Mildred removió una vez más, con la cucharilla, el té dentro de su taza. «Suficiente azúcar». Pensó después de endulzar con tres terrones la bebida. Olfateó con un gesto delicado el vapor, cargado de un aroma dulce, que se desprendía del recipiente. El desayuno estaba listo. Todos bebieron al mismo tiempo.
Esa mañana en particular, la señora Aberleen, se sentía cansada, como si el peso de una noche revoltosa hubiese interrumpido de forma cortante su descanso. En realidad, así había sido.
Volteó la mirada ante el sonido de unos pasos que luego se detuvieron. Con un gesto suave, la dama devolvió el recipiente sobre la mesa servida con esmero y se levantó de la silla. Verner no la perdió de vista en el trayecto hacia la puerta. Los presentes en la mesa continuaron sumidos en el silencio.
Richard Buttons se adentró en el comedor de desayunos. Mildred interceptó al pequeño a medio camino y se agachó a su altura para verle el rostro de cerca.
La madrina con un tacto suave y cálido le acomodó la vestimenta, parecía consentirle con la mirada. El niño vestía la bufanda que ella le había obsequiado a su llegada a la casona.
—No es necesario que la uses —sonrió—, los días fríos de invierno ya han quedado atrás. Hoy hace un clima excelente afuera.
—Pensé que te gustaría —dijo Richard, se notaba exhausto. Ella no dijo nada, aunque su mirada resplandecía—. Es cálida y suave.
—Sé lo que estás pensando —susurró la madrina y con cautela dedicó una ojeada rápida en dirección a la mesa.
«¿Lo sabe?» Richard se notó sorprendido.
—No menciones una palabra del tema —Mildred dulcificó su voz—. Nadie quiere hablar de ello. Nadie quiere hablar sobre la última pesadilla —pausó sus palabras—. Todos lo vivimos durante la noche. Se está volviendo difícil diferenciar la realidad de los sueños. La casa juega con nosotros, juega con nuestras mentes. Tal vez si nos quedamos en silencio y no decimos nada, desaparezcan.
La señora Aberleen intentó mostrar un mohín relajado y tranquilo, aunque las palabras se le arremolinaban en la garganta.
—No hay nada por lo que preocuparse —Le guiñó un ojo al pequeño de forma desenfadada. Al concluir la frase retornó a su asiento en la mesa.
Richard se incorporó también.
—Pronto será el Baile de la Primavera Roja —mencionó Mildred a su esposo, aunque el tono alto de su voz indicaba que era un asunto de conocimiento público—. Argento me ha sorprendido de camino al comedor y me ha pedido que le ayude a organizar el evento —continuó—. Después de considerarlo, he terminado aceptando ¡No pude resistirme a la emoción!
—¿El baile de la Primavera Roja? —Richard sonó alarmado.
—Cuando era una niña —intervino Agatha con su voz melodiosa—, en la mansión, se realizaban toda clase de eventos. A mi madre siempre le apasionó la idea y el ambiente que traían las celebraciones, mientras que a mi padre le causaban una sensación de agobio y terminaba refugiado en su despacho como un gato asustadizo.
Agatha rio con ternura.
—Siempre ha sido renuente a los acontecimientos sociales.
Verner contempló la escena con cierta reserva; su esposa jamás hubiese sido participe de tal fiesta de no ser por la carta, sin remitente, que llegó a sus manos en horas pasadas. El papel lo dejaba claro, el evento debía realizarse o la desgracia caería sobre todos antes de lo estipulado. Verner confiaba ciegamente en Mildred.
—Seguro tu boda será una celebración exorbitante, querida sobrina —Argento rio por lo bajo mientras ocupaba su asiento en la mesa. Arrastró la silla de forma intencional provocando un desagradable chirrido—, el baile de la primavera será en comparación un evento de segunda.
—¡Serás la novia más bella de toda la ciudad! —Trude aplaudió con emoción— Morirán de envidia las mujeres y ningún caballero resistirá la tentación de voltear a verte.
La expresión de Agatha se tornó seria como si un cúmulo de nubes grises ensombreciera su mirar. Con un delicado gesto colocó la taza semivacía sobre la mesa y después de realizar una reverencia con la cabeza hacia los presentes abandonó el comedor. Dentro de su pecho latían el pesar y una mezcla de rabia y desilusión contenidas.
—Espero que así sea —continuó Roland con su actitud vanidosa, inflado de orgullo—. ¡Que nuestra boda sea titular en todos los diarios citadinos! —intercambió una mirada de complicidad con Trude.
—¿Maman, va a haber un baile? —Richard escuchó la voz en alza, solo él parecía ser consciente— ¡Las mariposas negras vendrán a por todos!
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...