V. Bellotas

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El motivo por el cual el profesor Min Yoongi, dotado por la naturaleza con un oído absoluto, no era un prestigioso músico por excelencia seguía siendo todavía un secreto para todos a su alrededor. Portafotos en los muebles y algunos retratos encuadrados en madera contaban una historia que parecía cada vez más lejana a sus recuerdos.

Lo tenía todo. Su don sólo era un añadido, pues él verdaderamente poseía la disposición, la sensibilidad y las cualidades necesarias para ser recordado por cada persona que lo escuchara tocar. Solía decir que un don por sí solo no traía ninguna felicidad al mundo si el dueño no trabajaba primero su humanidad.

Por eso fue que en su juventud el profesor Min había estado a sólo un paso de convertirse en un pianista profesional. Sus pensamientos eran diligentes y perseverantes la mayoría del tiempo. Por aquellos años, pensó que si continuaba haciendo música entonces él estaría bien.

Pero la vida era jodida, daba curvas peligrosas y en ocasiones debías saborear la resignación de no poder controlar la dirección. A partir de esa noche, Min Yoongi no volvería a tocar el piano nunca más. De haberlo sabido, tal vez habría sostenido su mano con más fuerza.

Tal vez habría tocado una última vez antes de ese día.

Todavía el piano de su juventud sobresalía en aquel rincón de la sala de estar. Lo había alquilado por varios meses hasta que finalmente logró comprarlo, aquellos trabajos de medio tiempo en la madrugada le habían costado su adolescencia. Pero él sólo tenía oídos y vida para la música. El armazón de madera negra brillaba inmaculado al igual que las teclas bemoles, perfectamente acomodadas en un esqueleto de blanco marfil. Ostentoso, un telar de terciopelo rojo cubría el clavijero y relucía.

Simplemente relucía, porque Min Yoongi no era capaz de hacerlo sonar.

Podía volver a tocar cuando sólo era el profesor Min y se encontraba enseñándoles a sus alumnos alguna escala o el posicionamiento de los dígitos en las octavas. Sin embargo, para su oído absoluto, el sonido que creaba siempre sería objeto de reproches. No era igual al de su juventud, no podía siquiera acercarse al sonido que alcanzaba en su adolescencia. Cuando sólo era Min Yoongi y el silencio de la sala de estar vacía, el eco de sus propios pensamientos era el único ritmo con el que armonizaba.

En cierto punto, su profesión no ayudaba. Estaba estancado. Es por eso que este sería su último semestre en la Universidad, aunque ese era otro de los secretos que nadie sabía. Min Yoongi no era sólo una cara misteriosa. Era un iceberg en las profundidades de una oscura laguna, siendo su superficie lo más claro que podría ver el mundo.

Para ese entonces la noche caía y lo descubría más melancólico de lo usual. En la amplia sala de estar las primeras estrellas comenzaban a aparecer, el paisaje era profundo y calmo como siempre que la lluvia cesaba. El suave halo blanco de la luna se reflejaba en el armazón de su instrumento.

No podía ser el profesor Min en esos momentos. La sensación pesada desaparecía con el movimiento de sus pies al acercarse a él. Lo miraba relucir, siempre en una distancia prudente. De vez en cuando, sus dedos pasearían por el armazón y descubriría que su color sigue siendo igual que siempre.

Sentiría algo parecido a la nostalgia y la señal de su cuerpo se detenía allí, no importa cuánto lo intentara.

Min Yoongi soltó un gruñido cansado y volvió sobre sí. Todavía el tacto del armazón ardía en su mano, a pesar de que siempre su piano estaba frío. Desde el rincón de la sala, verían amaneceres y la salida de la luna, siempre solos, por mucho que estuvieran uno al lado del otro. En algún punto de su vida, ellos habrían recibido al sol juntos.

Ese jueves se encontraba en casa, había terminado de trabajar antes de que anocheciera y vistiendo una ropa más cómoda, Min Yoongi arrastró sus pies descalzos hasta el estéreo. Encendió los parlantes y comenzó a resonar una suave música clásica.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora