31 | El morado es el culpable de todo

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31 | EL MORADO ES EL CULPABLE DE TODO

Heath

—¿Crees que estará en casa?

Ya era la tercera vez que Ax preguntaba eso en todo el maldito día. Llevábamos ensayando toda la mañana, porque, aunque aún no tuviésemos noticia alguna sobre la gira con The CityWalkers, Corinne ya nos advirtió que lo más probable fuese que nos llamaran de la noche a la mañana, sin previo aviso, y nos dieran una fecha demasiado próxima, así que debíamos ir preparados.

Maeve ya estaba mucho más suelta como guitarra principal. Aún no llevaba muy bien el hecho de que no lo fuera yo, y ya dejé expresamente claro en algún que otro ensayo que yo sería el guitarrista principal en, mínimo, cuatro canciones, teniendo en cuenta que tendríamos unos cincuenta minutos completamente nuestros.

—No lo sé —respondí entre dientes, montándome en la furgoneta.

—Ya. Bueno, si no está, volveré mañana. No pienso dejar esto así —me avisó.

—Ya lo sé, Ax. Si ya eres un grano en el culo como amigo, no quiero ni imaginarme como novio —rodé los ojos mientras arrancaba el motor y él me dio un empujón merecido en el hombro.

Tamborileó sus dedos en sus muslos con nerviosismo y chasqueó la lengua.

—Sabes que Pen...

—Sí, sí, ya lo sé —rodé los ojos, interrumpiéndolo —. No te pongas en plan sentimental.

—¿Qué pasa? ¿Es que te ves reflejado con Grace y...?

—Cierra el pico o lo haré yo con un puñetazo —le enarqué una ceja a modo de advertencia, porque estaba jodidamente harto de todo, en general.

Sí, estaba igual de gruñón que un anciano, Grace y el resto tenían razón, pero ni de coña iba a admitirlo delante de ellos.

De todas formas, Ax soltó un resoplo y jugueteó con sus manos, inquieto, sobre sus piernas. Advertí que se había echado colonia, algo para nada normal en nosotros teniendo en cuenta que nuestros frascos de perfume del supermercado estaban prácticamente enteros porque solo lo utilizábamos en ocasiones especiales.

Apreté los labios. Claro. Pen para él era su ocasión más especial incluso llevando más de seis años juntos, y probablemente lo siguiese siendo dentro de otros cuarenta.

—¿Crees que se enfadará al verme allí? —preguntó inseguro.

Yo fruncí el ceño.

—¿Desde cuándo te importa lo que opinen los demás?

—Es Pen, no es lo mismo —puso los ojos en blanco, como si fuese obvio.

Y ahí estaba la diferencia, que para mí Pen era como mi hermana, mi madre y mi mejor amiga en uno, así que estaba acostumbrado a que estuviese cabreada conmigo habitualmente.

De todas formas, tenía pensado ir a verla igualmente. No pude imaginar el golpe que debió llevarse al ver que el capullo de Victor y su discográfica no lo querían. No se acababa el mundo, podríamos buscar otra cosa... aunque nos arriesgáramos a quedarnos sin nada. Aún así, no me fiaba de ese tío. Ni de él ni de sus estúpidos músculos gigantes ni de su estúpida sonrisa.

No me pasó inadvertida la forma en la que Grace le devolvió la sonrisa. Una sonrisa que llevaba días sin ver porque me había dado por ser un puto cascarrabias. Y él, sin embargo, tres minutos después de conocerla ya...

Sacudí la cabeza. Joder, ¿estaba...?

No. Claro que no. Éramos amigos. Me lo dejó suficientemente claro las millones de veces en las que intentaba besarla o la miraba lo suficiente como para conseguir que se sonrojara.

English Love Affair ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora