Capítulo 10

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Azrael

Me levanté ya cansado de castigarlo y no obtener ninguna respuesta. Mi paciencia se había agotado. No solo estaba molesto por haberse atrevido venir hasta suelo santo, sino que también había elegido el peor de los días. Entré mi mano sin ningún remordimiento en su pecho vacío y empezó a retorcerse de dolor. Desde donde estaba podía sentir cómo ardía por dentro.

-Te lo preguntaré una vez más... -escupí viéndolo con asco-. ¿Qué viniste a buscar aquí? -aunque él no fingía el dolor que estoy seguro, estaba sintiendo, tuvo la astucia de reír con sarcasmo.

-Mi señor tenía razón, como siempre, tenía razón -soltó en una carcajada y me vi tentado a causarle aún más dolor, pero sabía que él no sería capaz de soportarlo.

-¿De qué estás hablando? -gruñí.

-Eres tan obstinado, Azrael -sonrió viéndome a los ojos. Apreté mi puño libre cuando escuché el nombre que me había dado mi padre en sus sucios labios-. Odias compartir tu espacio, cuidas lo que es tuyo con todas tus fuerzas, pero, sin embargo, ahora estás aquí, conmigo, peleando una batalla absurda, cuando lo más valioso para ti no está ni siquiera en este lugar -soltó una risa macabra y me tensé cuando por fin lo entendí.

Ana.

Ana

Estaba tan feliz y emocionada que ya ni siquiera estaba molesta de que me hayan dejado sola el día de mi graduación y me encontraba yendo de vuelta a casa en taxi. No podía creer que las palabras de mi abuela eran ciertas, siempre habría alguien para mí, no importa en que situación esté, estaré bien.

Llegué a casa y luego de cambiarme fui directamente a buscar uno de los vinos que habíamos comprado para celebrar hoy, tarde o temprano, él llegaría, me daría una buena excusa del porqué se había ido tan de repente y yo lo perdonaría, así era siempre y no iba a perder mi tiempo en enojos.

Le daba el primer sorbo a mi bebida cuando escuche el timbre.

-¿Cómo es que siempre dejas las llaves...? -dije abriendo la puerta y suspiré al no encontrar a la persona que esperaba.

-Oh, eres tu -lancé sin fingir mi decepción-. Pasa.

-¿Estás sola? -preguntó viendo sigilosamente adentro de la casa y solo asentí. No me sorprendía para nada que no quiera estar cerca de Azrael. Me miró y me regaló una sonrisa ladeada.

Sin darme tiempo, tomó mi cintura y me atrajo hacia él con fuerza.

-¿Qué haces, Marco? -intenté separarme de él, pero estábamos unidos como si de un par de imanes se tratara-. ¿Qué te pasa? ¿Estás borracho?

-No tengo que tomar para que querer hacer esto, Ana. ¿Hasta cuando vamos a fingir? -lo miré confundida-. Hoy serás mía, te haré mi mujer.

Acercó sus labios a los míos, pero logré esquivarlo, eso solo hizo que se molestara y me empujó dentro de la casa cerrando la puerta con fuerza.

-Será peor si no cooperas -sus ojos estaban rojos, perdidos en lujuria.

-Marco, ¿qué estás haciendo? ¿Qué te pasa? -caminaba hacia atrás sin perderlo de vista y él se acercaba peligrosamente hacia mí.

-¿Por qué tan tímida? -soltó una carcajada que solo logro asustarme más-. Si fuera él, ¿actuarías así? -gruñó y temblé al notar lo rápido que estaba cambiando de humor.

-Cielo santo, ¿qué tomaste? -antes de que pudiera terminar, logró alcanzarme y pego sus labios en mi cuello succionándolo con fuerza. De él emanaba un olor nauseabundo que no pude soportar y lo empujé con todas mis fuerzas y lo miré con asco.

El puñetazo que viajó hacia mi cara logro tumbarme al suelo y empecé a llorar. Sin darme tiempo de asimilar lo que pasaba, se trepó sobre mí y rompió la camiseta que tenía puesta.

-Supongo que si no es por las buenas, será por las malas, Anita -estaba fuera de sí y aunque estaba viéndolo con mis propios ojos no podía creer que él estuviera haciéndome daño.

-Marco -dije viéndolo mientras trataba de taparme inútilmente, evitando que se viera mi ropa anterior-. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me estás haciendo esto? -sollocé mientras de mi nariz empezaba a brotar sangre.

-Lo siento mucho, Ana -y por fin, ahí estaba él, por primera vez en la noche había conectado con el chico que conocía desde niña. Pero esa mirada sincera no duró y volvió a golpearme.

Separó mis piernas sin cuidado y la falda que traía empezó a enrollarse en mi cintura.

Cerré los ojos con fuerza, debía despertar, era un horrible sueño. Algo así nunca me pasaría.

