Capitulo 36

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Ana

Entré a mi habitación y me lancé en la cama sin ningún cuidado. Me quedé mirando hacia la puerta esperando que Azrael la atravesara en cualquier momento.

Siempre me seguía.

Pasaron unos minutos y al confirmar que no vendría, supe de inmediato que mi padre lo había detenido. Suspiré aliviada y miré hacia el techo más relajada.

¿Qué pasaba? ¿Qué me había pasado?


En todo este tiempo no había querido admitir el hecho, que había una parte de ese día que estaba en negro en mi cabeza.

Salí de emergencias. Caminé hasta la cafetería. Compré el café. Salí de la cafetería. Di una vuelta por el patio trasero del hospital y... ¿Estaba sentada en un banco con una quemadura de primer grado en la mano?

Algo... Algo había pasado en ese lapso de tiempo, ¿Pero qué? Evidentemente, los hombres en mi vida sabían o al menos tenían una idea de lo que había pasado.

Mi teléfono empezó a sonar y agradecí que podría alcanzarlo desde donde estaba. Contesté sin revisar quién era. No había muchas opciones.

-¿Bueno? -dije sin mucho ánimo.

-¿Ana? -la voz que escuché al otro lado hizo que me levantará.

-¿Samael? -dije en un hilo de voz y no obtuve respuestas de su parte-. ¿Sigues ahí?

-Eh... Sí, sí. ¿Cómo estás?

-Estoy... bien, ¿tú?

-¿Segura? ¿Cómo está tú...? -lanzó, pero no completó su pregunta.

-¿Mi qué?

-Tu nueva vida de casada -sonreí.

-Me va bien, Samael -respondí y lo escuché suspirar. Yo me calmé al escucharlo y volví a acostarme-. Entonces... -pensé un momento antes de seguir.

-"¿Qué fue todo eso que dijiste el día de mi boda? "-lanzamos los dos al mismo tiempo y empecé a reír.

-Eres muy constante, nena -dijo un poco más animado, pero con el tono de voz aún apagado.

-¿Qué te pasa? -nunca lo había escuchado así.

-Le hice daño a alguien muy importante para mí, desde ese día perdí la poca paz que me quedaba -espetó con la sinceridad de siempre.

-Hmm, entiendo -lancé, restándole importancia-. Te conozco, sé que no fue a propósito. No te preocupes demasiado.

-No quise hacerlo, pero el daño está hecho. Me siento horrible, Ana.

-Pídele perdón sinceramente a esa persona, seguro las cosas se ven más graves desde tu punto de vista - espeté en un intento de animarlo.

-Pedir perdón es lo más egoísta que hay -gruñó.

-¿Cómo? -no entendía su punto.

-El perdón es solo beneficioso para el que ofende, el que daña, para el que comete el error. Sería muy egoísta de mi parte pedirle a alguien a quien lastime que lo olvide, que finja que eso nunca paso, simplemente para que yo sienta paz conmigo mismo.

-Quizá, sí, pero es peor que alguien te lastime y no ver en él ninguna muestra de arrepentimiento. Nadie es perfecto, todos cometemos errores. No seas tan cruel contigo mismo.

-¿Me perdonarías? -lanzó después de unos segundos en completo silencio-. Si yo te hubiera lastimado, ¿me perdonarías?

-Es muy probable que sí, estás en mi top cinco de personas favoritas -lance con seguridad, considerando que la mitad de mis conocidos eran ángeles.

-¿Hablas en serio? -preguntó con la voz preñada de emoción y sonreí.

-Me parte el corazón que lo dudes -bromeé.

Nos quedamos en silencio. Por un largo rato nadie dijo nada. No era un silencio incómodo, hablar con él nunca se sentía así, ni siquiera ahora, que él me había confesado lo que sentía por mí. Yo aún veía en él al amigo fiel que había estado ahí siempre que lo necesité.

-Nada de lo que dije el día de tu boda es mentira, Ana -espetó de repente.

Por alguna razón, al escucharlo, todo mi cuerpo se erizó y los vellos en mi nuca despertaron. Todo era muy raro, estaba teniendo esa sensación extraña que viene con un déjà vu. Fue todo tan, pero tan claro, que hasta podía jurar que sabía con seguridad como iría esta conversación en su totalidad a partir de aquí. Irónicamente, me reté a misma diciendo algo completamente diferente.

-Lo sé, Samael -suspiré-. Lo sé.

-¿Crees que algo hubiera sido diferente si te lo contaba antes? -pensé detenidamente. Lo que menos quería era lastimarlo.

-No respondas, por favor, no de nuevo -lanzó como reproché. Como si para él también fuera claro como terminaría esta charla.

-¿No de Nuevo? -pregunté intrigada.

-Debo irme, volveré a llamarte pronto -dijo y sin más colgó.

De repente, mi mano empezó a doler de nuevo. Ardía casi como en los primeros días. Quité mi vendaje suavemente y no vi nada nuevo en mi palma. La abrí y cerré, el dolor se había esfumado de nuevo.

-¿Qué me pasó ese día?

Mi esposo entró y miró mi mano descubierta. Suspiró, como si estuviera viendo algo que yo no en ella. Desde que me había lastimado, siempre la veía así.

-¿Estás bien? ¿Te duele? -negué y le regalé una sonrisa para tranquilizarlo.

-¿No te escuché hablando por teléfono? -empezó a desnudarse sin mucho decoro. Al parecer se daría un baño. A mí sinceramente se me había ocurrido una idea más interesante.

-Sí, Samael me llamó -lancé viéndole.

-¿Cómo es que aún no conozco a ese tal Samael? -volteó, atrapándome mirando su cuerpo y enarcó una de sus cejas divertido-. ¿Me estás escuchando?

-Sí, que hoy quieres pizza para cenar -lancé coqueta y negó divertido. Se acercó a mí y me rodeó con sus fuertes brazos.

-La pizza suena bien, pero creo que hoy comeré el postre primero.

Ay Dios...


⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Cuando llegan los ángeles, los diablos se van.

 Proverbio egipcio.

La mujer de la Parca (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora