Samael
Me quedé en silencio, no sabía cuanto tiempo había pasado, pero mi vaso ahora estaba vacío. El hombre que me acompañaba, se levantó de su asiento y trajo por fin la botella que contenía el alcohol que habíamos estado tomando.
Dejé que me sirviera y lo tomé de golpe. Como si era justo lo necesitaba para continuar.
Tres años antes
Habíamos terminado de comer y a la segunda botella de vino le quedaba poco. Me contaba algo, no sabía realmente que, pues había estado perdido en sus hermosos ojos. Se reía cada tanto de las cosas que ella misma decía. Sus mejillas estaban rojas a causa de las copas que ya se había tomado.
Un mechón de su cabello bailaba sobre su cara, me estorbaba, no podía verla con claridad. Me acerqué a ella poniendo mi mano cerca de su cara como si le pidiera permiso. Evidentemente, no entendió cuáles eran mis verdaderas intenciones, pues se acercó a mi palma y dejó caer toda su cara en ella.
Mi mano cubría casi toda su cara. Volteó a verme lentamente, aun manteniendo nuestro tacto.
-Tu mano es muy cálida, se siente bien -mordí mi labio inferior aprovechando que ahora ella tenía los ojos cerrados.
La miré fascinado, excitado, pues aunque ella no podría percatarse ni aunque se viera en el espejo, yo había marcado su linda cara y ahora tenía una tenue silueta de mi mano.
-¿Qué eres? -ladeé mi rostro viéndola. Tratando de descifrarla. Ella, a regañadientes, abrió los ojos y me miró confundida.
-Soy Ana -lanzó lo obvio y volvió ceder ante el sueño que al parecer había llegado de repente. Reí en silencio.
-Mucho gusto, Ana -susurré para mí.
La disfruté por un largo rato. A pesar de que se apoyaba de la manera más incómoda sobre mi mano, se había quedado completamente dormida. Después de un par de minutos me obligué y me levanté con cuidado para cargarla y llevarla a la cama.
Maniobraba para abrir la puerta, cuando su cabeza chocó con mi pecho y me frise. La sensación de que algo me partía de dos en dos volvió a mí. Ahora había sido más fuerte. Una corriente recorría mi cuerpo desde mi cabeza hasta el último dedo de mis pies.
Era sofocante, no podía respirar. Como si una ola de sensaciones me envolvieran. Era desgarrador, doloroso, se sentía jodidamente bien.
La llevé hasta su cama y la acosté con cuidado. La miré por un rato más. Era adictivo.
Ahora entendía a la perfección a Azrael. La humana era como un foco de luz que te atrapaba. La conocías y te cambiaba.
Definitivamente, ahora entendía un poco más el amor que mi padre le tenía a estos seres minúsculos y débiles.
Maldición.
Salí de su casa lo más rápido que pude.
La brisa y la soledad de la madrugada hizo que me relajara. Caminaba sin ningún rumbo, solo caminaba. Un paso delante de otro.
La chica era ahora la protagonista.
Actualidad
-Nada de lo que me cuentas es sobresaliente -lanzó el hombre frente a mi trayéndome de vuelta a la realidad.
-¿Cómo?
-La chica es hermosa, tenaz, divertida e inteligente -continuó-. Pero si yo, que soy un humano común y corriente, conozco al menos diez mujeres con esas mismas características, no quiero ni imaginarme a cuantas conoces tú, que has estado aquí por siglos.
Él tenía ahora toda mi atención. Como siempre, me hacía ver las cosas de manera diferente. Pensaba siempre, fuera del cajón.
-¿Por qué Ana? -lanzó la pregunta al aire y dio un sorbo a su trago.
Me quedé en silencio, pensé por varios minutos. La chica era mi prioridad desde hace tres años, pero increíblemente, no sabía como responder a esa pregunta.
-Si no fueras el mismísimo Lucifer, diría que te embrujaron -lanzó divertido y lo maté con la mirada.
Estaba por servirme de nuevo, dispuesto a ignorar su comentario de mierda, pero un pensamiento fugaz pasó por mi cabeza. Todo mi cuerpo tembló y la botella resbaló de mis manos.
Mi padre, posiblemente, mi padre lo había hecho.
Me levanté con paso firme hasta la puerta. Estaba enojado, aliviado, herido. ¿Por qué me haría algo así? ¿Por qué jugaría conmigo de esa manera?
Maldita sea.
Me dirigí hasta el hospital donde trabajaba Ana y en cuestión de segundos apareció frente a mí la persona que andaba buscando. Las cosas en el mundo humano se detuvieron.
-Debo reconocer que tienes agallas, ¿te atreves a venir solo hasta aquí? ¿Cómo es que sigues siendo tan creído, Lucifer? -mi hermano de sangre estaba frente a mí. Estaba controlando sus ganas de arrancarme la cabeza, estaba enojado, sin embargo, como siempre, me daba la oportunidad de hablar, de defenderme.
-No vine aquí a pelear, Azrael -el tono en mi voz, hizo que cambiara su postura de guerra-. Quiero que hablemos.
-¿Qué tendría que hablar contigo? ¿Cómo te atreves a lastimar a mi mujer? -sus palabras me herían y no sabía si era porque me había hecho recordar que la había lastimado o porque él si podía llamarla su mujer.
-No fue intencional -dije con toda sinceridad. Él me conocía y sabía que no mentía-. No supe controlar mis dones por un momento y paso.
-¿Qué clase de juego es este? -la parca estaba confundida. Quizá le enojaba el hecho de que probablemente no podría desquitarse conmigo por haber marcado así a su chica-. ¿Por qué debería creerte?
-Porque para mí, lastimarla, sería, inevitablemente, dañarme a mí mismo -se tensó, no le estaba gustando por donde se estaba yendo esta conversación-. No sé cómo, ni porque, pero estoy perdidamente enamorado de ella -lo miré directamente a los ojos-. Amo a Ana y creo que nuestro padre la creo para mí.
⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
"Este diablo perdió habilidad. ¿Se topo con un demonio más grande que él o sencillamente se enamoró?"
Jonatan Yazid
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La mujer de la Parca (En pausa)
Fantasía¿Han escuchado hablar acerca del efecto mariposa? Ese que alega que, un pequeño cambio, así sea tan simple como el aleteo de una linda mariposa, puede cambiarlo todo e incluso crear un huracán al otro lado del mundo. Qué imaginación tienen algunos...