52 | Australia: Melbourne

4K 346 91
                                    

52 | AUSTRALIA: MELBOURNE

Grace

Corrí a través de la puerta de embarque y llamé a un taxi con un teléfono que me había comprado días atrás con ningún número registrado, porque el mío había sufrido tal golpe que fue imposible recuperar mis contactos ni fotos. Llegó en cuestión de quince minutos.

Me quité rápidamente la chaqueta que me prestó mamá del calor que sentí nada más subir al taxi, sorbiendo mi nariz. Esperaba no estar incubando ningún virus, porque ya era lo último que me faltaba.

—¿A dónde vamos, chica? —preguntó el taxista mientras me abrochaba el cinturón, alterada.

No había dormido en todo el vuelo. Tenía demasiado en lo que pensar.

—Al Rod Laver arena, por favor.

En cuanto el vehículo se puso en marcha, abrí la ventanilla y recogí mi melena con mi propia mano, suspirando para intentar refrescarme. En realidad creo que no hacía tanto calor, sino que mi cuerpo por los propios nervios había conseguido aumentar mi temperatura corporal por lo menos cinco grados por encima de la que hacía.

Algo se cayó entre mis piernas que logró llamar mi atención.

Era una barrita de frutos secos y chocolate.

Sonriente, la guardé de nuevo porque tenía la boca del estómago demasiado cerrada como para comérmela. Solo necesitaba llegar allí, disculparme con mucha gente y rezar para tener margen y enmendar mi error.

A los diez minutos, antes de que el taxi llegase a la misma puerta del lugar —que estaba a reventar de gente—, en un semáforo rojo le lancé un billete al conductor y salí disparatada.

—¡Eh! —gritó el conductor, desconcertado, cuando eché a correr hacia el otro lado del edificio.

Me obligué a ponerme la chaqueta de nuevo para cubrirme con la capucha y en ese momento no pudo importarme menos que la gente me viese. Solo tenía que llegar.

Nada más abordar una de las puertas laterales por donde planeamos mi supuesta salida en cuanto llegase el autobús antes de recoger al resto como en cada concierto, empecé a aporrearla.

—Vamos, abrid —rogué en voz baja, mordiéndome el interior del carrillo en aquel callejón desamparado. Daba a una bocacalle poco transitada y lúgubre que me puso la piel de gallina —. ¿Hola? ¡Soy yo, Grace!

Silencio.

Solté un gimoteo y saqué mi teléfono. Había sido inútil llamar a la central del equipo de Corinne en Londres. Mamá tenía razón, automáticamente te colgaban porque se pensaban que eras una fan, lo que me dio un escalofrío al pensar que alguien ya había intentado hacerse pasar por mí y llamarla.

—¿Hola? —volví a golpear la puerta, escuchando ruidos extraños tras unos contenedores pero, de nuevo, silencio.

Al menos hasta medio minuto después, cuando se escucharon unos gritos.

—¡...no se me ha escuchado! —vociferó una voz masculina demasiado familiar. Se estaba acercando —. Te digo que el micrófono estaba encendido joder, y el bajo bien conectado...

Volví a aporrear la puerta con fuerza.

—¿Hola? ¡Soy Grace! ¡Abrid, por favor!

De pronto, la puerta se abrió con tanto ímpetu que me golpeó en la frente.

Dolorida, me llevé ahí la mano.

—¿Grace? —preguntó Fisher, confundido. Su respiración iba errática y la vena de su cuello parecía que iba a explotar —. ¿Qué...? —su rostro se ensombreció, adoptando un tono más rudo —. ¿Qué cojones haces aquí?

English Love Affair ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora