Capítulo 28: Una historia al principio de los tiempos

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Todo indicio de ensoñación quedó absorbido por una espiral blanca. Llegaron con el destello las nuevas imágenes.
—Mejor dejémosla descansar —mencionó Scarlett y cerró la puerta a su paso.
—¿Cómo está? —preguntó un joven Jean Pevsner. Se detuvo frente a la entrada de la habitación, aunque no se atrevió a traspasar el umbral—. Casi da a luz en el Jardín de las Almas Petrificadas.
—Freda duerme en este momento, fue una noche larga —La dama echó a andar por el corredor, rumbo al pasillo principal, el hermano la siguió—. Quedó agotada después del parto. Una hermosa integrante se ha sumado a nuestra familia —Resplandeció en su rostro una amplia sonrisa.
—Tus hijos se alegrarán con la noticia.
Scarlett prefirió callar ante la afirmación. Sujetó con sus dedos el amuleto que llevaba en el cuello. Otro tema aunaba sus pensamientos.
—He estado cavilando sobre lo que me propusiste la noche pasada —rompió el silencio—. Mi respuesta no cambiará Pevsner. No concibo tus planes. Los Loas se molestarán con nosotros, nos darán la espalda.
—¡Los Loas no pueden decidir nuestro futuro! —riñó él— ¡Sé que sientes la amenaza en aire, también has visto de lo que son capaces las mariposas negras! Las primeras víctimas ya decoran el Jardín de las Almas Petrificadas. Tu pacto con los Ghedé no servirá de mucho en esta situación.
La mujer apresuró el andar. No caería nuevamente en riñas sin sentido.
—¿Acaso no temes por tus hijos?
Scarlett se detuvo.
—¡Lo leíste en el Libro de las Premoniciones Abstractas! —continuó el joven— ¡La casa conspira contra todos! ¡La Línea Ley nos repele! Tú misma viste marchitarse al Árbol del Hombre Muerto ante tus narices ¡Tus hijos son los más débiles y fáciles de corromper! ¡La casa los ha comenzado a ver como no merecedores!
—¡Pevsner, es suficiente!
—¡Sabes que también lo harás! Cuentas con el favor de los Espantos, los invocaste. ¿Acaso mis planes son menos decorosos?
—¡Tus deseos son egoístas! —rebatió ella controlando el tono de su voz— Codicias la vida eterna, pero, ¿a cuál costo? ¿Sumergiendo a todos en un sueño inacabable, un estado cercano a la muerte? ¿Traicionando a tu propia familia y a las leyes de los Ghedés? ¡No fuimos criamos de esa forma, Pevsner!
—¡No lo entiendes!
Ella dejó escapar un profundo suspiro.
—No, no lo entiendo. Va en contra de todas nuestras enseñanzas. Los Loas actúan como guardianes de la vida y la muerte. Tus planes rompen con su orden natural, se burlan de lo pactado. ¡Sería una perfidia! Mientras yo viva bajo estos techos no sucederá.

Cortó el ambiente un silbido agudo y todo dio vueltas en la espiral blanquecina. Un espasmo sacudió el cuerpo de Richard, aun así, no despertó. Continuó inmerso en la historia del pasado que germinaba frente a sus ojos, más allá de la ensoñación.

Acogió las pisadas torpes de la mujer el corredor desolado. No había vuelta atrás, las lágrimas enjuagaban sus lamentos al ritmo de la luna llena. Scarlett ascendió por la escalerilla de madera de meticuloso acabado, cuando estuvo en el interior del Escandilario cerró la puerta. Sus planes habían sido ejecutados, la cena de primavera había concluido. No tuvo otra salida. Jamás dejaría que sus hijos perecieran entre las sombras, ellos eran inocentes.
Los espantos habían sido sellados en los rincones umbríos, en aquellos sitios en donde la luz escaseaba.
Ella las acogió, con cálida naturalidad aceptó el beso pétreo de las mariposas negras. Bañó su piel con la frialdad de sus alas. Sabía que era lo correcto, todo por la seguridad de sus vástagos.

Cuando la mañana arribó a la casona, Moreau despertó con una sensación desgarradora.  Bien sabía que su señora ya no se encontraba entre ellos y que una misión le había dejado fijada: evitar que Pevsner llevara a cabo sus planes.
Fue él quien en un amanecer nublado colocó el amuleto entre las pertenencias de la amable cocinera. Extrajo el Quebranto del interior de los apuntes de la Primigenia, en donde había reposado, oculto, por un lago tiempo y lo dejó caer, furtivamente, sobre varios ropajes apilados. Vanna Ronda jamás se imaginó la historia detrás del artilugio. También, extrajo el diario de la colección añeja del bibliotecario mientras el hombre parloteaba distraído con Richard y con la señora Aberleen.
Por último, las cartas modificaron la historia, justo como maquinó desde un principio. Eran las fichas definitorias de su encomienda: una para cada habitante de la casona. Estaba seguro de que la intrépida niña del invernadero sabría unir las piezas, tal y como esperaba.

Richard Buttons y la hora de las mariposas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora