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Después del almuerzo, Hirving le explicó a Guillermo que sus planes no estaban arruinados, no era necesario que salieran a algún lugar para festejar, con que estuvieran juntos era suficiente. Ya tendrían otros miles de catorce de febrero para celebrar fuera, en otros lados; diferente.
Resaltó el hecho de que podían celebrar en privado justo en el bonito nido que había armado el omega, pasar el día en pijama si lo quería, comer lo que quisieran, divertirse y que Memo se dejara cuidar y consentir.

Ante su susceptibilidad Guillermo casi se suelta a llorar, abrazó a Hirving con fuerza, amando que fuera tan comprensible.
En medio del abrazo, el alfa vuelve a percibir las feromonas del omega, de inmediato su mente dispara de vuelta pensamientos intrusivos cada vez más sucios y pervertidos, intenta salir de las ilusiones pellizcando sus brazos, simplemente no puede saltar así sobre Guillermo; debe tener consideración y avisarle lo que ocurre con él o al menos convertir el ambiente en algo romántico para que todo fluya acordé a la celebración.

Siendo así, la tarde estaba pasando por su ventana, el cielo se teñía de tonos rosas, volviendo el paisaje cálido y suave.
Se quedaron en pijama, pusieron esa película que no terminaron de ver el otro día y de nueva cuenta no la vieron bien porque tuvieron una guerra de palomitas, además estaban tan acaramelados, robándose besos a cada rato, más concentrados en amarse, lo casual en un día donde todo el mundo busca expresar su amor en cualquier forma, desde la más materialista hasta la más significativa.

Nada que pudiera molestarlos, juntos, tomados de las manos. Abundaban las palabras cálidas, caricias suaves y besos de a montones.

Para la comida, habían pedido pizza a domicilio y de postre comieron helado de chocolate.

El omega se sentía seguro y protegido ahora en los brazos de su alfa, pero esa seguridad lo estaba poniendo cómodo.
Llegó un punto en el que sintió demasiada comodidad y por ello se levantó para buscar un supresor al sentir como el dolor en su abdomen y un calor infernal estaban por castigarlo.

No estaba a punto de discusión, aún no era el momento.

Hirving pegó un brinco de la cama y lo detuvo agarrando su cintura con cuidado, su mirada fue indescifrable.

—Oye, mi amor. ¿Puedo preguntarte algo?

—D-dime…

—¿Tu celo llegó a tiempo? —Preguntó Hirving de golpe, interrumpiéndolo.

—¿A qué te refieres?

—Sí, eso. Qué si llegó a tiempo —Guillermo arrugó la frente, sin entender a lo que se refería su amado. —. O sea, tu último celo fue el... ¿Trece de diciembre?

—Eh… sí —Respondió dudoso el omega, respirando pausadamente. —. ¿Por qué esa cara de preocupación?

—No es de preocupación —Contestó Lozano y se cruzó de brazos. —, es de raro… Me siento raro.

—¿Y eso?

Lozano soltó una sonrisa, obviamente tenía una respuesta, pero estaba seguro que Guillermo lo iba a regañar por andar creando suposiciones.

—Obviamente sabes que los alfas hacen nidos grandes.

—¿Sí...?

—Y mi comportamiento ha sido un poco fogoso estas últimas semanas…

—¿Un poco? —Guillermo negó con la cabeza. —. ¿Cuál es tú punto?

El alfa miró a su pareja fijamente a los ojos, esperando que al compartir su punto de vista no se lo tomará como parte de una broma.

Casi siempre ocurre al revés, pero con ellos todo suele volverse diferente a tal punto que se vuelve irónico.

—¡Creo que nuestro celo se… sincronizó! —Gritó Lozano con paranoia y añadiendo un toque de suspenso.

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