Con un caluroso destello la luz extinguió las sombras y el Espanto desapareció. Los niños sintieron alivio al ver al maestro.
Pareció interminable el sermón del Maestre Grand. Cada palabra rebotó una y otra vez entre los desolados muros. «¡No deben de andar solos por los pasillos!» Repetía él en un tono exasperado cada vez que tenía la oportunidad. No era menos cierto que su repentina presencia devolvió la calma a los corredores y que de alguna forma el Espanto quedó disuelto entre la claridad que provenía de una vela negra que el hombre sujetaba.
—¿Pensaba saltarse mis clases, pequeño? —cuestionó el maestro.
—¿Qué son esas criaturas? —preguntó Adenia aún con el corazón inquieto.
Grand la contempló con el rabillo del ojo y aceleró el paso. Se movía con cierta reserva, un deje extraño marcaba su andar.
—Llevamos prisas señorita Ethel. Un acontecimiento así no pasará desapercibido dentro de la mansión.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Richard, intentaba igualar el ritmo del mentor para no ser dejado atrás.
—¿Qué son los Espantos? —insistió la niña— Y lo más importante, ¿por qué nos perseguían?
El Maestre se detuvo de imprevisto. Observó en dirección a una habitación alumbrada, emanaban voces del interior. Por la ranura de la puerta entreabierta se escurría el murmullo. Un felino de pelaje grisáceo y orejas cortas asomó su cabeza, permaneció inmóvil por unos segundos, parecía escuchar el viento que aullaba entre los pasillos, luego retrocedió sobre sus pasos con un movimiento apresurado. Grand devolvió la mirada a Adenia. La niña, impaciente, aguardaba por una respuesta.
—Nadie lo sabe —respondió el mentor sin hacer énfasis—, pero el hecho de que hayan aparecido a plena luz del día significa que la historia está a punto de dar un vuelco amargo.
—¡Esperaré por una respuesta! —ella resopló, sabía que el Maestre encubría la verdad—. No me aterra la oscuridad.
—Creo que hay interrogantes más interesantes en este momento —él mostró su astucia.
—Es cierto, las hay, pero están ahora en un segundo plano —afirmó ella en un duelo de miradas—. Sé que la criatura estaba detrás de Richard y del amuleto.
—Lo que Richard sostiene en su bolsillo, señorita Ethel, es mucho más que un amuleto, un niño no debería llevar una carga tan pesada consigo. Otra persona más experimentada debería de hacerse cargo del artilugio. Si la familia se entera estará en problemas.
—¿Una carga pesada? —balbuceó Richard.
—¿Alguien como usted? —Adenia sonó desconfiada.
—Sí, alguien como yo —Grand volteó a observar a Buttons, su rostro mostró una mueca suave y familiar—. Puedes confiar en mí, estoy aquí para ayudar. Tengo mucho que enseñarles aún.
—Ahora siento mayor curiosidad. Para ser alguien de confianza, solo da respuestas vagas —dijo ella una vez más, mostrando gran madurez en sus palabras— ¿Qué… son… los… Espantos? —articuló de forma lenta.
Grand resopló, extenuado de la conversación.
—Muy bien, tiene la obstinación que caracteriza a las Belladonas. Se cree que los Espantos son enviados del más allá, fueron despertados por la imprudencia de la antigua propietaria de la mansión y usados como sirvientes guardianes para aplacar a los enemigos de la familia —mencionó finalmente el hombre—. Son seres capaces de traspasar el umbral de las sombras, listos para profesar el final de los tiempos. Se sienten atraídos por la energía que emana de ciertas personas o lugares. Su cuerpo está compuesto por viejas pieles, humo y pesadillas, son los vigilantes de las almas que no logran hallar su camino hacia el otro plano de la existencia. Una vez que eres tocado por un Espanto quedarás marcado para siempre.
—Una amiga me regaló el amuleto —dijo Richard.
El Maestre lo observó.
—Entonces tu amiga no sabe la clase de obsequio que puso en las manos de un pequeño —Grand se inclinó para verle mejor el rostro—. No eres común, Richard, eres de los pocos Creadores que he conocido.
—Ya deja de contarles historias absurdas a los mocosos, Grand, se supone que eres un maestro, no un… —Fringle interrumpió la frase. Intentaba encontrar la palabra adecuada— juglar de campo.
El mayordomo apareció por el corredor, se escabulló en silencio y sin apoyar sus pasos sobre el bastón. Su caminar simulaba al arrastre de una serpiente en plena cacería de su presa.
—¿Qué esperan? ¡Todos a la habitación! —el anciano señaló el camino y se adelantó. La sala iluminada era el destino— El más joven de los hermanos Aberleen ha solicitado la presencia de todos los inquilinos.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...