XXV. Crema

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Yo sabía que para ver a Min Yoongi de la forma que quería era necesario empezar por cerrar los ojos, atraparle los sentidos despacio, procurando no llegarle al alma. Me había dejado claro que entre los dos todo era una cuestión de términos absolutos. Y pobre de mí, quien en esa escena lo único que conocía era ese molde que él tenía para darme acerca de cómo funcionaba lo que sea que éramos.

Poco a poco la presencia de Min Yoongi había empezado a inyectarse en las pequeñas cosas de mi día a día y yo seguramente estaba idiotizado por él, me había enfermado como un adicto cuya abstinencia empieza siempre más temprano que tarde y en esos momentos verlo no me basta, ni escuchar su voz grave, las hermosas ondas de su voz grave contrayéndose en el aire; yo quería más y eso me suscitaba un estado semejante a la locura.

Estábamos desesperados por tomarnos de la manera que fuera. Lo sé, lo veía en la manera que él me miraba como despojándome en su pensamiento, saboreando ese punto de inflexión que éramos los dos antes de vernos, antes de habernos deseado fastidiosamente. Tenía el presentimiento de que podíamos arruinarnos el día en que alguno de los dos tomara el primer paso.

Esa noche mamá se había ido a unas aguas termales con la señora Kim. Mi amigo Seokjin debía tener un don para convencer a las mujeres, pues estuvo toda la semana impartiéndoles a nuestras madres los volantes de un nuevo spa oriental a las afueras de la ciudad que se llevaba todas las miradas de los turistas y lugareños. Mi madre tampoco quería ir sola así que ambas tomaron sus valijas juntas y me dejó la heladera llena tras pedirle a Seokjin que se quedara por favor ese fin de semana en casa conmigo para que no me sintiera solo. ¡Qué mal hijo terminé siendo!

No había manera de explicarle que pasaría la noche con mi ex profesor de música, un hombre diez años mayor que yo, que ahora mismo tocaba la puerta ansiosamente. El momento antes de verlo era el que más me costaba afrontar.

Coloqué mis pendientes de plata con dedos titubeantes, errándole al orificio del lóbulo varias veces hasta que se resbaló de mis manos y tuve que respirar profundo antes de agarrarlo y finalmente ponérmelo. Por el espejo del living vislumbré un ligero rubor en mis mejillas que se extendía hacia las pecas de mi nariz. La mirada en mi reflejo me devolvía su nerviosismo y una opresión en mi pecho que no supe definir si era la más febril emoción por verlo o si es que en realidad comenzaba a arrepentirme de mis arrebatadas decisiones.

Acomodé mi flequillo rosa, el cual había ondulado ligeramente y retoqué mi brillo labial antes de abrir la puerta en cuestión de segundos.

Siempre lucharía con el impulso de cerrarle la puerta en la cara a él, que me llenaba el corazón de anhelos como hiedras que crecían hasta mi garganta y me robaban la respiración.

Estaba temblando de miedo pero le regalé una sonrisa.

—Mamá no está en casa, profesor Min —le dije mientras batía las llaves traviesamente.

Su expresión de sorpresa me arrancó una risa. Todavía no tuve tiempo de mirar más abajo, de precisarlo a él en esas ropas carísimas, ni siquiera sabía qué zapatos estaba llevando. Tenía que cerrar los ojos un poco, tal como advertí, recargarme las pupilas despacio porque era su rostro el que me encandilaba, se robaba toda mi atención como luna llena rutilante y yo no podía dejar de mirarlo hasta que el primer efecto se apaliara.

Y disfrutaba en ese padecimiento como un niño que se quita la costra de una herida que acaba de cicatrizar.

—Deberías haberme avisado —fue lo primero que soltó.

—¿Estás molesto?

Ladeé mi cabeza con un puchero intentando convencerlo de que esto no era nada, apenas nuestro comienzo.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora