58 - En algún lugar

1.9K 108 26
                                    

Can

Se ha ido.
Me dejo deslizar por el quicio de la puerta para sentarme en el suelo, apoyar los codos en las rodillas y cerrar los ojos. Su perfume aún perdura en la habitación que ha sido suya durante los últimos días, aquellos en los que la dejé marchar.

Me llevo las manos a las orejas, enderezando la cabeza contra el marco de la puerta. ¿Qué esperaba? Gestioné mal toda esta situación desde el principio, pero ahora me doy cuenta de que cometí el mayor error en estos mismos días. Poco a poco había conseguido acercarme a ella, gracias a las maniobras de mi padre. A pesar de todo lo que le había hecho pasar en las últimas semanas había ganado terreno, ella estaba más relajada y realmente podría haber sido el inicio de un punto de inflexión para nosotros y nuestro matrimonio y en cambio, estúpidamente, pensé que lo más importante era vengarme de mi hermano. Me centré en trabajar para salvar la agencia y en la trampa para inculpar a Emre y a mi madre sin pensar que lo que realmente importaba era que le había dejado, solo y sin escuchar, aquí mismo en esta casa.

El cansancio de los últimos días cae sobre mí como un peñasco y me doy cuenta de que no siento alivio ante la idea de que todo haya terminado, no tengo a nadie con quien compartir la agridulce victoria de haber detenido los planes de Emre y Huma cuando también significaba ver cómo se llevaban a mi hermano esposado. Lo único que me consuela es saber que mi padre parece haber afrontado todo esto con determinación y valentía, es fuerte, siempre lo supe, pero realmente temía que su estado de salud no le permitiera superar la decepción de lo que su hijo intentaba hacer contra él y su agencia.

Me levanto cansada mucho más tarde, cuando el sol ya se está poniendo, incapaz de dar sentido a lo que ha pasado y preguntándome qué será de mí y de nosotros ahora. Abro la ventana francesa del salón y me detengo a contemplar cómo el sol desaparece por la orilla opuesta del Cuerno de Oro. Es un espectáculo que nunca me canso de contemplar y sé que a ella le ocurría lo mismo, el embeleso con el que se detenía a admirar la vista desde esta casa era auténtico, de eso no me cabe la menor duda. Mientras el atardecer se desvanece finalmente en la noche decido volver a entrar en la casa, recorro con la mirada recordando las tranquilas horas que pasamos en esta habitación poniendo la mesa y luego cenando con nuestros padres. Al hacerlo me llama la atención algo que hay sobre la mesa y que no había visto antes, ya que entré en casa agitada. Con un apretón en el corazón veo un estuche de terciopelo y una nota que me apresuro a recoger y las palabras que leo hacen temblar mi corazón:

Can,
No creo que pueda seguir con esta farsa. Durante un tiempo nuestros padres nos dejarán en paz, eso es lo que le pediré a mi madre y lo que tú también deberías hacer. Dile a tu padre que necesitamos estar solos, que necesitamos acostumbrarnos a nuestra nueva vida juntos para poder pasar el tiempo necesario y luego decirles la verdad, que nos hemos dado cuenta de que estábamos equivocados y que no estamos hechos el uno para el otro. Es lo único sensato, tendrán que aceptarlo de alguna manera. Dentro de unos meses me pondré en contacto con ellos para presentarles los papeles del divorcio y que cada uno pueda seguir su camino.
Hoşçakal, adiós.
Sanem.

Mi mirada se desplaza hacia el estuche de terciopelo, sé lo que contiene, no tengo ninguna duda. Lo cojo y al abrirlo ya sé que contiene tanto el anillo de la abuela Samihra como la alianza. Se acabó, ya no quiere ninguna relación conmigo, quiere que todo acabe pronto entre nosotros. Cierro el estuche y aprieto esa nota, que es lo único suyo que me queda, con fuerza entre mis dedos hasta que desaparece en mi puño. . ¿Adónde habrá ido? Por lo que ha escrito puedo excluir que haya vuelto con sus padres, ¿entonces? No puede pedir hospitalidad a nadie de su barrio o su madre se enteraría, así que también puedo descartar a Osman y Ayhan. ¿A quién más? Me doy cuenta de que sé muy poco de su vida, o quizá más sencillamente, su vida solía estar encerrada en las calles de su barrio y ahora la he sacado de allí dejándola sola, obligándola a alejarse de sus seres queridos y de los lugares donde creció y amó. Maldita sea, otra razón para despreciarme, desde que la conocí sólo he sido capaz de hacerle daño.

Decisiones repentinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora