III. Calamares

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Tres cuartos de hora después, el budín de mandarina estaba listo sobre la mesa. En la casa flotaba un perfume de cítrico dulzor que invadía cada rincón de una calidez profunda en un otoño que comenzaba a enfriarse. Fuera el viento había comenzado a soplar con el avance del atardecer, pequeñas ramas se retorcían furiosas en los árboles dejando caer aquel manto de doradas hojas en la entrada.

Desde la ventana de mi habitación, observé cómo se había arruinado mi esfuerzo por el repentino vendaval. Realmente había trabajado en dejar el jardín delantero limpio pero era una tarea difícil en otoño. Especialmente porque mi residencia estaba repleta de árboles y el viento era un arma de doble filo. De las puertas hacia adentro, brotaba un aire tibio como de hogar que no sólo refugiaba del polvillo otoñal sino que también era capaz de acariciar los corazones con el suave aroma a budín recién horneado.

A pesar de no haber sido cocinado con todo el amor del mundo, sabía exquisito. Junto al viento que iba en aumento, el sol que se escondía tibio en horizonte y la compañía de mi amigo Taehyung, aquel budín de mandarina había sido capaz de calmar mi alma tanto como el canto no había podido.

Mi gato quiso aparecer justo en ese instante, saltando esporádico desde la ventana de la habitación y aterrizando en el colchón de lilas mantas. Parecía haber previsto que la lluvia llegaría luego de esa noche, con los altos vientos desde el sur, o tal vez su olfato lo atrajo y sólo deseaba un trozo de ese esponjoso budín.

Desde hace cinco años tenía un gato negro llamado Nemo. No solía estar tanto en casa estas temporadas por lo que lo extrañaba mucho. Es por eso que me asombré de verlo.

—¡Nemo, eres tú! —lo acosté en mi regazo, recibiendo algunos ronroneos—. ¿En qué momento llegaste?

—Interesante... —murmuró un pensativo Taehyung, quien iba por su tercera porción de budín.

—¿Qué? ¿Estás celoso? —reí.

Podía verse un nubarrón gris enorme en el cielo que amenazaba con expandirse en las suaves pinceladas aguamarinas.

—Claro que no, Nemo es mi segundo mejor amigo. Simplemente me preguntaba si el profesor Min es un cambiaformas.

Yo me sobresalté tanto que casi dejo caer a Nemo.

—¿P-Por qué piensas en eso? ¿A quién le importa? Porque a mí no me interesa si él tiene el don del oído absoluto o si es un cambiaformas de mariposa en las noches. ¡Me da lo mismo! —exclamé.

Me puse de espaldas al piano, quedando a ahorcajadas en la ventana. De a poco logré ver el auto de mi madre estacionando, pero ella siempre se quedaría hablando con su vecina unos momentos antes de entrar. Tenían una relación que siempre me dio curiosidad, pero no ahondaba demasiado en las amistades de mamá pues estas eran demasiadas.

—Sólo me lo pregunté. ¿No crees que su cara se parece a la de Nemo?

La mirada que recibió fue de inframundo.

—Arrepiéntete. Tienes cinco segundos. Uno. Dos. Tres...

—Eres un exagerado. Como sea, ahora que tengo mi pancita llena y feliz, ¿quieres que hagamos nuestro plan? —Tae sobó su estómago con una sonrisa contenta.

—Que sea de una vez, antes de que mi metiche madre suba y comience a decir cosas vergonzosas hacia mi persona —resoplé, acariciando a Nemo como si fuera una almohada en mi regazo.

El gato negro ronroneaba y parecía adormilarse a gusto con su dueño. Había ignorado olímpicamente la broma de Taehyung. Y en cierto punto, no quise darle la razón, pero era cierto que el profesor Min podía parecerse a un felino.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora