41 | Anclas y naufragios

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41 | ANCLAS Y NAUFRAGIOS

Grace

Sabía que sería una semana dura teniendo en cuenta que, en Brisbane, apenas tenía tiempo libre ya que tenía tropecientos quehaceres que atender, así que en Londres sería igual o más intenso que allí.

Pero lo que no pensé es que agradeciese estar tan ocupada.

Ya no tenía esa sensación hogareña en Londres. Ahora tenía la sensación de que, simplemente, estaba allí por negocios, cosa que no era del todo falsa, pero llegaba a estar hasta incómoda si lo pensaba demasiado.

Los pensamientos intrusivos y preguntas como: ¿Edward sabrá que estoy aquí? ¿Moverá cielo, mar y tierra para dar conmigo o se habrá rendido de una vez? ¿Debería dar el paso y conocerla?, no dejaban de rondar mi cabeza.

El único que conseguía animarme era Frank. Ya solo con preguntarme cómo me ha ido el día, qué sería de la gira de los chicos y cómo me sentía, conseguía sacarme una sonrisa.

Me pasé toda mi infancia sola, sin contar a Frank, Piper y papá, cuando era más pequeña. Nunca tuve amigos en el colegio; eso de tener a mi mejor amiga lejos de mí era duro. Las niñas de mi clase no querían jugar conmigo en el recreo, y los chicos siempre se mostraban reacios a acercarse y jugar con una chica.

Normalmente intentaba refugiarme en el aula. Me sentaba bajo mi pupitre, tomaba mi almuerzo y observaba a través de la ventana a mis compañeros jugando en el recreo en silencio.

Comencé a notar que ninguna de las chicas comían bocadillos. Aumenté de peso y crecí antes que ellas, así que Edward contrató a una dietista y empezó a controlar mi peso, lo que ingería y las cantidades, hasta llegar a la conclusión de que no debía almorzar. Demasiadas calorías si querían que tuviese el cuerpo idóneo.

Todos los días al acabar el colegio, Frank me recogía y rompía a llorar en el asiento trasero del coche.

Él siempre fue un hombre de pocas palabras. Raras veces lo había visto sonreír abiertamente a alguien que no fuese yo, cosa que me hacía sentirme especial, así que nunca esperaba de él ni de nadie un abrazo o preguntarme si estaba bien.

No. Él simplemente sabía que disfrutaba de los animales, la naturaleza y los picnics, así que todos los miércoles me llevaba a Kensington Gardens y comíamos juntos frente a los patos. Y ahí no importaban las calorías o los amigos. Él me quería tal y como era.

A veces me siento culpable de haberle arrebatado a un hombre tan bueno y bondadoso como Frank la posibilidad de haber formado una familia. De descubrir alguna que otra pasión como el golf, pintar o algo así. Siempre estaba en casa a disposición de mi padre y de mí.

Unas navidades, cuando yo tenía seis años, le pregunté si no tenía familia con la que celebrarla. Él me dijo que no, que era hijo único y no tenía mujer ni hijos, pero que tampoco los necesitaba teniéndome a mí. Eso me hizo sonreír y entristecerme al mismo tiempo, porque para mí él también era mi familia. Al verme algo disgustada, me llevó a comer helado a escondidas de papá y del equipo y a pasear Hyde Park.

Obligué a mi garganta a tragar el nudo de mi garganta y saqué el teléfono mientras salía de las oficinas. Me rugieron las tripas y me dolían los pies. Esos días en aquellas oficinas estaba andando más que nunca. Corinne debía contratar a alguien que ordenara sus documentos para no tener que ir de aquí para allá cada dos minutos.

Heath [10:02]: ¿Nuestra representante sigue viva o Corinne la ha echado a los tiburones esta mañana?

Una sonrisa comenzó a cubrir mi rostro instantáneamente.

English Love Affair ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora