Cuando Richard abrió la puerta no se encontró a nadie, solo la fina iluminación de la madrugada se colaba a través del cristal de los ventanales. La quietud dejaba al descubierto los sonidos que traía la negrura, aunque en la casa torcida el rechinar de las tuberías era parte de lo cotidiano.
«¡Nunca deambules sin compañía por los pasillos!». Recordaba Buttons en cada ocasión. Le resultaban grotescas las estrictas reglas impuestas por su padrino.
El pequeño se encontraba exaltado, al punto de no poder conciliar el sueño. Los pensamientos iban y venían como un flujo incesante, pero uno en particular le atormentaba. «¿Qué hay en la tercera planta?» Era la desesperante cuestión, el tan ansiado descubrimiento.
Richard guardó en su bolsillo la pieza preferida de su colección de botones, una esfera redonda de un brillante color carmesí, y echó a andar. Por algún motivo cargar con ella le hacía sentirse cercano a sus padres. Una inusual ola de adrenalina le corrió por las venas, convirtiendo la madrugada en una experiencia férvida y en toda una aventura.
«¿Qué haría Marian, la cazadora de tesoros, en una situación así?» Invocó el infante las historias de su heroína favorita.
Avanzó con cautela. Sus pisadas de gato no quebraron la calma nocturna, aunque los sonidos provenientes de los alrededores dejaban al descubierto cierto movimiento en el interior de la casona. Anduvo escaleras arriba.
Por un segundo, durante el ascenso, creyó ver al señor Aberleen escabullirse por una de las esquinas. El sonido de las voces indicaba una presencia extra. También vislumbró entre la taciturnidad de la madrugada varios personajes ambulantes que entraban y salían de las habitaciones. En un punto del camino sintió un inusual aumento en la temperatura; calor, como si del suelo emanara un vapor dócil. También se tornó tibio el mármol del barandal.El pequeño resopló para sí mismo; le rondó la mente la página encontrada noches atrás en el interior de la habitación vacía. La hoja apareció ante él por arte de magia y las palabras brotaron solas. Parecía imposible que una nota de papel dictase su comportamiento.
—¡Maman! ¡Maman! —escuchó el llamado en el viento y se detuvo a medio camino. No vio a nadie. En lo alto de la escalera un enjambre de mariposas negras se abultó. Las sombras se removieron, después desaparecieron por el pasillo.
Dudó pensativo, luego apresuró el paso hacia la cima. Encendió una vela, alumbrándose en la oscuridad.
En la subida, una vez quedó atrás el segundo piso, el paisaje se tornó diferente. Los escalones polvorientos indicaban la desolación; el pasamanos ennegrecido, cubierto por una vegetación seca y moribunda era un síntoma claro del abandono y reproche hacia esa parte de la casona. Esperaba encontrar algo más que habitaciones vacías y pasillos grises.
Esa noche Richard Buttons ascendió hacia la tercera planta, incluso a sabiendas de que rompería la regla más valiosa de todas. Aun así, no se detuvo.
Su padrino gritaría furioso si se enterase de la desobediencia. La familia Aberleen le reprocharía día y noche la desfachatez y el mal comportamiento atípico de los buenos infantes, sin embargo, él no tenía otra idea en mente más que el ascenso. Miró atrás, desde las alturas se apreciaba el enorme espacio que comprendía la casona. Los pisos inferiores ahora lucían diminutos.El viento le desordenó el cabello y un sentimiento encontrado le caló los huesos. Olía diferente. A pesar del cúmulo de polvo y del color poco avivado de las paredes, a pesar de las raíces blancas que sobresalían de los muros y techos, a pesar de lo tenebroso del amplio espacio ahora descubierto, Buttons se sintió a gusto. Era un sitio incomparable, justo como él imaginó.
Al final del pasillo, divisó una escalera. El barandal mostraba un diseño exquisitamente trabajado, hilvanando con la madera preciosa patrones intrincados que le daban cierto aire espiritual. Un descansillo redondeado conducía a una habitación superior erigida a medio puntal; los detalles del titánico portón y el acabado de los muros recordaban a una bóveda lúgubre. A los lados de la entrada, un par de velas muertas, se escurrían en gotas de cera solidificada.
Richard se acercó un poco más, ayudándose de la lumbre para leer la inscripción cincelada en piedra en lo más alto del muro. Un ramillete de flores y mariposas negras decoraban el texto.ESCANDILARIO.
DESCANSO ETERNO PARA UNA GRAN MADRE, MUJER Y HERMANA.
QUE TU ALMA ENCUENTRE LA PAZ MÁS ALLÁ DE TUS PECADOS.«¿Escandilario?» Se cuestionó Richard, observando el acceso al que conducían las escalerillas. En la puerta, hermosos motivos en forma de ramajes y hojas confeccionados en hilos dorados que adornaban la madera ahora lucían corroídos y mohosos por el paso del tiempo.
«¿Por qué me prohibirían ascender a la tercera planta?» Pensó desviando la atención. «¿Qué podría haber de peligroso en este lugar? ¡Nada!»A unos pocos metros a la derecha, una puerta de madera descolorida quedó entreabierta por la acción del viento y un rastro de hojas secas fue expulsado desde el interior de la sala. Richard lo tomó como una invitación. Sobre la pared diminutos insectos se movían inquietos, asustados escalaron hacia los techos en busca de refugio, lejos del alcance de toda amenaza.
Buttons empujó la puerta. Tenía la intención de adentrarse en la habitación. Para su sorpresa la madera no se movió con facilidad, aun así, él no desistió. Entró. Un sonido crujiente provino de bajo de pasos. Varias astillas blanquecinas quedaron al descubierto sobre el suelo.
—¡Maman Bé —escuchó nuevamente, esta vez el llamado provenía de todas direcciones y más de una voz clamaba el nombre— ¡Maman!
—¡Ha vuelto a aparecer el intruso! ¡Va a volver a irrumpir el descanso eterno! —bramó una de las voces— ¡No aceptamos la presencia de nadie! ¡Largo! ¡Mantente lejos!
—¡No queremos profanadores! ¡Devuelve lo robado!
—¡Nos volverá a cegar con las cenizas!
—¡No! ¡Es alguien más! ¿No es cierto, Maman?
—¡El niño está aquí! —dijo un susurro— ¡Ha venido finalmente a verte!
—¿El niño? —murmuraron— ¡El niño!
—¡No, silencio! ¡Que no nos escuche! Aún no sabe que estamos aquí —dijo otro—. Pisa nuestros restos en señal de irrespeto, Maman. ¡No dejes que se aproxime más!
—¡No es merecedor! ¡Que las mariposas negras vayan a por él! ¡Que se lo lleven lejos!
—¡Calla! ¡El niño sí es merecedor! Le necesitamos, por eso ha sido traído hacia nosotros ¿No es verdad Maman? ¿Finalmente vamos a ser libres?
—¡Acércate un poco más al centro de la habitación! —mencionó una voz femenina con una fuerza inusual, pero en un leve susurro. Las demás voces callaron— ¡Requiero verte de cerca!
—¡Se va a asustar, Maman! ¡Mejor que no nos vea!
—La casa ha alterado sus reglas desde tu llegada. El pacto ha sido roto —la voz imponente hizo caso omiso a las demás, ella no callaría—. Hemos esperado por mucho tiempo a que aparecieras, aun así, seguimos anclados aquí.Richard avanzó en silencio. Anduvo un poco más. Gimotearon las voces, y los crujidos bajo los pies se intensificaron. En el centro de la habitación, bajo la luz de la vela, quedó al descubierto una mesa de un largo exagerado, un telar blanco, diseñado a la medida, la cubría con arcaica elegancia. Desde el techo colgaba una raíz moribunda, casi podía palpar el mantel.
El niño no pudo evitar sentirse abrumado bajo la visión naciente. La lumbre descubrió una tétrica escena. Sobre la mesa la abundancia de platos polvorientos y repletos de lo que una vez fue una suculenta cena, le despertó la incomodidad. Richard intentó no ver más allá, sin embargo, era muy tarde. Alzó la mirada. En las sillas reposaban restos humanos, esqueletos carcomidos por el tiempo; estaban desparramados sobre el suelo, al igual que bajo sus pies. Aún conservaban los elegantes ropajes, encajes finos y coloridos que denotaban el estatus social adinerado. Buttons presenciaba una cena mortífera, la última cena que tuvo el centenar de personas que ahora posaba frente a él.
Tal vez, hace muchas lunas atrás, durante la primavera, aquel lugar relució bajo el fulgor de las cálidas velas. Flores bienolientes decoraron cada esquina, mostrando una mixtura de colores. Tal vez, las conversaciones amables y las risas ambientaron la reunión, en donde la dama conocida como Maman era venerada y respetada por todos, incluso por su pupila más notable, la misma Scarlett, fundadora de la casa.—¡Maman! Lo hemos asustado —escuchó el niño una vez más y volteó sobre sus talones en busca de la presencia. Una silueta pálida se fundió asustadiza con la oscuridad, de vuelta al anonimato.
Richard enfocó la mirada hacia el final de la mesa y de alguna forma supo que los restos que descansaban sobre la silla más ostentosa pertenecían a ella, al ser que llamaban Maman.
—Lo siento —las palabras emanaron con suavidad de los labios del niño. Él no sabía la causa, pero la tristeza lo invadió de forma súbita—. No sé cómo ayudarlos.
—Tienes razón, aún no es el momento —mencionó la voz fuerte—. En cada habitación de esta planta hay un trozo de tu pasado. Aunque no permitimos que nadie se acerque a nuestro espacio, podrás visitarnos cuando tengas dudas. No obstante —el tono se volvió serio—, mantente alejado de su sepelio, el Escandilario ha sido profanado por un visitante extraño.
Retornó el silencio a la habitación. Buttons notó como varios espectros pálidos se alejaron de la mesa, esfumándose en una distancia invisible. La conversación había terminado.
—Continúa durmiendo —dijo la voz de forma suave y todo se apagó como un soplido a la llama de una vela.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...