Las ramas del Árbol del Hombre Muerto se mecieron con la brisa, bailando bajo la luna creciente. Ya se advertían a simple vista los nuevos retoños, dentro de pocos días brotarían las flores rojas.
Adenia avanzó en el sigilo de la noche a través del patio interior. No podía conciliar el sueño, las ideas se le arremolinaban en la mente como un mar embravecido. La lectura como método de distracción no la consolaba y las historias en el diario de Scarlett la dejaban trastornada. Motivada por la sospecha se adentró en la casa torcida. Usó una vela, al encenderla, el fuego crispó.
Rechinaron las tuberías como un raro presagio, pero a la niña poco le importó. Algo en su mirada indicaba que la verdad estaba a punto de ser revelada.
«¡Estoy pasando alguna pista por alto! ¡Lo sé!» Reflexionó. «El ladrón siempre ha estado entre nosotros».Tomó un giro a la derecha hasta arribar al corredor principal. Nadie deambulaba por los alrededores. Resonaron los peldaños de la escalera durante la subida.
«Debe ser alguien ágil y de bajo perfil. Una persona meticulosa y conocedora de las viejas tradiciones». Continuó. «Estoy convencida de que obra en la noche, es la única forma de no ser descubierto».Le brindó un frío saludo la desolación del segundo piso. Las sombras quedaron resaltadas por la iluminación azulosa, creaban patrones imprecisos sobre las superficies.
Adenia volteó de súbito, un sonido seco provino de sus espaldas. A través de la comisura de una puerta saltaba una mueca de luz débil. La niña se acercó. Observó con sumo cuidado por la ranura hacia el interior de la habitación. No había nadie, solo la llama avivada de la chimenea armonizaba el sitio, así que ella se adentró.
Los secretos de la noche trajeron consigo un nuevo descubrimiento. Oculta entre las paredes halló otra entrada, camuflada a la perfección entre viejos estantes. Estaba abierta. Enigmática y pintoresca, la pequeña sala revelaba más de lo que se podía apreciar a simple vista. Ella lo notó al menor intento, los sobres apilados encima del único escritorio que amueblaba el sitio eran un indicio claro.
—¡En este lugar se redactaron las cartas! —susurró la niña— ¡Es a habitación del escribano!
Alzó la vela, la escasa iluminación que llegaba de la chimenea se perdía entre tantos papeles. A lo largo de las paredes colgaban hojas, mecidas por un viento de procedencia indescifrable, misivas aún por entregar. Llevaban destinatarios y frases reveladoras. Adenia identificó la caligrafía.
«Algunas ya han sido entregadas». Dedujo al notar irregulares espacios entre ellas.
A la vista saltó un nuevo descubrimiento, un listado con los nombres de todos los convivientes de la casa, o casi todos. La niña arrancó el papel y lo colocó encima del escritorio.
Un estado de alarma le erizó los pelos de la nuca. No lo había notado antes. Sobre la mesa, el tintero desparramado y la madera algo astillada, indicaban señales de forcejeo. Adenia recorrió con su dedo índice la superficie. Un rastro de pigmento trazaba un minúsculo camino hacia la entrada. La niña del invernadero miró a ambos lados, pero la soledad la acompañaba. Nada la distraería de su cometido.
Fijó la vista en el recuento, chequeando uno a uno los nombres. Le dio una segunda ojeada.
—¡Cómo pude ser tan tonta! ¡El nombre del escribano es el único que no está en la lista! —dedujo— ¡Pero son muchos! ¡Me tomará un tiempo identificar el que falta! ¡Él sabe quién es el profanador!Adenia, con miedo a ser descubierta, guardó la lista en su bolsillo y después de un último vislumbre se dispuso a abandonar el cuarto. A medio camino hacia la salida sintió una rara curiosidad, las gotas de tinta sobre el suelo sirvieron de nueva guía.
—¡No puede ser! —Ella intentó mantener el tono de su voz bajo.
Escrita con trazos toscos y apresurados sobre la pared, una nueva nota, sin terminar, le puso los cabellos de punta. Estaba dirigida a ella.«Mi querida Belladona. Sé que leerás esta nota. Pronto sabrás quién soy, no obstante, cuando nos encontremos seré uno más de los que conforman la decoración del Jardín de las Almas Petrificadas. Sé que las dudas te corroen, pero me es escaso el tiempo para las respuestas. Todo estará bien, ahora lo sé, el Quebranto del tiempo llegó, justo como planifiqué, a las manos del niño…»
—¿El Jardín de las Almas Petrificadas? —hizo una pausa — No conozco ese sitio dentro de los terrenos de la casa.
Adenia continuó con la lectura.«… El mal también busca florecer con la primavera, las sombras se abrirán paso a través del velo buscando arraigarse en esta línea ley que todo lo absorbe. No dejen que las paredes se tiñan de rojo.
Junto al fuego se encuentra la última pista, pertenecía a la primera persona en habitar estas tierras. Debes saber, la identidad del Mitómano es…»
La caligrafía se perdió en un trazo abstracto y el texto quedó inconcluso.Al contemplar la escena y tras unir las conjeturas, la señorita Ethel dedujo lo ocurrido en la habitación. «El escribano jamás pudo completar la nota, alguien más apareció en la habitación por sorpresa. Aunque no hay indicios claros, puedo asumir que pelearon, los arañazos en la mesa lo confirman ¿Habrá logrado huir?»
La llama de la chimenea crispó y varias partículas resplandecieron en el aire. Adenia se aproximó. Un reloj distante marcó sus campanadas, aunó sus sonidos a los de la noche.
Descansando sobre la piedra, un raro artilugio quedaba bañado con la cálida iluminación.
—¡Es una caja secreta japonesa! —ella tomó emocionada el dispositivo entre sus manos. El éxtasis en su rostro era evidente.
La niña conocía de la invención del artilugio, había leído sobre ello en algunos libros de historias orientales. Un rompecabezas ingenioso y cotizado, creado en la región de Hakone para guardar misterios. Lo identificó al momento como una pieza desafiante. La caja himitsu-bako era liviana al tacto, la madera decorada con patrones de ostentosas flores era de una belleza incomparable. Adentro se encontraba una nueva pista, todo un puzle a descifrar. Revelar el contenido requeriría de una capacidad intelectual elevada. La única forma de acceder era mediante una serie de movimientos intrincados y complejos que abrirían los cerrojos. Adenia tendría que levantar, deslizar y desbloquear las piezas sobre la caja, grabadas con las veintiséis letras del abecedario.●●●
Cada noche renacía la tranquilidad. Solo el reloj poblaba el silencio con sus campanadas. La hora después la madrugada no llegó inadvertida.
Juan Bautista, el hijo del notario, corrió por el corredor. Con un movimiento errático y desesperado dejó caer al suelo la vela que sujetaba y quedó envuelto por la oscuridad. La flama sobrevivió por unos instantes hasta que un repentino aleteo la extinguió del todo. Surgieron crujidos y chasquidos. Un riachuelo de un oscuro tono carmesí inundó el pasillo. Él las vio, a las mariposas negras; nacieron desde las paredes y desde el líquido viscoso. Con retazos del tapizado conformaron sus alas. La casa parecía disfrutar de la desdicha.
«¡No debí salir de la habitación en medio de la noche!» Pensó Juan Bautista entre lamentos. Esa específica jornada había sido vencido por la gula, haciendo caso omiso a las imperiosas advertencias de su padre. El niño no pudo resistir la tentación de volver a saborear los dulces refinados que guardaba Vanna Ronda en la cocina y terminó aventurándose a por ellos.Al final del corredor, un suspiro bailó en la negrura. Alguien más frecuentaba los pasillos a deshoras. La distancia fue suficiente para identificar al personaje. Argento Aberleen colgaba un nuevo retrato en la pared. El niño tropezó con él de forma torpe, sabía que no encontraría auxilio de las manos del hombre, así que prefirió alejarse con prisas. Las mariposas negras no cesaron la persecución.
Al doblar a ciegas en una esquina, otro incógnito personaje cortó su paso. Juan Bautista quedó aprisionado por el agarre de unas manos tiznadas. El pequeño forcejeó, pero no halló escapatoria. Los aleteos se volvieron ruidosos. Le envolvían, giraban en torno a él.
Solo sintió una caricia cálida al contacto con la primera mariposa negra. De su boca no emanó un quejido. El niño guardó silencio, su cuerpo a medio solidificar era una clara señal de su destino. Había caído sobre él la maldición de piedra. Una sensación terminante le acogió, sintió por un momento que podía abrazar al sol. La aspereza de la roca se volvió su perdición.Un sonido roto, el lastimoso llanto del notario, despertó a todos al arribar el alba. Grand fue el primero en llegar a él, alertado por el lamento. Quedó reflejada en su rostro una expresión de devastación. Una abundante niebla se mezclaba con la humedad del ambiente, envolviendo a los pasillos en un manto blanco. A pesar de los infortunios la cancelación del Baile de la Primavera Roja quedaría fuera de discusión, la familia Aberleen debía continuar con el evento, las invitaciones habían sido enviadas. Dentro de pocos días la residencia estaría repleta de personas.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...