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Han sido amigos ya desde hace varios años.

Siempre había sentido la necesidad de protegerlo pero nunca lo analizo a profundidad. Pero Diego Lainez fue el más insistente con la pregunta, ¿Por qué?
No supo que responderle.
Edson Álvarez fue quien realmente concluyó una sesión de preguntas donde finalmente se tomó el tiempo para considerar algo romántico.

«¿Por qué simplemente no puedes aceptar que te gusta?»

Cómo anteriormente pensó que solo era por su amistad, la cual consideraba valiosa y el resto vio involucrado al estúpido celo.

Y por ello, inició su obsesión por buscar supresores y usarlos casi diario.
En cuanto Guillermo llegó a Italia y se instalaron en el departamento dejó de hacerlo. Ya se había gastado mucho dinero en supresores, dejaría esa adicción prometiendo solo comprar cuando su celo llegará.

Cómo odiaba el celo.
Tener que llenarse de supresores para no perder la cabeza y evitar a toda costa a cualquier omega que también lo estuviera era una verdadera pesadilla.

Trataba de completar su entrenamiento, pero sólo pensaba en Guillermo y todo lo que tenía que ver con él. Eso incluía que el día sábado tendrían un partido donde estarían como rivales.
No habían sido muy agradables los comentarios que había hecho medio mundo sobre el desempeño del Salernitana y en el peor caso, como desprestigiaban el trabajo de Guillermo en redes sociales personas que en su vida han sido jugadores profesionales.

Oh, ese día.

Después de ese partido, recordó la impresionante pesadez con la que se quedó la casa. Guillermo tenía tatuada una sonrisa más que fingida y era más bien una mueca de incredulidad. De todos modos llegó a pensar que el de rizos tomó ese semblante como una forma de engañarse, hacerse creer que estaba sobrellevando todo muy bien pero su lado omega, con las feromonas más tristes lo delataban.
Y ahí estaba, sentado en el sofá cama, cubierto con una frazada mientras cambiaba de canales, al parecer no estaba consciente de que es lo que quería ver o simplemente se había disociado tanto que no sabía ni que estaba haciendo exactamente.

—Guille... —Lozano había llegado y lo miraba ya desde hace rato, lo llamó y este de inmediato se levantó, lo envolvió en un abrazo, pero el más alto se dejó casi caer sobre su amigo, abatido.
Empezó a acariciar esos rizos y a dar palmaditas en su espalda.

—Todos se están burlando de mí —Gimoteo. Hirving empezó a sentir que algo líquido atravesaba su ropa y le dolió pensar en que las lágrimas de su amigo bajaban amargamente y se expandían sobre su camiseta.

—Vamos Guille... —Lo separo, estaban perdiendo el equilibrio. Lo llevó hasta el sofá y ahí tomó el rostro ajeno. —¿Ya comiste algo? —El omega negó. —No te hagas esto, Memito, debes comer no puedes ponerte así.

—¡Soy la burla!

—Solo fue un mal día, pero tú siempre te levantas —Acarició su mejilla. —Anda, te prepararé algo de cenar... Y luego veremos una película, si tú quieres.

Ahora una sonrisa espontánea se pudo ver y el brillo en los ojos apareció por unos instantes.

Cenaron la pasta que Hirving había preparado y Guillermo había comido a regañadientes.
Luego pasaron a la sala para poner una película.
A la mitad de esta fue que Guillermo pauso el filme y tomó de la mano a Hirving.

—Agradezco tenerte aquí. N-no sé qué haría si estuviera solo... —Y el de rizos volvió a su tazón con helado de chocolate.

—No digas eso Memo.

—No... No vuelvo a meterme a los comentarios donde hablan sobre mí...

Hirving se acercó lo suficiente para que Guillermo notará aquello, le estaba ofreciendo su hombro. Pero sabía que era para cualquier cosa que necesitara. Un hombro para llorar o recargarse si estaba cansado, no solo por hoy sino siempre que pudiera y Guillermo sabía eso perfectamente. Un par de minutos de vuelta a la película, Hirving se había quedado picado en la trama y comiendo palomitas que no se había dado cuenta que Memo se había dormido, recargado en su hombro.

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