9 | La incomodidad es algo subjetivo

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9 | LA INCOMODIDAD ES ALGO SUBJETIVO

Heath

Lo que más me gustaba de hacer viajes cortos era lo poco que te costaba hacer y deshacer la maleta. Conocer diversos lugares en un plazo tan corto que te hacía quedarte con las ganas de más y acababas volviendo al mismo sitio en busca de más. Emoción, experiencias, lugares... lo que fuese.

Londres era algo así en mi caso. Dudaba en que fuese capaz de mudarme a un sitio como ese; abarrotado de gente, turistas, comidas distintas y, en general, el mal tiempo... todo eso y que, en general, no me mudaría. Vivía bien en mi mugroso piso con esos tarados.

Cerré la maleta y envié un mensaje a Maeve avisándole que iba a ir hacia el aeropuerto, básicamente para que no me hiciese esperarla. Más le valía tener todo preparado porque, si perdíamos el vuelo, esta vez no iba a ser culpa mía, sino suya.

Yo tenía que irme a la fuerza. De hecho, lo que más me apetecía era seguir durmiendo, encantado con los suaves ronquidos de Grace mientras se recolocaba sobre mi pecho de mil posturas distintas sin llegar a estar del todo a gusto.

Pero no, tenía que ir a buscar a una maldita guitarrista a una ciudad lo suficientemente lejos como para coger otro maldito vuelo, aguantarla mientras íbamos al maldito aeropuerto y después aguantarla veinticuatro malditas horas hasta llegar a casa.

Antes de que me lo pensara dos veces, agarré la chupa de cuero e hice un gran esfuerzo por irme sin mirar atrás.

Sin embargo, me resultaba imposible hacerlo a sabiendas de que seguía dormitando como un bebé, con la cara totalmente relajada e incluso babeando un poco.

Dios, me hubiese querido matar si supiese que estaba mordiéndome el labio para contener una carcajada inmensa.

Tenía que intentar ser... optimista. O, aunque sea, realista. Volvería a verla en menos de dos semanas, así que tampoco podía montar el drama de mi vida. Entre lo evadido que estaría concentrándome en terminar la letra de la canción de la final y en no matar a la nueva guitarrista, tampoco me quedaría mucho más tiempo para pensar demasiado en ella. No sería tan difícil, ¿no?

Agarré el pomo soltando un resoplo. Al menos si se me volvía a cruzar el cable y quería venir a visitarla por sorpresa otra vez, sabía cuál era su habitación y no iba a tener que necesitar la ayuda de Pequeñín.

¿Ves? Incluso a él le echaría de menos.

—¿Otra vez?

Me llevé la mano al pecho del susto y di un salto. Joder, ¿es que quería matarme de infarto?

Tenía el pelo enmarañado, los ojos entrecerrados y ligeramente hinchados, al igual que sus labios.

Malditos labios del demonio. Eran demasiado apetecibles.

¿Qué haría si le diese un beso y...?

—¿Qué? —pregunté, absorto en ella luego de quedarse mirándome como si fuese un imbécil.

—Te ibas otra vez sin despedirte —murmuró somnolienta, con cierto ápice de molestia.

Volví a empujar la puerta con el pie, acercándome a la cama, donde ella se puso de pie de brazos cruzados y ni siquiera con esas conseguía ponerse a mi altura.

—¿Te tienes que ir ya? —murmuró con voz ahogada.

Mi sonrisa se borró de un plumazo.

No, Grace, no. No me hagas esto, porque tengo las mismas ganas de marcharme como tú, y si me lo pidieses, si tan solo lo dejases caer, me quedaría.

English Love Affair ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora