Dentro de la habitación de escasa luz estalló el pánico. El candelabro en el techo tembló de forma imperceptible, luego toda la casa tiritó visiblemente. La estructura parecía despertar de un extendido sueño, estirar cada músculo de un cuerpo invisible y adormilado. Los adornos y parafernalias comenzaron a caer desde los estantes. Una enorme grieta atravesó lo alto de las columnatas. Con prisas, la familia, se resguardó en una esquina.
—¡Va a volver a suceder! —maldijo Zelma. En su piel podía sentir una rara y torcida energía que emanaba de todos lados.
—¡No! ¡Esto es diferente! —Verner observó a Grand con el rabillo del ojo— ¡No hay nada que temer!
Pero Richard sintió miedo. Una sensación horripilante le puso los pelos de punta.
—¡El Mitómano está entre nosotros! ¡Debe haber pasado la prueba de los espejos del Prefecto! —musitó reflexiva Adenia en medio del caos. Richard le prestó atención— La carta que recibimos también le mencionaba.
Buttons asintió con un gesto rápido, sus ojos no dejaban de deambular por la habitación, impulsados por la necesidad de indagar en todo lo acontecido.
—Debemos dar con la verdad —dijo Richard en un murmullo distraído por el bullicio—, pero estamos atrapados en esta habitación. No hay salida visible, la puerta está bloqueada.
—¿Espantos? —cuestionó ella cubriendo las espaldas del niño.
—No lo sé, pero se siente diferente. Creo que es algo más.
Otra fisura surcó la pared, provocando alaridos de terror en los presentes. La casa parecía colapsar, cual si no pudiese sostener su propio peso. Movido por la premura, el padrino se aproximó al portón y tiró con todas sus fuerzas. No obtuvo resultados. La cerradura no cedió, al contrario, las hojas parecían cerrarse con mayor intensidad. Verner zarandeó con desespero la madera, pero nada. Weber se sumó al esfuerzo, era un reflejo del pánico vivido, aun así, la expresión petulante no abandonó su rostro.
—¡Mejor lo intento yo! —dijo con cierto desdén.Trece campanadas resonaron. El temblor no cesó dentro de la habitación. Desde el techo llovían nubes de polvo gris.
—¡Buttons! —llamó Grand en un momento de confusión.
Grand se acercó a la puerta uniéndose al esfuerzo. Richard no se movió, su cuerpo se hallaba petrificado por el miedo. Palpó el amuleto escondido dentro de su chaqueta, esperando a que algún acto celestial le librase de aquella situación desfavorecedora. Nada sucedió.
—¡Mocoso insolente! —Weber cansado de la inacción del niño le tiró de la manga de la chaqueta— ¡Necesitamos toda la ayuda posible para abrir esta puerta del demonio!
Escurriéndose del bolsillo en un descuido, el amuleto quedó al descubierto una vez más. Cayó al suelo y rodó. Brincaba, sacudido por las vibraciones.
Richard, alarmado, se liberó del agarre del hombre y gateó en la persecución del codiciado objeto. Se escurrió entre las nubes de polvo y las partículas que bañaban el aire. Una vez lo tuvo de vuelta entre las manos lo sostuvo con fuerzas. Algo en el tacto repentino del artilugio le abrasaba la piel, aun así, una energía invisible le impedía separarse del Quebranto. La reliquia quedó frente a su rostro y el entorno fue absorbido en un borrón.
Cual suspiro dorado y sin previa advertencia surgió una visión desde el fondo de sus pensamientos. Buttons fue atraído por un vacío imaginario, cientos de hilos tiraban de su alma dejando al cuerpo congelado atrás en el tiempo. Un fulgor blanquecino brotó frente a él, —solo era un espectador—.Abrió y cerró los ojos, parecía despertar de una pesadilla interminable. Un cansancio sin igual invadió su ser. Contempló los alrededores, la habitación ahora se notaba diferente, derruida, el tiempo le había hecho mella, oxidando los escasos colores.
Sobre el suelo polvoriento yacían personas desconocidas, sus atuendos elegantes y refinados se encontraban cubiertos por una especie de planta enredadera que se aferraba, creciendo zigzagueante como serpiente que se arrastra sobre la arena en busca de nutrientes. Richard intentó reaccionar, pero su cuerpo no se movió.
Una invitación sobre el suelo le llamó la atención, pero no alcanzó a leer el texto en el trozo de papel desgastado. A sus espaldas, el sonar de unos pasos le indujo al pavor.
—¡Duerme! —mencionó una voz masculina que no logró identificar.
Nuevas imágenes centellearon en su mente cual fugaces flashazos: una piedra tallada en mujer. Palpó la gentileza en sus rasgos. Con solidez, la estatua resistía todo embiste. No pudo observar más allá.
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Richard Buttons y la hora de las mariposas negras
FantasyRichard Buttons llega a la casa de sus padrinos en una noche nublada -un lugar oscuro y cargado de misterios-. Las primeras campanadas del reloj comienzan a despertar los secretos que guardan las paredes. Poco a poco, el niño se ve envuelto en un am...