55 | Consecuencias

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55 | CONSECUENCIAS

Heath

El trueno que retumbó a lo lejos seguido del relámpago que iluminó el cielo fue lo único que consiguió despertarme de aquel trance.

Todos iban enfundados en trajes negros. Todos tenían la misma expresión: pálida, triste, con las ojeras pronunciadas y desolados, primero mirando hacia el hoyo del suelo, y después a mí.

Fisher y Ax me apretaron los hombros, tratando de reconfortarme.

No había hablado ni una sola palabra en todo el día. No podía estar ahí.

Mientras hundían el ataúd en la maldita tierra, mientras Frank se derrumbaba en silencio y ni siquiera se molestaba en limpiarse las lágrimas, o Amanda junto a él, abrazándolo porque probablemente se caería al suelo sin su agarre.

Tenía un pozo vacío en mi pecho, como si me hubiesen arrancado el corazón del tirón. Como si ya no hubiese nada que mantener vivo dentro de mí.

Fueron metiendo despacio el ataúd de madera oscura. Bobbie y Gus, que sostenían los ramos de flores, se limpiaron las lágrimas con la mirada perdida ahí. Se cubrió el espacio con tierra, y el silencio fue insoportable.

No me había dado cuenta de lo superficial que era mi respiración. De que tenía las manos frías convertidas en unos puños y los dientes rechinando de la fuerza que estaba empleando con la mandíbula.

Me zafé del agarre de mis amigos. Piper, cubierta de lágrimas, abrió los ojos como platos.

—Tío —me advirtió Fish en silencio, con una mirada suplicante.

Empecé a retroceder, negando con la cabeza.

—No puedo hacerlo —dije con voz ahogada, incapaz de mirar cómo el agujero se iba llenando de tierra —. Yo no...

Antes de terminar de hablar, antes de siquiera romper a llorar de nuevo, eché a correr. Eché a correr cementerio abajo, mis zapatos cubiertos de barro y el órgano que daba por muerto rebotándome en el pecho. Recordándome que mientras ella estaba muerta, yo seguía vivo. Que tendría que vivir con ello durante toda mi maldita vida.

Y no podía. No podía hacerlo.

A lo lejos, cuando empezó a llover, vislumbré a una mujer vestida de negro, quieta, observándome.

No pude frenar mis pies. No pude aplacar la ira que estalló en mis ojos y en todo mi cuerpo cuando la reconocí.

En cuanto llegué, le di tal empujón que se chocó contra la parada de autobús que quedaba a sus espaldas. La agarré del cuello de su abrigo y volví a empujarla contra la pared.

Nunca le habría puesto una mano encima a una mujer. Ni siquiera me soportaba a mí mismo cuando me metía en peleas, pero no pude controlarlo.

—Eres repugnante —escupí, temblando —. En la vida, en la vida voy a poder perdonarte lo que has hecho.

Su rostro se mantenía impertérrito, casi hasta confuso.

—Heath, yo no he hecho nada —se justificó. Sherry hundió las cejas en un gesto inocente, y miró por encima de mi hombro. A lo lejos se les veía a todos, devolviéndonos la mirada —. ¿Vas a aprovechar tus últimos momentos a su lado conmigo?

Una sonrisa perezosa coronó su rostro, sabiendo lo que estaba provocando en mí. Sabiendo la facilidad que tenía de quitarme el poco autocontrol que me quedaba.

—Cállate —le advertí.

—Se ha ido —pronunció meticulosamente cada palabra, provocando tres cortes nuevos en mí. No pude tragar de lo doloroso que era el nudo de mi garganta —. Se ha ido por tu culpa. Por ser tan inestable. Esa chica era demasiado para alguien como tú.

English Love Affair ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora