La condesa de Listón Mayor colocó la yema de sus dedos sobre el muro de los pasillos y con un gesto delicado acarició la piedra fría. Esta vez no sintió la fuerte energía emanar de la casa, las ideas no fluían por su mente. Se encontraba en un estado alicaído, que parecía arraigarse a su alma como una pesada roca. Salvattore ya no se encontraba con ella y sus cosas no estaban. Zelma presentaba dificultad para distinguir la realidad de los sueños.
Miró a lo largo del pasillo, todos lucían tan felices e inmersos en los festejos que llegó a sentir náuseas. Saludó a la señorita Agatha con una inclinación leve de la cabeza, la chica lucía cierto rubor en las mejillas. Moreau también le dedicó una cortesía desde la distancia. La aristócrata descendió por las escaleras.
La soledad del corredor principal la acogió con una calma agradable. Se detuvo en la sección principal, frente a ella, una peculiar estatua de piedra blanca que representaba a la diosa Hécate Triple le despertó cierta angustia. Contempló el entorno, solo las pinturas le seguían la pista, parecían escudriñarle con los ojos pastosos.
Por primera vez observó los detalles de la casona, el acabado de los techos, los patrones que dibujaban los suelos, la inmensidad del espacio. Le resultó desagradable ver su reflejo en las armaduras a la entrada de la galería.
Sujetó con fuerzas la joya que colgaba de su cuello y suplicó por una señal de buena fortuna. Tenía la esperanza de que algún Dios etéreo reconociera sus plegarias.
—¡Zelma! —escuchó un susurro y un pétalo marrón levitó desde los techos como una pluma mecida por la brisa; se desvaneció al caer sobre su mejilla.
Ella miró hacia arriba, permaneció muy quieta. Parecía escuchar la brisa que comenzaba a arremolinarse. El viento ganó fuerzas y los retratos, sacudidos por la bravura tintinearon y golpearon las paredes. La casa murmuró melodías ininteligibles. Cuando bajó la mirada algo en particular llamó su atención, no lo había notado antes. Se acercó al cuadro más inquietante de la colección, la pintura de la mujer triste. «La Dama del velo negro», decía la inscripción debajo de la firma de Argento Aberleen, el pintor. De la parte trasera del marco sobresalía un retazo de papel. Estiró la mano y tomó la hoja entre los dedos. Lo desdobló con sumo cuidado. Se trataba de una página antigua y de color amarillento, el borde irregular señalaba que había sido arrancada de un libro. La condesa miró a sus espaldas. Se aseguró de que la soledad seguía siendo su mejor aliada.
Dudó antes de leer la historia contada por las letras.«…Freda se ha saltado la comida una vez más, su salud comienza a debilitarse. Cada vez pasa más tiempo junto a las estatuas silentes, en el Jardín de las Almas Petrificadas. He intentado ayudarla, pero ella me culpa de su decisión, me culpa de haberse separado de su recién nacida hija. Temía que la niña creciera atrapada dentro de la casa y prefirió darla en adopción a un letrado citadino.
No ha dejado de usar ese triste velo negro que cubre su hermoso y juvenil rostro, desde entonces no viste otro color. Su devoción ha quedado marchita como las flores que lleva en el cabello. No me gusta ver a mi hermana pequeña vagar por los pasillos, si sigue así podría volverse un espectro más, la casa la contemplará como una presa fácil…»Eran claras las pistas y Zelma las podía ver, destellantes como muecas de luz del alba. Ante ella se revelaba una historia, la de la Dama del velo negro, el cuadro más enigmático de la casa. Ahora lo comprendía, la tristeza detrás del telar que ocultaba el rostro de la mujer dolida. La condesa sintió empatía, una avivada y singular empatía.
Cuando advirtió el único detalle en la historia, que había pasado por alto, quedó sorprendida. Era algo tan diminuto. Sin embargo, para ella significaba todo un giro en los acontecimientos. La figura del cuadro sujetaba entre sus pálidas manos el mismo colgante que resplandecía en el cuello de la aristócrata, el colgante que había heredado de su abuela.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...