-¿¡COMO TE ATREVES!? -la puerta se abrió con tanta fuerza que ahora yacía en el suelo. Nunca había estado tan feliz de escuchar su voz.

Nuestros ojos se entrecruzaron y por su reacción al verme, estuve segura de que me veía horrible, pues su mandíbula se tensó tanto al darse cuenta de mi estado que pensé que se quedaría sin dentadura.

Y entonces paso, todo en la casa empezó a temblar y las decoraciones en los estantes empezaron a caerse, mientras la luces aún no se ponían de acuerdo en si seguían encendidas o apagadas, los repentinos rayos en el cielo hicieron que me estremeciera.

Solo dos pasos bastaron para que alcanzara a mi agresor y lo lanzara a una velocidad inhumana contra una de las paredes de la casa, no había acabado y fue por él para empezar a llenar su cara de golpes.

-¡Ya basta! -Miguel atravesó el umbral de la puerta e intentó separarlos-. ¡Ya basta, Azrael! ¡Tus alas! -y de inmediato se detuvo al percatarse. Dejó al chico yaciendo casi moribundo en el suelo.

Azrael

Escuché sus gritos, no bien, descendí a la tierra y todos mis miedos se hicieron realidad. Sin pensármelo dos veces fui corriendo a su auxilio y lo que vi pudo conmigo. Mi niña tenía la cara llena de golpes y se encontraba tirada, semidesnuda en el suelo mientras todo su cuerpo temblaba.

-¿¡COMO TE ATREVES!? -gruñí tan molesto que la tierra tembló y los cielos se iluminaron de repente.

Tomé al chico del cuello y lo lancé por los aires sin pensar mucho a donde iría a parar, fui hasta él, pues definitivamente no había acabado. Golpeé su cara con odio, ¿cómo se había atrevido? Era consciente de que la persona que estaba golpeando no era el verdadero culpable de la situación, pero eso no me detenía ni un poco.

-¡Ya basta! -sabía que Miguel iba a seguirme para evitar que hiciera alguna estupidez, pero no pensé que llegaría tan pronto-. ¡Ya basta, Azrael! ¡Tus alas! -me tensé y me detuve enseguida. Sentí el peso de mis alas en mi espalda y sabía que estaba perdido.

Volteé lentamente a ver a Ana y de esa mirada llena de alegría que me daba siempre al verme, no quedaba nada.

-Ana... -intente acercarme a ella y se arrastró hacia el extremo opuesto de donde me encontraba viéndome con terror. Ahora temblaba mucho más que antes.

-Ana, mi niña, déjame explicarte -di otro paso hacia ella y se abrazó a sí misma haciéndose aún más pequeña.

-¡Por favor, no! -lloraba con histeria-. ¡No te me acerques! ¡Vete!

Me detuve en seco al darme cuenta de que nada volvería hacer como antes, ella ahora me temía y ni siquiera podía sostenerme la mirada.

***

Ana

-¿Estás segura de esto? -asentí y miré la puerta con insistencia. No tenía todo el día. El padre Mario suspiró y me dejó pasar.

Entre sin titubear y lo vi postrado en la cama, su cara me confirmó que todo lo que había pasado esa noche lamentablemente no había sido un sueño.

-Dije que no quería ninguna visit... -gruñó y sus ojos se abrieron como platos al darse cuenta de que era yo-. Ana...

Escuchar su voz hizo que todo mi cuerpo temblara, era doloroso sentir el temor que ahora le tenía.

-Pensé que no te volvería a ver -intentó sentarse, pero sus costillas rotas evidentemente se lo impidieron de inmediato.

-¿Por qué? -lancé sin perder tiempo, mi frialdad lo tomó por sorpresa y solo miró hacia el suelo–. ¡Dime! -grité.

-No fui yo -dijo y me vio de nuevo con los ojos llenos de lágrimas-. Ana, me conoces desde que éramos niños, sabes que nunca te haría daño. Ese día, ese día algo se apoderó de mí. Era más fuerte que yo. Estaba peleando internamente para no lastimarte. No sabes cuanto luche -sollozó-. No sabes cuanto retrasé mis actos, sabía que ese hombre llegaría a salvarte, por alguna razón sabía que llegaría a salvarte de mí mismo y por eso batallé hasta que apareciera.

-Lo siento, lo siento tanto -continuó y sus lágrimas ya inundaban su cara.

-Me iré del país -escupí después de un rato, no soportaba, estaba un momento más a solas con él-. No nos volvamos a ver.

-¿Ana...? –en su voz había confusión. Di la vuelta sin titubear yendo hasta la puerta.

-Te perdono -lancé antes de cruzar el umbral. No era capaz de dejarlo vivir en la miseria de no haber escuchado esas palabras de mí.

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¡Esto es todo por hoy!

Pasen linda noche

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora