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Guillermo corresponde el abrazo, sus manos masajean suavemente la espalda del alfa quién no desprende su tan característico aroma pareciera como si fuera un beta, solo su rostro es capaz de transmitir la aflicción que siente.

Escucha un ligero ruido en la cocina y hace una mueca.

—En realidad... —Obviamente no quiere terminar el abrazo; esperar que Hirving despertará y terminar de hacer la comida era una constante vigilancia no podía hacer ambas cosas al mismo tiempo.

Hasta que lo tiene de frente de nuevo, presiona sus hombros para reafirmarle que la pesadilla había terminado.
Le regala una sonrisa para que vuelva a sentirse cómodo y él otro solo deja ver unos ojos blandos, lastimeros que sueltan lágrimas que bajan veloces por sus mejillas; lo había visto llorar en otra ocasión, pero no con esa expresión de incertidumbre y desolación.

Guillermo recorre la manga de su sudadera y se encarga de limpiar inmediatamente las lágrimas y tuvo la necesidad de volver a darle otro abrazo. No quiere imaginar que tan funesta podría ser aquella pesadilla tan vívida como para reaccionar de esa manera. —Ya paso... —Se separa con pena. —, es que de verdad debo ir a la cocina.

El de rizos toma el caballito de mar y lo pone sobre el regazo de Hirving.

Guillermo sigue haciéndole señas para que lo espere, que volverá enseguida y pronto sale de la habitación.

Hirving suspira, ve aquel peluche en su regazo y lo toma, al menos la suavidad aleja las lágrimas. No puede evitar olfatearlo, sus labios se curvan mínimamente al percibir una mezcla de suavizante de ropa, frutos rojos y lavanda.

Mira a su alrededor, la luz de la ventana es tenue, amarillo tirando a naranja, pero parece un poco nublado, el reloj en su mesa indica aproximadamente las cuatro de la tarde,  menos mal el fondo real no es como en su sueño, eso lo alivia.

Frunce el ceño al darse cuenta que trae el uniforme del Napoli y cada vez está más confundido.

Quiere ser cuidadoso, pero se baja de la cama con torpeza, el suelo frío no le molesta es más lo termina de despertar y sale de su habitación abrazando el peluche entre sus brazos. Un nuevo olor golpea sus fosas nasales y de pronto escucha su estómago rugir.

Da unos pasos más y encuentra a Guillermo en la cocina, sirviendo algo en unos platos hondos.

—Oh —Guillermo lo ve y sonríe con ternura al ver al más bajo con su peluche. —, ya estaba por llevarte la comida a la cama.

—No es necesario —Dice Hirving sentándose en una silla mientras se sujeta la cabeza, tratando de recordar lo sucedido y como había vuelto a casa.

Sus ojos vuelven a nublarse cuando Guillermo pone el plato hondo justo frente a él. Humeante, desprende un olor ameno y familiar que cuando el humo toca su cara se siente como una caricia. En su plato había caldo de pollo con verduras.

—Mi madre hacia caldo de pollo cuando tenía un mal día —Sonríe con un sonrojo en sus mejillas, pero unos lindos ojos brillantes. —, o cuando hacía un calor de los mil demonios —Murmura pensando que solo él ha escuchado su propio chiste. —. El punto es que... La semana no empezó bien y una rica comida que te recuerde a casa puede ayudar, aunque sea un poco.

Las lágrimas de Hirving reaparecen de inmediato por lo que escuchó, pero ahora acompañadas de otro sentimiento; toma la cuchara comenzando a probar.
Nadie puede igualar la sazón a como se ha conocido en un hogar sin embargo extrañaba ese sabor de la comida cuando su padre no estaba en casa y su madre preparaba lo que ella quería; rememorar su hogar, su país. El sentimiento es cálido, como un abrazo al alma y más viniendo de Guillermo.
Adora tanto el sabor que cree que es un buen momento para zampar todo lo que queda del plato.

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