Capítulo 14

43 9 1
                                    

Ana

No sabía donde estábamos, no me importaba. ¿Estaba soñando? No me importaba. Era lo suficientemente real como para que cada centímetro de mi cuerpo este feliz. La noche era cálida, nunca había visto un cielo tan estrellado, yo nunca había estado tan cerca de la luna. El mar era nuestro único acompañante.

Nos quedamos viéndonos por largo rato. No me hubiera sentido cómoda observando a alguien por tanto tiempo directamente a los ojos, pero entre nosotros, las reglas habituales no aplicaban.

-Te extrañé tanto -lancé cuando las palabras se empezaron a amontonar en mi garganta-. Pensé que no volvería a verte -dije y todo el miedo que había sentido estos meses llegó de golpe-. ¿Por qué lo hiciste? -golpeé su pecho con la cara llena de lágrimas-. Tuve tanto miedo, estaba volviéndome loca.

Él dejó que me desahogara, solté todo mi dolor, me disculpe un montón de veces. Mi cuerpo ahora era una vasija vacía. Agarró mi cara con sus enormes manos y limpió mis mejillas con sus pulgares.

-Si supieras el daño que me hace que llores, pequeña -lo mire y besé una de sus manos-. No importa donde este o que esté haciendo, si estás triste o feliz, puedo sentirlo. Duele. No lo hagas más.

-Entonces, no me dejes más -asintió lentamente-. Promételo, Azrael.

-Lo prometo -lo abracé con fuerza. No podía estar más feliz.

Nos sentamos a disfrutar de la noche, de la brisa, del mar, de nosotros. Mi cabeza ahora descansaba sobre su hombro y él acariciaba mi pelo con suavidad.

-Ana -dijo rompiendo el silencio.

-¿Sí?

-¿Me tienes miedo?

-No, ¿por qué lo tendría?

-Ese día...

-Ese día estaba asustada, muchas cosas pasaron, no estaba lista. Supe que había cometido un error, inmediatamente te marchaste -levanté mi vista hasta él. No calculamos lo cerca que estábamos y nuestros labios rozaron por accidente cuando él bajó su vista hasta mí.

Nos separamos de inmediato y agradecía que toda la oscuridad este a nuestro favor, pues mis mejillas ardían como nunca. Su respiración, por otro lado, estaba más acelerada que antes.

-¿Caminamos? -espetó y solo asentí.

Me tomó de la mano y lo obligué a mojar sus pies mientras andábamos por la orilla del mar.

-Entonces, ¿qué eres? -pregunté.

-El rey del tercer cielo, un ángel de la muerte, una parca -contestó sin titubeo.

-¡Oh vaya! ¿Un rey? Seguro por eso Dios te hizo tan guapo -las palabras escaparon por mi boca sin mi permiso y enarcó una ceja divertido.

-¿Crees que soy guapo? -preguntó coqueto.

-¿Y Gabriel? -soltó una risita al ver como había ignorado por completo su pregunta.

-Es una Parca mayor -asentí.

-¿Algún otro ser humano sabe de ti? -negó-.¿Por qué yo? -me miró confundido-. ¿Por qué me elegiste a mí para ser parte de tu vida? -sonrió.

-Tú me elegiste a mí, fuiste tú quien ató mis zapatos en primer lugar -sonreí al recordar nuestro primer encuentro y tocó la punta de mi nariz.

***

El amanecer nos encontró hablando, riéndonos, nos encontró poniéndonos al corriente. Llegamos hasta mi casa y repasó el lugar. Empecé a preparar el desayuno que le había prometido.

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora