Con una velocidad pasmosa arribó el ocaso. Sin seguir las pautas del reloj, el tiempo pareció escurrirse por las hendijas de la casa torcida.
Esa noche Richard Buttons tendría uno de los sueños más profundos desde su llegada. De respiraciones entrecortadas y balbuceos a medianoche. No dejarían de murmurar las sombras en la espera del momento exacto para engullir todo ápice de luz. Sus cánticos y quejidos volverían a ambientar los corredores, pero serían acallados al instante.
Adenia, por su parte, había retornado a su hogar en el invernadero, de vuelta a una rutina pacífica de libros y de sueños cálidos con olor a flores silvestres.
Esa tarde la prueba de los espejos habló, sí. Jean Pevsner no pasó por alto la oportunidad de continuar con la tradición de su señora. El Prefecto mostró a Richard Buttons y a Adenia Ethel una verdad oculta a través de sus reflejos, deformados en extraños símbolos. Una vez que Buttons estuvo frente al peculiar espejo, un rugido tensó el aire y en el vidrio surgió una imagen abstracta y burbujeante que absorbió la tenue iluminación de la sala; las figuras heroicas que sostenían el cristal parecieron cobrar vida.
«—¡Mi querida Belladona y mi preciado Creador! ¡Finalmente están en casa! —mencionó Pevsner después de interpretar las visiones».
Adenia se mostró incansable en su averiguación ante las palabras pronunciadas por el anciano, pero Él se limitó a dar respuestas vagas y escurridizas.●●●
Por días se repitió un patrón rutinario en la casa torcida. A la misma hora de la mañana se bebía el té y cuando el sol emprendía su descenso quedaba servida la cena, las galletas nunca variaban su sabor. Antes de la media noche los sirvientes sofocaban la lumbre de algunos candelabros, al alba la volvían a encender. Los reclamos del señor Aberleen nunca faltaron, incluso, una tardanza de segundos podía significar un sermón sobre la importancia de la puntualidad. En ocasiones, al caer la tarde, se escuchaban charlas en los corredores, sin embargo, la servidumbre se desplazaba en total silencio, como si su presencia fuese parte de la decoración.
Richard esperaba con ansias, cada día, el horario de clases, se sentía a gusto dentro del salón de altos libreros y parafernalia rara. El mentor era amigable, no como el resto de los adultos, que se limitaban a cambiar el tema de la plática en cuanto el niño pisaba la habitación; él, por su parte, acompañaba a Buttons por los corredores cuando la iluminación se tornaba azulosa, después se perdía en la distancia.Las clases con el Maestre Grand se volvieron cada vez más osadas. Día tras día el instructor completaba una nueva lección, tan distante de las lecturas clásicas que dejaba de lado lo ordinario. Raramente fueron desempolvados (usados) los libros de texto. Así transcurrió la semana.
Richard, siguiendo las raras enseñanzas del Maestre, aprendió sobre la teoría de un mundo inexacto y cambiante, en donde cada pasaje o cada historia parecía sacada de la imaginación de un niño. Poco a poco fue adquiriendo un gusto particular por la alquimia, Grand, hablaba del tema en toda ocasión con una pasión encendida.
El voudon, —palabra que remite al sonido del viento—, y los Loas, la cartomancia y la predicción, la cosmología, el estudio de lenguajes antiguos, de runas y de culturas perdidas, fueron asuntos que de alguna forma llegaron al conocimiento del infante. Grand no dejaría pasar la oportunidad de despertar en Richard una curiosidad insaciable, resaltando el poder que poseían las palabras.
No faltaron las leyendas, algunas tenebrosas y oscuras sobre criaturas nacidas de las pesadillas de los hombres y mujeres indignos, o de los miedos y de la corrupción de las almas. Grand aseguraba, como el conde de Saint Germain, haber vivido dichas historias en carne y hueso, afirmaba haber conocido al mismísimo Barón Samedi, un Loa temerario, en uno de los tantos viajes de su juventud.
—Una Línea Ley, pequeño —dijo el Maestre en una ocasión al finalizar la lección del día—, es la energía, en la forma más pura y desbordante, que fluye a través de ciertos puntos a lo largo del mundo; tan poderosa, que es imposible para el hombre canalizarla. La Casa Suspiria yace sobre un caudal incomparable. Dentro de estas paredes saturadas, los temores suelen eclosionar hacia nuestra realidad si no nos cuidamos los pensamientos. Aprende a controlar tu mente, Richard, siempre: es la mejor arma y defensa que poseemos.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...