Capítulo 32

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Ana

Él acariciaba mi mejilla como si yo fuera algo invaluable. Ambos estábamos nerviosos, todo era nuevo para los dos. Era como estar descubriendo juntos un mundo completamente diferente, uno, en el que ninguno había estado antes.

Quitó suavemente la bata de seda blanca que me había regalado mi amiga para que usara esta noche. Yo temblaba debajo de él, un montón de sentimientos recorrían todo mi cuerpo. Él me miró y los colores subieron a mi cara. Vio mis intensiones de tapar mi desnudez, pero no me lo permitió.

-Déjame verte, mi amor -lanzó en voz suave y me derritió-. Eres la más hermosa entre todas las mujeres y yo soy el más surtido entre todos los hombres.

No pude con todo lo que sentí al escucharlo y lo bese con amor. La felicidad de saber que el chico sobre mí era mi esposo me llenaba de alegría. No sabía desde cuando, pero lo amaba demasiado. De esa clase de amor que puede darte o quitarte el aliento.

Siguió besándome, las cosas fueron subiendo de tono. Acaricié su espalda ya desnuda y por inercia su cintura se hundió, pegándose más a la mía. Besó mi cuello, lamió después el rastro de sus besos ahí. Todo en la habitación ahora ardía. En la oscuridad, no sabía donde empezaba mi cuerpo o donde terminaba el de él. Como si fuéramos uno.

Besaba mi pecho ya hinchado con necesidad. Los gemidos se escapaban sin mi permiso de entre mis labios y mi esposo gruñía excitado como respuesta.

Jugamos con nuestros cuerpos, descubriendo que cosas le gustaba más al otro. Sentí como separó mis piernas muy lentamente y me tense, a pesar de que también moría por sentirlo ahí.

-¿Lista? -preguntó y negué suavemente-. Tomaré eso como un sí -ambos reímos y lo bese suavemente como si fuera la manera en la que le daba permiso en seguir adelante.

Sentí su erección en mi entrepierna y clavé mis uñas en su espalda. Con mucha delicadeza empezó a hacerse camino dentro de mí. Estaba nerviosa, algo adolorida, estaba feliz. Besó mi cara intentando secar mis lágrimas. El sabía que no era capaz de seguir si me veía llorar.

Continuó con ritmo perfecto hasta que mi cuerpo se acostumbró.

-Te amo -dijo-. Ana, te amo más que a mí.

Metió su lengua en mi boca y ambos nos envolvimos en la ola de placer, intensidad y amor que la situación ameritaba.

Llegamos juntos y por primera vez, a una de las mejores sensaciones que hasta ahora habíamos sentido.

***

Lo único malo en mi luna de miel fue el momento en que acabo. Habíamos pasado una semana perfecta, llena de risas, amor y sinceramente, mucho sexo, pero la realidad de ambos nos hizo salir de nuestra burbuja. Yo, tenía que empezar mis prácticas en el hospital y él tenía que volver a trabajar.

La muerte no tiene días libres.

Salí del hospital más que cansada. Amaba la carrera que había elegido, pero nunca pensé que sería tan complicado adaptarme al estrés que venía con ella. Había estado las últimas tres noches de guardia y las ojeras me llegaban hasta el suelo, extrañaba a mi esposo.

El sol se estaba apagando, el día se hacía naranja. Caminaba despacio, pues aunque moría por llegar a casa, disfrutaba de la libertad, del aire fresco que golpeaba mi cara.

-¿Ana? -escuché y no pude dar un paso más. No volteé-. Ana, eres tú... -continuó como si hablara para él mismo.

Caminó, colocándose frente a mí, cuando se dio cuenta de que no tenía ninguna intención de moverme. Entonces lo vi, estaba en lo correcto, era él.

-Marco... -me limité.

Nos quedamos en silencio unos segundos y creo que ninguno supo como reaccionar. Tenía enfrente, a mi mejor amigo de toda la vida, ese que me cuido y protegió siempre, pero ahora, lamentablemente, coincidía en ser esa persona que me hizo daño.

-¿Cómo has estado? -quiso acercarse a mí, pero mi cuerpo me traicionó y di un par de pasos hacia atrás. Él se tensó al ver el terror en mi cara y me miró dolido. Su vista cayó el suelo.

Aproveché su posición para verlo con detalle, los años no habían sido muy justos con él. Tenía le pelo corto y barba larga. Se vestía ahora diferente, hablaba y actuaba diferente, como si de ese chico seguro de sí mismo no quedara nada.

-Hola -dije cuando estuve lista y volvió la vista al frente-. ¿Cómo has estado? ¿Cómo es que estás aquí?

-Salí de prisión hace unos meses -lanzó en voz baja. Mi corazón inevitablemente se quebró al darme cuenta de que yo era en parte responsable de que ahora tenga ese aspecto-. No es tu culpa, Nena. Yo soy el único culpable -lanzó con una ligera sonrisa ladeada.

Él siempre sabía lo que yo pensaba. Nadie me conocía más que él.

-¿Cómo me encontraste? -dije con voz más calmada, para que se diera cuenta de que no era un reclamo.

-Todos en el pueblo hablan de ti -espetó viéndome con orgullo-. Todos hablan de como lograste salir de allá y estudiar en esa prestigiosa universidad.

-Nada está oculto en ese pueblo -dijimos al unísono y reímos casi igual que antes.

-Te extrañé -dijo.

Justo cuando estaba por responderle, alguien me tomó de la cintura con posesión.

-¿Qué mierda haces aquí? ¿Cómo es que no estás muerto? -gruñó la Parca a mi lado separándome de él-. No te quiero volver a ver cerca de mi esposa, vete por donde mismo llegaste.

-¿Esposa...? -no creo que Marco haya escuchado nada más que eso y sus hombros se hundieron viéndome-. Ana, ¿te casaste?

-Te lo advierto, niño. Aléjate de mi mujer -espetó Azrael cuando supo que la situación me superó. Poco después, me tomó de la mano y simplemente nos fuimos.

Al voltear, vi como mi amigo aún seguía clavado en el mismo lugar en donde lo habíamos dejado.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

"Sabía que no podría hacer frente al futuro a menos que fuera capaz de reencontrar el pasado" (Gene Tierney)

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora