrael -volteé y logré ver a Gabriel.

-Oh, si lograste llegar -lancé-. Aunque te perdiste el discurso de Ana. ¡Me mencionó! Dijo qué...

-Azrael -me interrumpió abruptamente viéndome serio-. Debes venir conmigo, tenemos un problema -negué.

-Te dije que hoy estaría todo el día con Ana, resuélvanlo.

-Es grave...

-No me importa, ya te dije que...

-Encontramos un demonio tratando de entrar al Tercer cielo -escupió sin anestesia acercándose a mi oído.

-¿Qué acabas de decir? -pregunté mientras sentía como la ira se ocupaba de todo mi cuerpo.

-Lo acabamos de encontrar, estaba... -esta vez quien no lo dejo terminar a él fui yo y salí de ahí yendo hasta un lugar seguro para ascender.

Ana

Mis palabras habían causado en él justo el efecto que quería y mi corazón rebosaba de alegría, aunque ciertamente era imposible no pensar en los felices y orgullosas que estarían mi abuela y mi madre en este día y en lo completa que me sentiría si estuvieran físicamente conmigo, no podía negar que me encantaba no estar sola un día como hoy.

Los familiares de los graduados y mis compañeros no me dejaban encontrar a la persona que buscaba, justo cuando lo vi de espaldas, el director se acercó a mí acompañado de un joven unos tres o cuatro años mayor que yo.

-Ana, por fin te encuentro -le sonreí amable-. Déjame te presento al Señor, Samael Ferluci -me regaló una sonrisa ladeada.

-Mucho gusto, Ana -extendió su mano hacia mí, la cual acepté sin problema, pero inmediatamente sentí su tacto, una corriente recorrió todo mi brazo y lo solté enseguida. Me alegré al darme cuenta de que no solo yo lo había sentido, pues él miraba su mano con la misma confusión que yo sentía.

-Oh... ¿Sentiste eso? -asentí y ahora sonrió de una manera que no pude descifrar-. Interesante -dijo después viéndome directamente a los ojos. Me sentí incómoda.

-Pude escuchar la descarga hasta aquí -lanzó el director riendo. Me abracé y busqué a Azrael con la mirada, quien se dirigía hacia la salida. ¿A dónde va?

-Ana, Samael es hijo de uno de los benefactores que nos apoyaron con los arreglos de la escuela luego del terremoto -centré mi atención de nuevo al par de hombres que tenía enfrente-. Vino desde muy lejos para conocerte.

-¿A mí? -lo miré confundida.

-No a ti específicamente -aclaró casi ofendido-. Mi padre se ofreció a ser el padrino del mejor estudiante de este año y pues esa eres tú. Vine en nombre de él porque no se encuentra bien de salud.

Soltó la noticia como si estuviera dándome la hora o el clima, como si dicha información no estaba a punto de cambiar mi vida. Mi mano derecha alcanzó mi boca por la sorpresa.

-¿Hablas en serio? -asintió ahora viéndome con diversión. Era obvio que si sabía el efecto que iba a causar en mí.

-Prepara tus maletas, Ana. Si estás dispuesta, en unos días estarás muy lejos de aquí, cumpliendo tus sueños.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Debí haber subido esto hace mucho, lo siento, estaba viendo el mini concierto de Rihanna.

Bonita noche.

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora