69 - Una oportunidad

2.2K 115 26
                                    

Sanem

Descubrirlo prácticamente desnudo en el salón fue chocante. Había olvidado llevarme agua a mi habitación para pasar la noche y me dirigía a la cocina a por ella cuando eché una mirada de reojo hacia el salón. En la oscuridad de la habitación, Can se estaba desnudando con la única luz que provenía de la chimenea.
No pude resistirme, me quedé inmóvil mientras mis ojos seguían fascinados cada movimiento de la intrigante silueta de su cuerpo que se recortaba contra el reflejo del fuego de la chimenea.
Su pelo suelto de su habitual coleta fluía por su musculosa espalda al igual que el resto de su tonificado cuerpo que ahora se erguía ante mí cubierto únicamente por sus ajustados calzoncillos bóxer.
Una cosa es cierta, nuestros cuerpos son como imanes el uno para el otro, o al menos puedo decir con certeza que el suyo lo es para mí. ¿Por qué no puedo resistirme?
Me resultó imposible desde el principio, pero se ha vuelto aún más imposible desde que me bastó una noche para memorizar al detalle sus músculos acerados, su abdomen plano, sus piernas musculosas y esas nalgas que...
Intento reprimir los pensamientos pecaminosos que pasan por mi cabeza, pero un gemido se escapa de mis labios entreabiertos antes de que pueda reprimirlo y, horrorizada, veo cómo se vuelve hacia mí.
Nuestros ojos se cruzan un instante y, cuando mi mirada no puede evitar seguir vagando por su cuerpo semidesnudo, me doy cuenta de que su mirada también se posa acariciadoramente sobre la mía, cubierta únicamente por la impalpable tela del camisón que acaricia mi piel como si fuera él quien lo hiciera.
Siento escalofríos prohibidos al pensar que fue Can quien me compró esta enagua de seda, tan fina y sexy. ¿Qué pensó cuando la eligió entre tantas? En su mirada leo la misma lujuria voraz que debe de reflejarse en la mía, pues nuestros cuerpos parecen atraerse el uno hacia el otro como si tuvieran voluntad propia. Sé que no debería mirarle, que no debería tener esos pensamientos, pero los recuerdos siguen siendo demasiado vívidos.
Por mucho que intente alejarlos, tengo ante mis ojos fotogramas de besos, manos que rozan los huecos y protuberancias de ese cuerpo que sólo me llevó una noche aprender a conocer y desear a pesar de mí misma.
Sin aliento, siento el impulso irrefrenable de ir hacia él, mis manos tiemblan por el deseo de tocarlo, mis labios quieren saborear su piel como sólo fui libre de hacerlo aquella noche en que nos permitimos entregarnos por completo a nuestros deseos.

Mi mente, sin embargo, me dice que no lo haga, no ahora que las cosas entre nosotros están aún por definir, así que sujeto con fuerza el paño que cierra la cocina entre mis dedos mientras intento salir de la espesa niebla del deseo. Inhalando profundamente, cierro los ojos un instante y luego, casi tartamudeando, intento explicar mi presencia allí: "Tenía sed...".
Cobardemente, huyo y me refugio en la cocina donde, con manos temblorosas, cojo un vaso y una jarra para servirme un poco de agua. La agitación, sin embargo, parece minar mis fuerzas, hasta el punto de que con una sola mano no puedo sostener su peso, y horrorizada veo cómo cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos húmedos.

Miro asustada a mi alrededor, moviéndome descalza corro el riesgo de hacerme mucho daño entre tanto cristal esparcido por la cocina. Casi distraída veo a Can asomarse a la puerta para ver qué ha pasado.
"Quieto, no te muevas". Desaparece por unos instantes y luego regresa vistiendo sólo sus botas y bóxers. Me alcanza en pocas zancadas, me coge suavemente en brazos para sacarme de la cocina entre el chirriante ruido de cristales pisoteados. Permanezco en silencio porque ahora la sensación inquietante que sentí hace un momento se multiplica por cien al contacto con su pecho desnudo, los fuertes brazos que me envuelven, el calor de su cuerpo y el aroma de su piel asaltando todos mis sentidos mientras lucho por respirar.

Nuestros cuerpos se rozan y se adhieren completamente cuando me suelta y no puedo evitar levantar la cara para encontrarme con su mirada. Está guapísimo con el pelo suelto y su mirada magnética recorre mi rostro y se detiene en mis labios durante un buen rato. Es en ese momento cuando me doy cuenta de que no puedo resistirme, necesito tocarle y lo hago levantando la mano, posándola en una suave caricia sobre su mejilla.
¡Qué agradable es la sensación de la suave barba bajo mis dedos!
Sus manos que sujetaban mis caderas se elevan en una ligera caricia para enmarcar mi rostro, nuestras miradas se encierran por instantes eternos hasta que él las cierra, bajando su frente para apoyarla contra la mía.

Decisiones repentinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora